La personalidad de Dios

 

Todos queremos ser felices, pero, muchos, no sabemos cuál es el camino. La respuesta sería segura si fuésemos capaces de conocer cuál es la vida de Dios, si supiésemos en qué consiste su vida, si alcanzásemos a saber cómo vive. Pero, si estudiamos las verdades que Jesucristo nos enseñó explicándonos cómo es Dios, sí podemos saber, al menos en parte, cómo es su vida.

En este capítulo vamos a intentar ahondar en esos textos inspirados por el mismo Dios, que recogen la doctrina que Jesús nos transmitió. Y allí leemos que, en la intimidad del único Dios, hay tres personas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Dios utiliza también otras palabras para describir a cada una de ellas, pero éstas son las que utiliza como nombres propios de las tres personas divinas[1].

¿Qué es ser Dios?

Ser Dios es ser Padre, ser Hijo, ser Espíritu Santo.

Hay un solo Dios, pero son tres personas. Y cada una de ellas es todo Dios. No es que el ser de Dios se divida en tres partes, cada una de las cuales le tocaría a cada una de las tres Personas. No, cada una de las tres es "todo Dios", Dios entero. Por eso, si nos preguntamos, ¿en qué consiste eso de ser Dios?, podemos responder: Dios consiste en ser Padre, Dios consiste en ser Hijo, Dios consiste en ser Espíritu Santo.

Demos un segundo paso. Es fácil. En Dios todo es uno, menos que es tripersonal; esto es, Dios es uno al tiempo que en Él se distinguen tres Personas. Precisamente porque en Dios todo es uno salvo la distinción entre las Personas, hay una unidad total entre la persona del Padre y la relación de paternidad, entre la persona del Hijo y la relación de filiación, entre la persona del Espíritu Santo y la relación de "espiración pasiva" [2].

¿En qué consiste el Padre?

El Padre consiste en ser “solo” Padre.

Esto suena un poco raro y difícil, pero lo que quiere decir es que no hay ninguna diferencia entre la persona de Dios Padre y su propia paternidad. Quiere decir que Dios Padre consiste en ser Padre y nada más que Padre. Que todo su ser se agota en su paternidad (si es que se puede hablar así: "se agota", cuando es infinito y eterno). No hay nada en la persona, en la personalidad, de Dios Padre que no sea su ser padre. Para Dios Padre, todo su existir y su ser se identifican con su paternidad, con engendrar eternamente al Hijo.

Esto no pasa, ni puede pasar, en un ser humano. Aún el padre o la madre más dedicados y entregados a sus hijos, aunque entreguen plenamente su vida en cumplimiento de esa paternidad suya, no son padres y nada más que padres. Porque, para ser padres, antes tienen que ser hombres. Hay un tramo de su vida en el que no eran padres. Y cuando lo son, su paternidad no lo es todo, aunque la cumplan con todo cariño.

En cambio, en el caso de Dios Padre, no sucede esto, que primero es Dios, y luego es Padre. Para Él, ser, ser Dios, y ser Padre, son exactamente lo mismo. Para Él, existir consiste en engendrar al Hijo. Se suele decir que Dios Padre es la paternidad subsistente. Es decir, que consiste en ser paternidad, y nada más. Para Dios Padre, ser padre es como para el hombre ser hombre: consiste en eso.

Todo su ser eterno consiste en engendrar al Hijo. No hay un tramo de la vida de Dios Padre en el que no haya sido Padre. Y no hay nada en el ser de Dios Padre que no sea esto: ser Padre. Es Padre y nada más que Padre. Su propio ser consiste en volcarse en el Hijo, en entregarse totalmente a Él. No es que primero es y luego se entrega. No. Es que consiste en entregarse. Ser Dios consiste en ser Padre, ser Dios consiste en ser pura entrega.

¿En qué consiste el Hijo?

El Hijo consiste en ser “solo” Hijo.

Esto mismo sucede con Dios Hijo. El Hijo es todo Dios, es Dios entero, porque su Padre se lo ha dado todo. Y para Él, ser Dios es ser Hijo, pero Hijo y nada más que hijo. Alguien que se vuelca totalmente en el sometimiento y amor a su Padre. Dios Hijo no vive más que para ser hijo. No hay nada en su ser, en su personalidad, que no consista en responder al amor del Padre que le engendra eternamente.

Lo dice el mismo Jesús: "Yo no hago nada por mí mismo, sino que conforme a lo que el Padre me enseñó, así hablo" (Juan 8, 28). La iniciativa personal es un rasgo típico de la libertad, y sin embargo, Jesús afirma "no hago nada por mí mismo". Él es plenamente libre, pero todo su ser libre se entrega sin residuos al Padre. Consiste en entregarse al Padre. Consiste en ser Hijo.

Tampoco esto puede suceder en un ser humano. Un hijo, además de ser hijo, tiene su propia personalidad, y su propia vida. Ningún padre puede pretender que el sentido de la vida de su hijo se reduzca a ser hijo suyo, a obedecerle y plegarse enteramente a él. Eso transformaría su paternidad en una tiranía insoportable e inadmisible.

El hijo debe obedecer, respetar y amar a su padre, pero con ciertos límites. Según va madurando, va adquiriendo una independencia, una solidez propia, que su padre ha de respetar. Siempre será hijo suyo, siempre le deberá respeto y amor, con el tiempo tendrá que devolverle los cuidados y atenciones que él recibió en la niñez, pero no es hijo y nada más que hijo. Tiene su propio ser, su propia personalidad, su propio camino que recorrer en la vida. Y lo tiene que recorrer con sus propias piernas.

Jesús, en cambio, dice de sí mismo que es hijo y nada más que hijo. Su ser se identifica sin residuos con su filiación. Para Él, ser Hijo agota todo su ser. Su propio ser consiste en volcarse en el Padre, en entregarse totalmente a Él. No es que, por una parte existe, y después se entrega. Sino que consiste en entregarse. También para el Hijo, ser Dios consiste en ser pura entrega.

¿En qué consiste el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo consiste en ser “solo” mutua entrega. La entrega mutua de Padre e Hijo da lugar al Espíritu Santo, que es ese mismo amor que se tienen el uno al otro, y que brota de ellos. Espíritu Santo es el nombre propio que Dios mismo da a la tercera persona de la Trinidad.

Santo es una palabra que significa originariamente "separado", y quiere referirse a lo propio y exclusivo de Dios, frente a lo profano, que es lo común a todo el mundo. En este sentido, santo quiere decir "personal", lo "peculiar y propio de Dios", lo que le diferencia del mundo.

Espíritu es una palabra que significa originariamente "viento". Y el viento es algo que va una parte a otra, que es un puro pasar del uno al otro. Por eso se puede decir que, aplicado a la tercera persona de la Trinidad, hace referencia a esa pura entrega en que consisten el Padre y el Hijo. Se podría decir que, como el viento es puro paso, las personas divinas son pura entrega del uno al otro [3].

“Ser como Dios”

Si Dios consiste en ser entrega, es lógico que a nosotros nos cueste entregarnos. Porque entregarse es ser como Dios. Si ya cuesta un esfuerzo loco algo tan pequeño como una medalla de oro olímpica, es lógico que cueste ser Dios.

Por tanto, nadie puede desanimarse cuando nota que le cuesta entregarse, ser generoso, dar la propia vida. Porque sólo lo podemos hacer en la medida que somos imagen y semejanza de Dios. La libertad nos permite entregarnos, pero entregarse no es fácil, porque es ejercitar lo más alto que tenemos, aquello por lo que nos asemejamos a Dios.

El diablo tentó a nuestros primeros padres de esta manera: "-Seréis como Dios" (Génesis, 3, 5). Es una suprema ironía, porque, para alcanzar esa meta, les proponía el camino de la soberbia, cuando ser como dioses consiste en la entrega absoluta, en vivir totalmente para el otro.

De hecho, toda la actuación de Dios en el mundo lleva la “marca de fábrica” de la entrega sin límites. Al pecado original, Dios responde con un proyecto mucho más alto, que es la Encarnación y la Redención mediante el dolor.

Como hemos comentado, el pecado introduce de modo irreversible el dolor en el mundo. Y parece como si Dios, en lugar de desentenderse de ese mundo estropeado por el hombre, quisiera ser el primero en sufrir las consecuencias de esos pecados. No nos deja solos para que suframos las consecuencias de nuestros propios pecados, sino que se zambulle plenamente en el dolor que esos pecados nuestros causan, lo sufre en su propia carne.

Dios se entrega, yo me entrego

Dios sigue entregándose. Dios no es un Dios lejano, frío e indiferente ante el sufrimiento del hombre. Y es lógico que sea así, porque, si como hemos dicho antes, existimos en el interior del acto de amor que nos crea, entonces Dios siente todos nuestros dolores y todas nuestras necesidades como propias.

Del mismo modo que una madre siente los dolores y las necesidades de sus hijos como propias, más que si fueran propias. Así siente Dios nuestros dolores y necesidades, pero con mucha más fuerza todavía, porque su relación con nosotros es mucho más intensa que la de una madre con su hijo. Nosotros vivimos siempre en el interior de ese acto de amor de Dios que nos da el ser.

Dios nos lleva en las entrañas. Y se vuelca sin límite con nosotros. Muere en la Cruz para perdonarnos los pecados y obtenernos la vida sobrenatural. No pone límites tampoco a su misericordia, y nos perdona una y otra vez en la Confesión, si perdemos esa vida por nuestros propios pecados.

¿Cómo puedo entregarme a Dios y darle gusto, si está tan lejos? Entregándome a los demás, me entrego al Dios que vive en esas personas. Dando gusto a una persona, le doy gusto a Dios, que vive en ella, y que se siente tan implicado en todo lo que le pasa que disfruta tanto como ella misma -o más- con cualquier acto mío en su favor. Por otra parte, Dios no está tan lejos. Como hemos visto en otro capítulo, está en nuestro interior. Pero, además, ha querido estar también realmente presente en el Sagrario, para que notemos esa cercanía física y podamos acudir a Él con facilidad.

Participar de la felicidad de Dios

Cuando Dios nos hace participar de su vida íntima, mediante la vida de la gracia que comienza con el Bautismo, nos hace posible participar en esa corriente eterna de amor y de conocimiento en que consiste su propia vida. A través del Bautismo nos hacemos dioses. Dios se hizo hombre para que los hombres nos hiciéramos dioses, decían ya los Padres la Iglesia. La propia Escritura lo dice textualmente así: "sois dioses" (Salmo 81, 6), y Jesucristo se lo recordó a los que le rodeaban (Cf. Juan 10, 34).

Somos así hijos de Dios, porque tenemos en nosotros una parte de la vida divina del Hijo de Dios que se hizo hombre. Ahora bien, ¿en qué consiste eso de ser Dios? En entregarse.

Dios es infinito, Dios es feliz, Dios es amor, Dios es entrega. Y el hombre se hace más grande, alcanza la máxima felicidad posible en esta tierra, en la medida en que ama y se entrega de forma absoluta en el amor.

Existimos como fruto del amor de Dios, nuestro ser persona tiene la estructura interna de una respuesta. Y de una respuesta al amor que nos crea, entregándose y comprometiéndose con nosotros para siempre. Existimos en el interior de ese acto de amor y de entrega, y estamos hechos para la entrega. Es lo único que nos pone en la situación interior adecuada para experimentar ese amor infinito de Dios por nosotros. Lo que nos da el Cielo[4].

Para ser feliz, no hay otro camino: la entrega absoluta por el amor. Pero para ser capaces de semejante entrega, hay que alcanzar una madurez que no tenemos por nacimiento. Es el proceso de la vida moral.

Mikel Gotzon Santamaría

[1] Cuando se trata de profundizar en la intimidad de Dios, estamos sumergidos en un misterio insondable. Por eso, no se trata aquí de demostrar nada, porque la intimidad de Dios está más allá de la razón, sino de penetrar a tientas en el misterio infinito de la Trinidad.

[2] En Dios todo es uno, sin distinciones, salvo donde hay oposición de relaciones. Es decir, distinción entre las personas: todo es uno salvo la oposición relativa de la paternidad del Padre respecto de la filiación de Hijo, y la oposición entre la "espiración activa" (el mutuo amarse) de Padre e Hijo y la "espiración pasiva" (el amor que es fruto de ese amarse) del Espíritu Santo.

[3] Para más precisión, leer el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 246-248 y 255.

[4] Frente a la dificultad que presentan estos razonamientos, se presenta la facilidad con que cualquiera puede llegar a descubrir que Dios es amor, a través de la contemplación de la vida de Jesucristo en los Evangelios: la Palabra de Dios es más eficaz que la de los hombres.

 


Enviar comentarios

 

 

Espíritu Santo Iglesia Jesucristo Juan Pablo II Magisterio de la Iglesia Misa Romano Pontífice Virgen aborto abuso adicción adoración afectividad agnosticismo alegría amar amistad amor amor a Dios amor de Dios ansiedad anticoncepción apostolado arrepentimiento atentado ateísmo autenticidad avaricia ayuno bautismo bioética budismo calumnia cancer caridad cariño carácter castidad catequesis catástrofe celibato cielo ciencia ciudadanía clonación coherencia comprensión compromiso comunicación comunismo comunión de los santos comunión sacramental conciencia confesión confianza conocimiento propio consejo contemplación conversión convivencia corredentores corrupción creación creer crisis cruz cuaresma cuidados paliativos cultura curación deber debilidad humana demonio depresión descanso desprendimiento dificultades dignidad dirección espiritual divorcio dolor drogas educación egoísmo ejemplaridad embriones enfermedad entrega esperanza estudios eternidad eucaristía eutanasia evangelio evangelización evolución examen de conciencia existencia de Dios exorcismo expectativas familia fe fecundidad felicidad feminismo formación doctrinal fortaleza fracaso generosidad género hedonismo heroísmo heterosexualidad hijos hinduísmo humildad in vitro infancia injusticia intelectual intolerancia islam judaísmo justicia laicos libertad limosna lucha ascética mal mansedumbre martirio masonería materialismo matrimonio milagro misericordia divina moda moral cristiana muerte música noviazgo obras misericordia odio olvido de sí optimismo oración paciencia paz pecado penitencia perdón pereza persecución pesimismo piedad pobreza política pornografía presencia de Dios protestantismo providencia divina psicología recogimiento redención regreso católico relativismo responsabilidad sabiduría sacerdote sacramentos sagrada escritura santidad secuestro sentido vida serenidad servicio sexualidad sida silencio sinceridad soberbia sociedad civil soledad tecnología temor de Dios templanza teología tolerancia trabajo trinidad tristeza unción de enfermos unidad valentía verdad vida interior vida religiosa vientres de alquiler violación violencia virginidad virtudes vocación voluntad voluntad de Dios xenofobia yoga