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Sobre la Virgen María
Año Santo de la Misericordia
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En el momento culminante de la historia, Dios quiso enviar un ángel a solicitar la colaboración de una jovencita que vivía en una pequeña aldea de una región periférica de Israel.
Dios solicita la colaboración de una joven nazarena. Ningún humano habría obrado así; pero Dios no obra con la lógica de los hombres. Aquella joven estaba llamada a desempeñar un papel singular en la Redención: iba a ser la Madre de Dios
“Fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David y el nombre de la Virgen era María” (San Lucas).
La Virgen contestó al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. La respuesta de la Virgen nos permite entrever la grandeza de su alma.
Dios no ha buscado ni poder ni ciencia, ni gloria; no le hacen falta a quien es todopoderoso. Ha buscado, en cambio, humildad, amor y entrega, que es lo que sólo la persona libre puede dar.
La colaboración de María a los planes de Dios es sencilla. Como la de otras mujeres: dará a luz a Cristo, lo alimentará, lo cuidará durante muchos años. El valor extraordinario que el amor de Dios da a esa vida es lo que cuenta. Esta es la lógica de Dios; éste es el mensaje de María.
A Dios le sobran medios. Se sirve de lo que quiere. Sobre todo, de esa íntima entrega del corazón, que es lo único que parece buscar Dios en los hombres.
María conoció la experiencia del dolor y el cansancio. Ese sacrificio escondido y silencioso es su aportación a la Redención
Si, para servir a Dios, fuera necesario hacer grandes cosas, sólo unos pocos gozarían de ese privilegio. La mayor parte de la humanidad quedaría condenada a vivir al margen de los planes de Dios, realizando una tarea sin brillo. En esas ocupaciones discurrió la mayor parte de la vida del Señor, de María y de José.
Es muy probable que sea éste el papel que Dios quiera para nosotros.
Dios utiliza en su Redención, recursos que a nosotros se nos escapan: la oración y el dolor de tantas personas sin relieve (enfermos, madres de familia, ancianos, obreros, campesinos, empleadas de hogar, religiosas de clausura...). En ese mundo que no se ve sino con los ojos de la fe, María ocupa un lugar muy especial
Gozar de medios, de inteligencia, de capacidades, de honor, de poder, de fama o de dinero, son sólo títulos para servir. Pero esto no es fácil. La soberbia convierte muchas veces lo que deberían ser alicientes para servir, en motivos de vanidad. Y aquellos talentos frecuentemente se emplean en satisfacer el propio egoísmo.
Las últimas palabras de Cristo crucificado: “Estaban junto a la Cruz de Jesús, su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19, 25-27).
María es madre de cada uno de los cristianos que se identifican con su hijo. Y es, por eso, también Madre de la Iglesia, del cuerpo místico de Cristo
Juan era, al pie de la cruz, el único discípulo presente. Él recibió a María como madre.
A Cristo le agrada, sin duda, que la Iglesia trate con cariño a su Madre. Y esta sensibilidad que se ha dado en toda la Iglesia universal y que ha sido vivida y difundida por innumerables santos, no puede estar equivocada.
María es el recurso cercano para todas las peticiones que quieren mejorar nuestro amor de Dios. Ella nos anima a llenarnos del espíritu de oración
La Iglesia encuentra en María una intercesora ante Dios. Mirar a María, una mujer encantadoramente sencilla, nos muestra el rostro benévolo de Dios.
Las devociones marianas son encantadoramente sencillas. La más popular de todas –la recitación del Rosario– consiste en repetir dos oraciones: el Ave María y el Padre Nuestro.
El único camino para llegar a Dios es la contemplación, y, en el Rosario, se contemplan los grandes misterios de la vida de Cristo y de María
Rezar el Rosario es entrar en esa lógica de sencillez y humildad que es la lógica de Dios. Pero no por ser sencilla esta lógica es menos profunda. Nada más profundo que contemplar los misterios de nuestra Redención, que traerlos ante nuestros ojos y amarlos; porque el entendimiento no es capaz de penetrar en ellos.
Quien se sintiera por encima de esta oración sólo porque es una oración simple, demostraría que no ha entendido la lógica de Dios. Podría cometer el error de pensar que es mucho mejor servir a Dios con una actividad desbordante y vistosa. Pero a Dios no le servimos buscando nuestros gustos.
Esa piedad sencilla es más necesaria en nuestra vida, cuando tenemos mayores motivos para que la soberbia nos despiste
El rezo del Rosario y las demás devociones marianas son una pauta para saber hasta qué punto participamos de la lógica de Dios.
Dios hace lo que quiere. Uno de los medios que emplea para hacernos caminar más rápido, es la devoción a María. Con razón se ha dicho de María, que es como un atajo para la vida interior
Quien aprenda a tratar a María como a su Madre, se sentirá como un niño delante de Dios, y, a semejanza de María, hará en él cosas grandes el que es Todopoderoso.
Fuente: J.L. Lorda, Para ser cristiano
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