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La vida
comunitaria.
La oración
y la adoración

 

Textos de la Exhortación Apostólica Gaudete Et Exsultate
del Santo Padre Francisco

 

Colección +breve
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En comunidad

Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados

Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos.

La vida comunitaria, sea en la familia, en la parroquia, en la comunidad religiosa o en cualquier otra, está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos. Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo.

La tendencia al individualismo consumista termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás. Nuestro camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de Jesús de buscar la unidad

Recordemos cómo Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención a los detalles.

  • El pequeño detalle de que se estaba acabando el vino en una fiesta.

  • El pequeño detalle de que faltaba una oveja.

  • El pequeño detalle de la viuda que ofreció sus dos moneditas.

  • El pequeño detalle de tener aceite de repuesto para las lámparas por si el novio se demora.

  • El pequeño detalle de pedir a sus discípulos que vieran cuántos panes tenían.

  • El pequeño detalle de tener un fueguito preparado y un pescado en la parrilla mientras esperaba a los discípulos de madrugada.

En oración constante

Aunque parezca obvio, recordemos que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración.

No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos

El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor.

San Juan de la Cruz recomendaba «procurar andar siempre en la presencia de Dios, sea real, imaginaria o unitiva, de acuerdo con lo que le permitan las obras que esté haciendo».

Quisiera insistir que esto no es solo para pocos privilegiados, sino para todos, porque «todos tenemos necesidad de este silencio penetrado de presencia adorada»

No obstante, para que esto sea posible, también son necesarios algunos momentos solo para Dios, en soledad con él. Para santa Teresa de Ávila la oración es «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama».

Recordemos que «es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado. No hay que domesticar el poder del rostro de Cristo».

Si no le permites que él alimente el calor de su amor y de su ternura, no tendrás fuego, y así ¿cómo podrás inflamar el corazón de los demás con tu testimonio y tus palabras?

Entonces, me atrevo a preguntarte: ¿Hay momentos en los que te pones en su presencia en silencio, permaneces con él sin prisas, y te dejas mirar por él? ¿Dejas que su fuego inflame tu corazón?

Si ante el rostro de Cristo todavía no logras dejarte sanar y transformar, entonces penetra en las entrañas del Señor, entra en sus llagas, porque allí tiene su sede la misericordia divina.

La oración de petición

No quitemos valor a la oración de petición, que tantas veces nos serena el corazón y nos ayuda a seguir luchando con esperanza.

La súplica de intercesión tiene un valor particular, porque es un acto de confianza en Dios y al mismo tiempo una expresión de amor al prójimo

La intercesión expresa el compromiso fraterno con los otros cuando en ella somos capaces de incorporar la vida de los demás, sus angustias más perturbadoras y sus mejores sueños.

Si de verdad reconocemos que Dios existe no podemos dejar de adorarlo, a veces en un silencio lleno de admiración, o de cantarle en festiva alabanza.

La lectura orante de la Palabra de Dios, más dulce que la miel y «espada de doble filo», nos permite detenernos a escuchar al Maestro para que sea lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro camino.

El encuentro con Jesús en las Escrituras nos lleva a la Eucaristía, donde esa misma Palabra alcanza su máxima eficacia, porque es presencia real del que es la Palabra viva. Y cuando lo recibimos en la comunión, renovamos nuestra alianza con él y le permitimos que realice más y más su obra transformadora.


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