Hay muchas cosas por debajo de eso, pero también hay cosas por encima.
No se lo puede convertir en la base de toda una vida.
Es un sentimiento noble, pero no deja de ser un sentimiento.
No se puede depender de que ningún sentimiento perdure en toda su intensidad,
ni siquiera de que perdure.
El conocimiento puede perdurar, los principios pueden perdurar, los hábitos
pueden perdurar, pero los sentimientos vienen y van.
Y de hecho, digan lo que digan, el sentimiento de estar enamorado no
suele durar.
Pero, naturalmente, dejar de estar enamorados no necesariamente implica
dejar de amar.
El amor en este otro sentido, el amor como distinto de estar enamorado,
no es meramente un sentimiento.
Es una profunda unidad, mantenida por la voluntad y deliberadamente reforzada
por el hábito.
Reforzada por (en los matrimonios cristianos) la gracia que ambos cónyuges
piden, y reciben, de Dios.
Pueden sentir este amor el uno por el otro incluso en los momentos en
que no se gustan, del mismo modo que yo me amo a mí mismo incluso si no
me gusto.
Pueden retener este amor incluso cuando cada uno podría estar enamorado
de otra persona.
Estar enamorados los llevó primero a prometerse fidelidad; este amor
más tranquilo les permite guardar esa promesa.
Es a base de este amor como funciona el motor del matrimonio: estar enamorados
fue la ignición que lo puso en marcha.
Es sencillamente inútil intentar conservar las emociones fuertes: eso
es lo peor que se puede hacer.
Dejad que esas sensaciones desaparezcan, seguid adelante a través de
ese período de muerte, y descubriréis que estáis viviendo en un mundo que
os proporciona nuevas emociones todo el tiempo.
Pero si decidís hacer de las emociones fuertes vuestra dieta habitual
e intentáis prolongarlas artificialmente, se volverán cada vez más débiles
y cada vez menos frecuentes.
Seréis viejos aburridos y desilusionados durante el resto de vuestra
vida.
Precisamente porque hay tan poca gente que comprenda esto encontramos
muchos hombres y mujeres de mediana edad lamentándose de su juventud perdida.
Es mucho más divertido aprender a nadar que seguir interminablemente
(y desesperadamente) intentando recobrar lo que sentisteis la primera vez
que os mojasteis en la orilla de pequeños.