Encontramos a muy poca gente que quiera comer cosas que no son realmente
comida o hacer con la comida otra cosa que no sea comer.
En otras palabras, las perversiones del apetito por la comida son raras.
Pero las perversiones del instinto sexual son numerosas, difíciles de curar
y terribles.
Siento tener que entrar en todos estos detalles, pero debo hacerlo.
La razón por la que debo hacerlo es que vosotros o yo, a lo largo de los
últimos veinte años, hemos sido permanentemente alimentados de rotundas mentiras
acerca del sexo.
Se nos ha dicho, hasta que nos hemos hartado de escucharlo, que el deseo
sexual está en el mismo estado que cualquier otro de nuestros deseos naturales.
Sólo con que abandonemos nuestra anticuada idea victoriana de silenciarlo,
todo en el jardín será bellísimo.
Esto no es cierto.
En cuanto consideramos los hechos, e ignoramos la propaganda, vemos que no
es así.
Nos dicen que el sexo se ha convertido en un lío porque ha sido mantenido
en secreto.
Pero a lo largo de los últimos veinte años no ha sido mantenido en secreto.
Se ha hablado de él en todo momento.
Y sin embargo sigue siendo un lío.
Si el hecho de mantenerlo en secreto hubiera sido la razón del problema,
el hablar de él lo hubiera solucionado.
Pero no ha sido así.
Yo creo que ha sido al revés.
La gente moderna siempre está diciendo: El sexo no es algo de lo que debamos
avergonzarnos.
No hay nada de qué avergonzarse en el hecho de que la raza humana se reproduce
de una cierta manera, ni en el hecho de que esto produzca placer.
Si se refieren a eso, tienen razón.
El cristianismo dice lo mismo.
El problema no es el hecho en sí, ni el placer que produce.
Fin
Fuente: C.S. Lewis, Mero cristianismo