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Sexualidad (3)

Hay tres razones por las que ahora nos es especialmente difícil la castidad completa.

En primer lugar, nuestra naturaleza caída, los demonios que nos tientan y toda la propaganda contemporánea en favor de la lujuria.

Nos hacen sentir que los deseos a los que nos resistimos son tan naturales, tan sanos y tan razonables que es casi perverso resistirse a ellos.

Asocian la idea de la permisividad sexual con las de la salud, la normalidad, la juventud, la franqueza y el buen humor.

Esta asociación es una mentira.

La mentira consiste en pretender que todo acto sexual al que te sientes tentado es ipso facto saludable y normal.

Pues bien; esto, desde cualquier punto de vista, y sin ninguna relación con el cristianismo, tiene que ser una insensatez.

Ceder a todos nuestros deseos evidentemente conduce a la impotencia, la enfermedad, los celos, la mentira, la ocultación y todo aquello que es lo opuesto a la felicidad, la franqueza y el buen humor.

Para cualquier tipo de felicidad, incluso en este mundo, se necesitará una gran dosis de control.

En segundo lugar, muchos se rinden  ante la perspectiva de intentar seriamente la práctica de la castidad cristiana porque creen (antes de intentarlo) que esto es imposible.

Pero cuando algo ha de ser intentado, nunca se debe pensar en la posibilidad o la imposibilidad.

Podemos ciertamente estar seguros de que la castidad perfecta, como la caridad perfecta, no serán alcanzadas por nuestros meros esfuerzos humanos.

Debemos pedir la ayuda de Dios.

Después de cada fracaso, pedid perdón, levantaos del suelo y volved a intentarlo.

Muy a menudo, lo que Dios nos otorga primero no es la virtud en sí sino este poder de volver a intentarlo de nuevo.

Pues por muy importante que sea la castidad (o el valor, la sinceridad, o cualquier otra virtud), este proceso nos entrena en hábitos del alma que son más importantes todavía.

Nos cura de nuestras ilusiones con respecto a nosotros mismos y nos enseña a depender de Dios.

Por un lado, aprendemos que no podemos confiar en nosotros mismos ni siquiera en nuestros mejores momentos

Por el otro, que no debemos desesperar ni en nuestros peores momentos, porque nuestros fracasos son perdonados.

La única cosa fatal es sentirse satisfecho con cualquier cosa que no sea la perfección.

Fin

Fuente: C.S. Lewis, Mero cristianismo