Lo que el orgullo disfruta
El poder es lo que el orgullo disfruta realmente.
No hay nada que haga que un hombre se sienta superior a los demás como ser capaz de manipularlos.
El orgullo es competitivo por su naturaleza misma: por eso cada vez demanda más y más poder.
En Dios nos encontramos con que es en todos los aspectos inconmesurablemente superior a nosotros.
A menos que reconozcamos esto -y que nos reconozcamos como nada- no conocemos a Dios en absoluto.
Un hombre orgulloso siempre desprecia todo lo que considera por debajo de él.
Mientras se desprecia lo que se considera por debajo de uno, no es posible apreciar lo que está por encima.
Cada vez que pensemos que nuestra vida religiosa nos está haciendo sentir que somos buenos -y sobre todo que somos mejores que los demás- podemos estar seguros de que es el diablo, y no Dios, quien está obrando en nosotros.
La auténtica prueba de que estamos en presencia de Dios es que, o nos olvidamos por completo de nosotros mismos, o nos vemos como objetos pequeños y despreciables.
Y es mejor olvidarnos por completo de nosotros mismos.
Es terrible que el peor de todos los vicios pueda infiltrarse en el centro mismo de nuestra vida religiosa.
Pero podemos comprender por qué.
El orgullo no viene a través de nuestra naturaleza animal en absoluto. Viene directamente del infierno.
Es puramente espiritual, y en consecuencia, es mucho más mortífero y sutil.
Porque el orgullo es un cáncer espiritual, devora la posibilidad misma del amor, de la satisfacción, o incluso del sentido común.
Fin
Fuente: C.S. Lewis, Mero cristianismo