Tentación y virtud

Dije que el primer paso hacia la humildad era darse cuenta de que uno es orgulloso.

Ahora quiero añadir que el paso siguiente es hacer un intento serio de practicar las virtudes cristianas.

Ningún hombre sabe lo malo que es hasta que ha intentado con todas sus fuerzas ser bueno.

Circula la absurda idea de que los buenos no saben lo que es la tentación.

Esta es una mentira evidente.

Sólo aquellos que intentan resistir la tentación saben lo fuerte que es.

Jamás averiguamos la fuerza del impulso del mal dentro de nosotros hasta que intentamos luchar contra él.

Cristo, porque fue el único hombre que jamás cedió ante la tentación, es también el único hombre que sabe absolutamente lo que la tentación significa... el único realista total.

Lo más importante que aprendemos de un intento serio de practicar las virtudes cristianas es que fracasamos.

Si teníamos la idea de que Dios nos había puesto una especie de examen, y de que podíamos obtener buenas notas mereciéndolas, esa idea tiene que ser abandonada.

Si teníamos la idea de una especie de pacto -la idea de que podíamos llevar a cabo nuestra parte del contrato y así poner a Dios en deuda con nosotros para llevar a cabo Su parte del contrato-, esa idea tiene que ser abandonada.

Dios ha estado esperando el momento en que descubráis que no es cuestión de sacar una buena nota en ese examen, o de ponerlo a Él en deuda con vosotros.

Todas las facultades que tenemos, nuestra capacidad de pensar o de mover nuestros miembros en todo momento nos son dadas por Dios.

Si dedicásemos cada momento de nuestra vida exclusivamente a Su servicio no podríamos darle nada que no fuese, en un sentido, Suyo ya.

Cuando un hombre ha hecho estos dos descubrimientos, Dios puede empezar realmente a trabajar.

Es después de esto cuando empieza la auténtica vida.

El hombre ahora está despierto.

Podemos proceder a hablar de la fe en el segundo sentido.

Fin

Fuente: C.S. Lewis, Mero cristianismo