Conversa del budismo y dedicada a los leprosos

 

Dios me ha marcado el camino. Keico era su nombre en Japón. Desde hace tres años, después de su bautismo, cambia su vida, su misión y su nombre: Irene.

A pesar de llevar viviendo 15 años en Madrid, aún no ha perdido su acento y las formas delicadas de comunicarse, con leves inclinaciones de cabeza. Tez clara, rostro redondo enmarcado por el brillante pelo negro, Irene nos dice: Voy a Bata (Guinea Ecuatorial), a cuidar enfermos de lepra. También ayudaré en la construcción de un centro de acogida  de día. Pasaré el resto de mi vida, si Dios lo quiere, cuidando enfermos de lepra. Mi  misión está ahí. Misionera, para mí, significa entrega total y absoluta en las manos de Dios.

Quería servir a los demás, y la voluntad de Dios me ha ido marcando el camino. Primero con mi inquietud desde pequeña; después, hace tres años y medio, el  bautismo... Ahora me iré a la leprosería; mi bautismo tiene mucho que ver. Mi familia  es budista. Cuando mi madre supo que quería ser católica, se opuso tajantemente. Yo  era muy joven y preferí esperar. Recuerdo que todo el dinero que me daba mi madre me  lo gastaba en libros, y a la edad de diez u once años me compré una biografía de Jesús. Este libro me impresionó mucho. Creo que ahí empezó todo.

Después, cuando mi madre murió, decidí bautizarme. Es algo inexplicable. Me ocurrió  en el segundo día de los Ejercicios Espirituales. Estaba haciendo oración y yo le pedía al Señor que me diera un camino donde servir a los demás, pero en un sitio duro. Ya había  estado colaborando en Basida, un centro de acogida para enfermos de sida que está en Aranjuez, a las afueras de Madrid. No sé cómo fue, yo pedía insistentemente al Señor y  me vino a la cabeza la palabra lepra. Insistí a Jesucristo: ¿Quieres que dedique mi vida a cuidar enfermos de lepra? Me quedé en oración intensa. Me presenté a mi parroquia  para que me dieran alguna dirección o información de este tipo. Antes de decirle nada  más, el vicario me preguntó si de verdad quería dedicarme a los leprosos. Afirmé, y  volvió a preguntarme: ¿De verdad? Naturalmente, volví a decir que sí. Entonces el vicario dijo: Es la providencia del Señor, otra cosa es inexplicable.

Precisamente el presidente de la Fundación Raoul Follereau, que se dedica  exclusivamente a los leprosos, había solicitado unos días antes colaboración a la  parroquia. Estaba buscando una persona que se ofreciera a ir a Bata con los leprosos. Ésa era yo. Todo empezaba a encajar. Soy Diplomada en Secretariado de Dirección de Empresas; por eso siempre he trabajado como secretaria de los presidentes de grandes multinacionales. Por mi trabajo he viajado mucho, también porque me gusta. Ahora he  regalado todo lo que tenía: mi coche, mis libros, trajes de diseño francés, bolsos, joyas, cuadros, algunos muebles... Todo, todo, hasta yo misma. Y ahora me siento muy libre, verdaderamente libre. Ahora estoy en las manos de Dios y es Él quien actúa en mí. Veo  que todo lo que me está pasando es bueno.

Antes de desprenderme de todo calculé lo justo que necesitaba para mantenerme hasta  mi viaje a Bata, para no ser una carga para nadie. Ahora vivo en Rovacías, y trabajo  todo el día ayudando a la parroquia. Me gusta trabajar. Para mí misma no necesito nada  y, para los demás, me doy a mí misma. Para prepararme a la misión, asistí, primero, a un curso sobre la enfermedad de lepra, durante siete días, en el Hospital General de la Universidad de Valencia; después, durante cuatro meses, he asistido a un curso de formación de misioneros. Aparte de esto, he hecho varias veces Ejercicios Espirituales. Si alguien me preguntase qué se necesita para ser feliz, le diría que vivir en Jesucristo, vivir para Él y por Él.

Irene Yokoyama


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