El 17 de abril de 1941, en Parnu, una ciudad de Estonia a orillas del Báltico, nació una niña llamada Lagle Parek, hija de un capitán del ejército estonio y de una historiadora del arte, directora del Museo de la Ciudad.
Estonia, Letonia y Lituania habían sido ocupadas por los soviéticos 2 años antes, y en Europa las tropas nazis conquistaban ese mismo día Yugoslavia.
Cuando la bebé tenía 2 meses, los soviéticos se llevaron a su padre en la primera gran deportación. Con él, fueron deportados otros 10.000 estonios, y no necesariamente como fuerza laboral, porque 5.000 eran mujeres y 2.500 niños de menos de 16 años. A 300 simplemente los fusilaron, entre ellos al padre de Lagle. Sólo 4.300 de esta deportación volverían a su país algún día.
El 22 de junio estalló la guerra entre las dos grandes tiranías totalitarias, la nazi y la soviética. En dos meses, los alemanes lograron llegar a Tallin, la capital de Estonia. Fueron recibidos como libertadores... pero enseguida mostraron que eran simplemente unos conquistadores más. Los soviéticos ganaron la guerra y retomaron los países bálticos.
En 1949, 4 años después de la guerra, los comunistas pusieron en marcha su segunda macrodeportación en Estonia, Letonia y Lituania, llamada la "Operación Priboi" ("Oleaje Costero").
Deportaron de golpe, de forma sincronizada, 90.000 habitantes de los países bálticos, la "intelligentsia" (clases intelectuales) y los cuadros sociales de estos países, para forzar a la colectivización de la sociedad. Pero el 28% de los deportados al gulag a Siberia eran niños... entre ellos Lagle, que tenía 8 años, y su madre y su abuela, antigua actriz.
"Nos condujeron hasta una aldea en la que se escuchaban cerca los aullidos de los lobos", recuerda Lagle. "Pronto nos convertimos en colonos especiales bajo el mando directo del NKVD" (la policía secreta soviética anterior a la KGB).
"Lo recuerdo como un tiempo duro pero no terrible porque mi madre y mi abuela -algo paradójico en una actriz de teatro- procuraban no dramatizar nuestra situación para evitarnos más sufrimientos a mi hermana y a mí. Pero la experiencia debió ser angustiosa y me fui dando cuenta a medida que crecía". Recuerda el hambre y el frío, y recuerda la entereza de su abuela, que le marcó como "una de las mejores enseñanzas que he recibido en mi vida".
En cierto momento, la NKVD decidió que el exilio en los campos de trabajo era poca cosa para la madre, porque habían encontrado "libros peligrosos" en su museo en Estonia: la enviaron a una cárcel y Lagle y su hermana mayor (que ya tenía casi 20 años) quedaron con la abuela.
A Lagle le parecía curioso ver que los deportados polacos mantenían sus ritos y religión (sin clero, por supuesto) dándole mucha importancia. Ella no había tenido ninguna formación religiosa.
"Yo sólo sabía que mi abuela Anna se había enfadado años atras con un pastor luterano y no había vuelto a pisar una iglesia. Mi madre me había llevado a ver algunas, pero solo por su interés artístico. Ni ella, ni mi hermana Eva ni yo habíamos sido bautizadas".
En 1953 murió Stalin, hubo una gran amnistía y la abuela, la madre y las dos chicas regresaron a Estonia: la abuela murió dos meses después.
Lagle estudió ingeniería civil y en 1960 empezó a trabajar como arquitecta. Se casó. Y también se apuntó a la disidencia clandestina contra el régimen soviético, con la difusión de samizdat (impresos caseros subversivos).
La atraparon en varias ocasiones y en marzo de 1983 el Tribunal Supremo la condenó a 6 años de prisión y 3 de exilio.
En el exilio con mujeres cristianas
El exilio era en un campo de concentración en Mordovia, Rusia, en un "lugar especial" con otras 12 mujeres disidentes.
"Allí me enteré de la muerte de mi madre. Hice varias huelgas de hambre y acciones de protesta, gracias a las cuales conocí las celdas de castigo. Eran mujeres de carácter, de las que aprendí mucho. Todas, menos yo, eran cristianas: católicas, ortodoxas, baptistas... No entendía cómo podían seguir creyendo en Dios en medio de aquel infierno. Si su Dios eran tan bueno y todopoderoso, ¿por qué permitía aquello?"
Ellas solían responder con sencillez que aquel infierno lo habían construido hombres, no Dios.
Una de sus compañeras era muy irascible, aunque políticamente encajaban muy bien. Cuando otra interna le regañó ("cómo puedes decir que eres cristiana, con ese carácter") ella respondió: "no te imaginas el tipo de persona que sería si no fuese cristiana".
"A partir de entonces comencé a admirar el cristianismo, capaz de confortar a aquellas mujeres en circunstancias tan duras", recuerda Lagle de su exilio disidente.
"Me llegaban noticias de Polonia, de cómo la fe sostenía a las gentes en su lucha por la libertad, y de un Papa polaco que se oponía al comunismo y al capitalismo salvaje". Ella era una activista que sólo quería la libertad de Estonia... pero el catolicismo le parecía ya respetable.
En 1987, con la perestroika, fue liberada, regresó a Estonia y colaboró en la creación del Partido Naconal por la Independencia, que presidió de 1988 hasta 1992.
En los tiempos justo antes de la Caída del Muro, se bautizó en una iglesia luterana por razones de tipo social. Como política de renombre, muchos amigos y camaradas le pedían que fuese madrina de bautismo de sus hijos, y para eso era necesario estar bautizada. Pero no tenía fe ni mayor interés en la religión.
En agosto de 1989 millones de estonios,letones y lituanos unieron sus manos en la famosa cadena báltica de 600 kilómetros de largo pidiendo la independencia del régimen soviético. Y el 9 de diciembre de 1989 caía el Muro de Berlín.
Estonia logró la independencia el 20 de agosto de 1991 sin que se derramara ni una gota de sangre.
Del 21 de octubre de 1992 al 27 de noviembre de 1993 Lagle fue la Ministra de Interior de Estonia. Era la primera mujer ministro de la historia del país. Ella, que había crecido en un gulag, que había estado en la cárcel, era ahora jefa de la Policía, de prisiones, del sistema legal... ¡la primera en democracia!
En 1993, Juan Pablo II, tras visitar Lituania y Letonia, dedicó un día a Estonia, un país casi sin católicos, el más descristianizado del Báltico. "Fui a saludarle como miembro del Gobierno; me sorprendió su fuerza, su vigor y su fe", recuerda. El discurso del Papa polaco contra el comunismo pedía a los hombres una "búsqueda apasionada e incansable de la verdad".
Lagle hoy lo recuerda como su primera catequesis... ¡y fue con un santo!
En otoño de ese año conoció a otra católica que la impresionó: la madre Tekla, abadesa general de las brigidinas, que quería abrir un monasterio sobre las ruinas del antiguo convento de Pirita. Herederas de Santa Brígida de Suecia, el llamado de las brigidinas incluye la oración, el servicio a los pobres, orar por la conversión de los países nórdicos y ser un puente de diálogo ecuménico. "Aún sigo sin entender cómo una luterana como yo pudo implicarse tanto en la construcción de un monasterio católico".
Y entonces, en Navidad de 1994, ocurrió el momento que lo transformó todo... y fue en Roma. Lagle había visitado las catacumbas, había pensado en los primeros cristianos perseguidos, y se detuvo a rezar en la iglesia de las brigidinas en Piazza Farnese, donde descansa el cuerpo de Santa Brígida de Suecia, donde se ora por la conversión del norte. Mientras rezaba, oyó, sin verlas, a las monjas en el coro que empezaban a cantar.
"Y en aquel instante Dios me concedió una gracia muy especial. Comprendí que lo que yo buscaba dentro de mi corazón era el catolicismo. Sí, quería ser católica, y en concreto deseaba colaborar durante el resto de mi vida todo lo que pudiese con las brigidinas. Fue una luz interior poderosísima, una certeza que se me quedó grabada a fuego dentro del alma".
Las brigidinas la ayudaron a prepararse y en 1995 se incorporaba a la Iglesia Católica en la catedral de Tallin.
Al enviudar, fue a vivir como laica al monasterio de Pirita, cuyo capellán es el famoso padre Vello Salo (lea aquí su asombroso testimonio), y donde dedica mucho rato a la oración.
Y se volcó en Cáritas Estonia, de la que es presidenta. Es una organización pequeña comparada con las Cáritas de otros países, pero es que en Estonia hay pocos católicos. Cuentan con 3 guarderías, una campaña contra la trata de blancas, ayuda a madres adolescentes, delincuentes juveniles, pobres y marginados...
A ella no le pueden decir "tú no sabes cómo es la cárcel" ni "tú no sabes lo que es pasar hambre y frío".
"En la actualidad la religión de muchos estonios es el materialismo, y su dios, el dinero. No fue ese el ideal por el que yo luché. Soñaba con una Estonia donde las personas fueran más justas, más tolerantes, más solidarias, no sólo con un país con una renta per cápita más alta", admite. Ella sigue en esta lucha desde Cáritas y desde su testimonio y oración.
(Tomamos este testimonio principalmente del libro de José Miguel Cejas El baile tras la tormenta, que recoge 23 historias de fe y coraje en los países bálticos bajo la opresión comunista y luego el consumismo sin fe).
religionenlibertad.com (18 noviembre 2014)
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