Del obispo mártir a las revistas clandestinas: así resistieron al comunismo los católicos lituanos

En un frío mes de noviembre de hace 69 años moría, fusilado por los soviéticos, el obispo lituano Vincentas Borisevicius.

En proceso de canonización: testigo y mártir

Durante la ocupación nazi de Lituania (1941-1944) se había negado a colaborar con los nazis y había protegido a los niños judíos, lo que causó su arresto por parte de la Gestapo y su posterior encarcelamiento en la prisión central de Vilna [Vilnius]. Sin embargo, los invasores alemanes, por temor a un levantamiento de los católicos, decidieron dejarlo libre tras un breve periodo de detención.

Cuando los soviéticos ocuparon el país en 1944 no tuvieron tantos miramientos. La NKVD (que era entonces el nombre del servicio secreto de Stalin) arrestó a monseñor Borisevicius y le "ofreció" que colaborase, obteniendo una negativa. Entonces lo encerraron en la misma prisión central de Vilna a la que le habían llevado, unos años antes, los nazis.

Tras meses de una detención durísima lo dejaron libre y le dieron la posibilidad de que lo pensara de nuevo, pero la fe de Borisevicius era más sólida que cualquier oportunismo y aunque sabía que un rechazo podría costarle la vida, volvió a negarse a colaborar. Lo mataron. Está en curso el proceso de canonización.

De cárcel a museo

Éste es sólo uno de los muchos ejemplos de martirio, valor, determinación y firmeza de la fe demostrados por el pueblo lituano, profundamente católico, frente al intento de sovietización forzada. Con el historiador Rokas Tracevskis, autor de La guerra sconosciuta (Il Cerchio, 2014) y de The Real History of Lithuania, hemos entrado en las cárceles secretas del KGB, en pleno casco antiguo de Vilna.

Tracevskis está reconocido actualmente como uno de los mayores estudiosos del exterminio llevado a cabo por Stalin en Lituania durante las dos ocupaciones soviéticas, la breve de 1940-41, a la que le siguió la invasión nazi, y después la larga, interminable y más letal que tuvo lugar tras la "liberación" de los alemanes en 1944.

La cárcel es ahora un Museo del Genocidio, exposición permanente del exterminio. Pero hace un tiempo no muy lejano, cuando este joven historiador tenía 16 años, fue de hecho su "casa". "Como era menor de edad, los oficiales de la KGB me permitían dormir en casa, pero tenía que presentarme cada día a los interrogatorios", que duraron meses. Se le culpaba de sedición: había distribuido folletos políticos. Entre las fotos de los oficiales de la KGB que se pueden ver en la exposición permanente sobre el ex servicio secreto, Tracevskis nos señala a dos que lo interrogaron.

Es difícil pensar en un museo histórico tan vivo. Aquí, en el no lejano 1990, en el ocaso de la era soviética, la gente se paraba a hablar con los agentes de guardia, preguntándoles que hacían aún allí. Hasta agosto de 1991, cuando se proclamó definitivamente la independencia, la prisión de la KGB era plenamente operativa y Tracevskis fue uno de los últimos que vio su interior. En 1991 estaba en las barricadas, esperando una última ofensa represiva soviética que al final no tuvo lugar. Lituania se independizó. El precio fueron 23 víctimas: muchas para sus seres queridos, pocas si se comparan con la hecatombe de medio siglo antes.

Un mar de violencia

Las historias de monseñor Borisevicius y del historiador Tracevskis son historias personales que testimonian el inicio y el final de la larga ocupación soviética. El inicio staliniano, traumático, con las ejecuciones en masa, las deportaciones, los gulags, el exilio en Siberia, acciones todas ellas llevadas a cabo por un régimen que creía firmemente en la revolución mundial y en su tarea de forjar un "hombre nuevo"; el final de la era Gorbachev, con su agotada burocracia, una represión llevada a cabo más por inercia que por feroz determinación por parte de un régimen que ya no creía en sí mismo.

En medio de estas dos eras soviéticas, un mar de violencia: 23.000 deportados en el bienio 1940-41; 240.000 asesinados por el régimen nazi, de los cuales 200.000 eran judíos; 186.000 internados en los campos de concentración,118.000 deportados, 20.500 asesinados en el periodo de ocupación stalinista (1944-1953).

A estos hay que añadir otros 1000 prisioneros políticos arrestados arbitrariamente también en el periodo post-staliniano, también después de las "liberalizaciones" introducidas por Khrushev, cuando ya quedaba poco para deportar o asesinar. Estas son las frías cifras de un país europeo devastado por los dos regímenes totalitarios del siglo XX.

Las habitaciones del horror

La prisión de la KGB, el vientre del terror de Vilna, muestra los distintos grados de sufrimiento del pueblo lituano. Todo ha permanecido como era entonces, incluido un insoportable hedor a cerrado y a excrementos que resulta indeleble a pesar del paso de los años. En los tiempo de Stalin no existían los baños y las necesidades se hacían en un cubo. Se dormía en el suelo. Se llenaba una de las habitaciones de los horrores con agua hasta la altura de la rodilla. El prisionero tenía que elegir estar de pie todo el día y toda la noche en una única baldosa elevada o permanecer en el agua helada. Pero en ambos casos despierto.

La "cárcel dentro de la cárcel", la celda de aislamiento, era lo bastante grande para contener una sola persona, pero demasiado pequeña incluso para respirar. Las pequeñas celdas de espera de los interrogatorios tenían las dimensiones de un ascensor pequeño: el prisionero no podía ni tan siquiera tumbarse. Con las "liberalizaciones" de Khrushev se introdujo un banco, por lo que se podía estar sentados pero con la puerta blindada a pocos centímetros de la nariz.

En los años 70, con las sofisticadas técnicas de represión psiquiátrica se introdujo también una celda de aislamiento para "enfermos mentales" (léase, anticomunistas), obligados a permanecer entre cuatro paredes acolchadas e insonorizadas, bombardeados con fármacos y atados con camisas de fuerza.

Es difícil también de imaginar el terror del momento de la ejecución si no se ve, con los propios ojos, el oscuro y pequeño ambiente en el que se llevaban a cabo los asesinatos: una pequeña habitación subterránea que permaneció secreta hasta 1991, de techo bajo y con un pequeño canalón en el suelo para drenar la sangre de los asesinados. Aquí fueron eliminados más de un millar de lituanos: los más "afortunados" con un tiro en la nuca; con golpes de arma blanca o bajo una prensa los desafortunados que acabaron en manos de torturadores sádicos.

Uno de estos verdugos soviéticos, el coronel Vasili Dolgirev, asesinó con sus propias manos a 650 prisioneros en los años inmediatamente posteriores a la "liberación". Sus cuerpos fueron enterrados todos en fosas comunes. Una de éstas, cerca del palacio Tuskulenai de Vilna, es ahora monumento nacional.

"Enemigos del pueblo"

Los que no fueron asesinados, tuvieron que enfrentarse a una muerte "blanca" en el hielo de las regiones del círculo polar ártico, en el Mar de Laptev, donde fueron deportados. O en los enormes bosques de Siberia oriental. O en la frontera con Afganistán, en la extrema periferia del imperio soviético. Los hombres acababan en los campos de trabajo, las mujeres y los niños en los asentamientos de las áreas más remotas de la URSS, donde se las arreglaban como podían, en muchos casos teniendo que construir los refugios y las habitaciones con sus propias manos. Observando el mapa de las deportaciones, podemos constatar a primera vista el claro intento de dispersar (para destruir) a un pueblo entero.

Bastaba muy poco para acabar en el engranaje del terror, como explica Tracevskis: "El 67% de los deportados estaba constituido por mujeres y niños, destinados sobre todo a las regiones árticas de Siberia. El índice de mortalidad era muy alto. Cuando empezó la invasión alemana de la URSS, en junio de 1941, los soviéticos mataron inmediatamente a todos los prisioneros políticos. En la mayor parte de los casos se trataba de jóvenes miembros de asociaciones católicas. Los soldados no usaron casi nunca armas de fuego para matarlos: los mutilaron con golpes de bayoneta y dejaron que murieran desangrados". Nos indica la foto de una mujer que llora sobre el cuerpo de su hijo, asesinado en una de estas masacres: "Los alemanes permitieron la difusión de esta fotografia porque tenía, obviamente, una función anti-soviética. Pero cuando los soviéticos volvieron, en 1944, el fotógrafo fue enviado a un gulag y sus propiedades confiscadas. Durante medio siglo esta imagen permaneció secreta".

En 1939, "cuando los alemanes y los soviéticos invadieron Polonia, Lituania acogió a un buen número de oficiales y soldados en fuga. Todos ellos fueron después asesinados o deportados por los soviéticos". En la siguiente larga ocupación soviética, la autoridades tuvieron más tiempo, calma y método para llevar a cabo la tarea de eliminar a todos los "enemigos del pueblo": "Afectaba a todos los miembros del partido no comunistas, incluidos todos los de izquierdas y también los comunistas trotskistas. Todos los miembros de las asociaciones católicas. Muchos miembros del clero, a todos los niveles. Todos los campesinos considerados ´ricos´. Todos los oficiales del ejército que habían rechazado enrolarse en el ejército soviético".

Resistencia católica

¿Cómo sobrevivió la Iglesia a este exterminio? "Los católicos eran discriminados, no podían hacer carrera, pero el catolicismo en sí no fue prohibido. Habría sido una tarea demasiado ardua. Las publicaciones católicas, como la revista Kronika, estaban prohibidas, pero seguían circulando clandestinamente y las que conseguían pasar la frontera, eran leídas en la Radio Vaticana”.

La resistencia, que en un primer periodo fue también armada, y después fue sólo política, cultural y espiritual, es otro aspecto importantísimo de este desconocido capítulo de la historia. Permitió al catolicismo lituano sobrevivir y resucitar, junto al resto de la nación, tras 57 años de hecatombe.

Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.

Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.

religionenlibertad.com 16 diciembre 2015


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