Dios en el ciberespacio

En las últimas parroquias donde he estado he tenido alguna página web que me ha permitido entrar en contacto con muchas personas, sobre todo alejadas de la Iglesia

 Uno de mis mejores amigos es Tomás, quien contacta conmigo desde la web parroquial. Aunque no es un hombre cercano a la Iglesia, hoy siente la necesidad de acudir al templo para escuchar la misa. El contacto inicial por internet se transforma en amistad y en acompañamiento cristiano.

Junto a Tomás otra persona, de entre tantas que ayudo por internet, es un sacerdote. Me comunica sus alegrías y dificultades, le respondo desde mi limitación y pobreza. Continúa escribiendo, siempre agradecido por este espacio de escucha y atención personal.

Adrián es uno de los jóvenes de la parroquia en la que estoy actualmente. Lo conocí junto a los compañeros de su grupo al poco tiempo de llegar. Les comenté que me podían localizar de muchos modos: en la iglesia, también por el blog «Pastor y Hermano», por el correo o por Facebook.

Al poco rato llegué a mi casa, me senté frente a la pantalla y vi el correo electrónico. Entre los mensajes recibidos tenía una solicitud de amistad de Adrián. Actualmente los jóvenes de la parroquia son mis amigos en Facebook y Tuenti.

Podría continuar con una larga lista de nombres de personas que, a través del correo electrónico, del blog y otros medios, contactan conmigo. Destaco también a aquella muchacha llamada Irene; alrededor de 20 años, estudiante. Me escribió un correo electrónico pidiendo orientación espiritual. Decía no creer en Dios, pero lo buscaba intensamente; su preocupación era encontrarle. Le detectaron cáncer de pecho; vive con angustia su enfermedad y presiente su muerte. Me escribe así:

«Tengo cáncer. Me dijeron los resultados de la biopsia; tengo miedo, mucho miedo. Es algo que está dentro de mí y no sé qué hacer, no sé cómo pelear contra eso. Los tratamientos son carísimos y mi mamá es la única que está trabajando en estos momentos. Van a averiguar si el tumor está encapsulado o no, si tiene raíces y esas cosas. Tengo miedo, no sé qué hacer, estoy llorando mientras te escribo; tengo miedo, no sé qué va a pasar».

Eso lo escribió casi al final de su vida. Al día siguiente de su fallecimiento me escribió su hermano comunicando este triste suceso. Me comentaba que encontraron un correo despidiéndose de mí, previendo su muerte, con estas palabras:

«Hola, siento que tengo mucho que decir. Bueno, más que decir, tengo mucho que preguntar: ¿por qué y para qué la vida? Actualmente me duele todo, estoy flaca y ojerosa, casi no me reconozco, y siento que mi vida se acorta. Más que temer a la muerte me da miedo saber qué voy a encontrar al otro lado.

»¿Sabes?, siempre me dijiste que Dios me amaba, y quise creerlo, es decir, lo creí de ti más que de cualquier otra persona. Fuiste el único que no me juzgó por ser diferente, por decir abiertamente que no creía en Dios. Te siento como un amigo, te quiero muchísimo a pesar de la distancia, y sólo sé que si Dios es tan amigo como tú de mí, entonces no me juzgará por ser diferente, y tal vez me perdone por mis faltas.

»Aun desde el infierno hablaría bien de ti. Le daré gracias a Dios, si de verdad existe, si me encuentro con Él, por haberme puesto a alguien como tú en mi camino, aunque fuese ya al final de mi vida. Mi vida no fue fácil, y gracias a ti fue más llevadera».

Naturalmente la emoción saltó a mis ojos en cuanto leí estas palabras. Una mezcla de tristeza y alegría me invadió en ese momento. Dolor por la pérdida de una vida joven, una persona buscadora de las huellas de Dios. Gozo ante el bien insospechado que puede hacer un correo electrónico.

Julio Roldán García
Islas Canarias (España)
100 historias en blanco y negro


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