Aquellos niños estaban muy involucrados con los traficantes de la zona, que no simpatizaban mucho con la casa de acogida, puesto que les quitábamos su «mano de obra».
Dos semanas después de que yo llegué fui abordado por uno de los traficantes durante la noche, en una calle cercana a la parroquia. Me apuntó a la cabeza con el revólver y me dijo que yo era un cura muy atrevido. No dudé y le dije: «¡Si quieres, dispara! ¡Por eso los sacerdotes no nos casamos, para no dejar una mujer e hijos llorando en el entierro!»
Él guardó su arma y me pidió disculpas. Y aunque no se convirtió en un feligrés modelo, después de este suceso cuando yo subía al cerro él se me acercaba (siempre llevando un revolver o un fusil), me besaba la mano y me pedía mi bendición. Tristemente, algunos años después fue asesinado y su cuerpo fue hallado sobre las vías del tren. Yo celebré la misa del funeral.
Marcelo de Assis Paiva
Rio de Janeiro (Brasil)
100 historias en blanco y negro
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