El pasado 22 de enero se cumplieron 30 años de la sentencia Roe v. Wade, en la que el Tribunal Supremo de Estados Unidos definió el aborto como derecho constitucional. Desde entonces más de 41 millones de bebés no han llegado a ver la luz. Sin embargo, en Estados Unidos la cuestión del aborto sigue viva en el debate político, se han adoptado últimamente restricciones al aborto y está abierta la posibilidad de que un cambio de mayoría en el Tribunal Supremo dé un vuelco a la situación.
En aquella sentencia, el Tribunal Supremo dictaminó que la mujer tiene derecho a abortar en los primeros meses de embarazo; un derecho constitucional derivado del más general derecho negativo a la privacy protegido -según los jueces- por la Primera Enmienda. La decisión del Tribunal Supremo suprimió las barreras al aborto establecidas en las legislaciones de los distintos Estados. No se trataba, por tanto de una despenalización en determinados supuestos, como en la mayor parte de las legislaciones europeas -por influencia alemana-, sino de un derecho constitucional inviolable, que las leyes penales de los Estados deben respetar, sin limitar su ejercicio: solo pueden poner algunas condiciones. Las sucesivas sentencias del Supremo configuraron este derecho de modo aún más individualista: la mujer no necesita el consentimiento del marido -si está casada- o de los padres -si es menor de edad-.
Lo más paradójico del reconocimiento del derecho constitucional al aborto en Estados Unidos es que tiene su origen en el perjurio de una mujer que nunca abortó y que hoy es pro vida. Norma McCorvey es el verdadero nombre de Jane Roe, su pseudónimo en el juicio ante el Supremo. Hoy se ha convertido al catolicismo, es una militante pro vida y sueña con que cambie la legislación sobre el aborto.
Cuando tuvo lugar el proceso, McCorvey era una joven de 21 años, sin dinero, sin marido y embarazada por tercera vez. Para las abogadas feministas Sarah Weddington y Linda Coffe era el caso perfecto y supieron utilizarlo. Para aumentar el efecto dramático, acordaron mentir en el juicio y decir que el embarazo se debía a una violación. Al alargarse el proceso, dio a luz a su hija y la entregó en adopción, igual que las dos anteriores.
El cambio de mentalidad de McCorvey fue lento. Cuando empezó a darse a conocer como la mujer que respondía al pseudónimo de Jane Roe, se transformó en una celebridad en los círculos pro aborto.
Luego se ganó la animadversión de estos grupos cuando reconoció que había mentido en el juicio. Pero siguió siendo pro choice.
En 1991 empezó a trabajar en un clínica abortista de Dallas, donde pudo ver de cerca los restos de bebés abortados en el segundo trimestre. "¿Cómo evitar que se te encogiera el alma? Nunca sonreíamos y algunas nos dimos al alcohol y a las drogas”, declaró después a Newsweek. Pero seguía justificando el aborto
Rehizo su vida y, en 1995 trabó amistad casualmente con algunos miembros de la organización pro vida Operación Rescate. Comenzó a colaborar con ellos y en 1998 volvió al catolicismo, en el que había sido educada.
Por contra, su abogada, Sarah Weddington, se mantiene en sus posiciones de 1973, y advierte sobre el peligro de que las mujeres jóvenes no perciban "cómo eran las cosas antes de Roe v. Wade" y por tanto "no sientan la necesidad de esforzarse en la defensa de ese derecho".
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