Las piezas de un puzzle

 

Somos un matrimonio joven. Nos casamos hace cinco años por la Iglesia, pero antes tuvimos otros cinco años de noviazgo; la verdad es que somos una pareja completamente normal. Siempre fuimos un poco convencionales, y según algunos amigos "algo chapados a la antigua", pero somos como las piezas de un puzzle; aquello que le falta a uno, le sobra al otro.

Nos complementamos perfectamente; y, a pesar de tener aficiones e inquietudes diferentes, el matrimonio sólo nos ha ayudado a ampliar horizontes, sin que los gustos del uno hayan anulado los del otro.

Nuestro mundo gira en tomo a dos pueblos de la provincia de Burgos, de los que cada uno es acérrimo defensor del suyo propio. Uno es de montaña (Pineda de la Sierra) y otro del valle (Ibeas de Juarros), distintos como es nuestra propia personalidad. Trabajamos en la ciudad, pero realmente estamos enamorados de la cultura rural, donde hemos decidido asentar nuestro hogar y nuestros sueños. Nos gustan las pequeñas cosas que hacen posible la tranquilidad y felicidad de los pueblos, aunque somos conscientes de que necesitamos la ciudad.

De siempre hemos sido una pareja activa preocupada por los problemas del pueblo, y echando una mano si fuera necesario.

Pertenecemos a asociaciones, participamos en la parroquia e incluso hemos sido concejales del ayuntamiento, sin otro interés que defender los derechos del pueblo.

A raíz de nuestro matrimonio, la participación ha sido mayor, pues, según parece, una pareja en el mismo lado llama más.

Pero aunque la participación fuera de casa está muy bien, las cosas cambian cuando un hijo llega a tu hogar. Tuvimos la suerte de tener a nuestro hijo Jesús casi a los tres años de estar casados, y ese momento cambió bastante nuestras vidas. En dos años que tiene hoy, nos ha hecho madurar enormemente, dando otra perspectiva a nuestro futuro. Desde luego, la escala de valores ha cambiado el orden.

Su llegada nos acercó, como nunca lo habíamos vivido, a Dios.

Antes de su llegada, el miedo a saber si lo haríamos bien o mal como padres nos impulsó a ponerlo todo en manos de Dios. Esa expresión: "que sea lo que Dios quiera", llegamos a degustarla durante los nueve meses de embarazo. Pero no se quedó sólo en una expresión; sin saber muy bien cómo, pasamos de cumplir con la Iglesia lo justo, a desearla de verdad, a buscar consuelo en ella, en ese Padre que parecía que nos lo ponía difícil, pero por el contrario estaba allí para ayudarnos. De veras que nunca habíamos estado tan "en línea directa con Dios". Antes de entrar en la sala de partos, rezamos juntos un Padrenuestro (teníamos miedo de verdad), y al acabar, y casi al unísono, dijimos: ¡que Dios nos ayude! Y, francamente, no ha dejado de hacerlo.

Uno de los días más felices de nuestra vida fue el bautizo de nuestro hijo. Fue algo que decidimos solos, sin que interviniera el resto de la familia, como puede ocurrir en una boda.

El bautizo fue algo importante, ya que al tomar esa decisión nos comprometíamos nosotros mismos, empezábamos nuestra "carrera" de padres, decidíamos por nuestro hijo, pero esperando hacerle el bien, abriendo un camino nuevo en el que nos esforzaríamos por avanzar todos juntos.

Alguna vez habíamos comentado de otros bautizos de amigos y familiares que sólo eran una fiesta más y poco sentimiento. Pero nos tocó a nosotros y cambiamos de opinión. Sentíamos de verdad que nos comprometíamos en serio; y la fiesta no era algo vacío.

Nuestra vocación de padres se afianzó ese día. Somos una familia muy afortunada, y nuestra relación de pareja también lo es, y hemos descubierto que no estamos solos: nuestra estrella está guiada por Dios.

No somos ni la pareja más religiosa ni la más practicante. Pero sí que damos gracias a Dios todos los días por los regalos que de él hemos recibido y recibimos cada día; y cómo toda buena relación hay que mimarla con pequeños detalles, aunque no sean grandes obras.

El nacimiento de nuestro hijo le dio una nueva dimensión a la vida que quizás de otra manera no hubiésemos conseguido, porque nuestros intereses podían ir por caminos menos importantes.

Margarita Arribas (1968) Antonino Torres (1962)

Casados en 1994


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