Según los estudios de Robert D. Putnam, un especialista de Harvard sobre relaciones de amistad y felicidad, estas cosas no dan más felicidad que quedarse en casa o ser ateo o agnóstico. Lo explica, con su colega Chaeyoon Lim, sociólogo de la Universidad de Wisconsin-Madison, en la American Sociological Review.
Lo que de verdad da mayor felicidad, explican, es ser comprometido con la comunidad religiosa y rezar (o adorar, o celebrar) regularmente con amigos.
Eso da más felicidad que, por ejemplo, quedar con amigos (aunque sean creyentes) para ir al cine o al fútbol.
Y cuantos más amigos se tenga con los que se comparten experiencias religiosas, más felicidad, según el estudio.
Ir a misa, o a la sinagoga, o al rezo del Rosario, con personas que son simplemente conocidos o hermanos en la fe, no cumple esta función. Han de ser amigos. Y tampoco vale el quedar para realizar tareas, dar clases de catequesis, limpiar los locales, preparar un acto... ha de ser una actividad espiritual. Y hay que compartirla.
Por ejemplo, es eficaz ir a misa con los amigos (y después, con ellos, para afianzar la amistad, tomarse un refresco, charlar, pasar el día...). Es eficaz rezar unos por otros, presencialmente, o darse el signo de la paz, o quedar diaria o semanalmente para la Adoración, o el Rosario... siempre que haya un espacio para la amistad real.
La frase que usa Robert Putnam es "encuentros regulares y experiencias religiosas con amigos de la congregación".
Pero en las grandes ciudades de Occidente (sobre todo en Europa y EEUU), esto son malas noticias para los católicos porque ¿quién va a misa con sus amigos? ¿Y quién hace realmente amistades en misa? Y, fuera de misa, ¿organizan algo las parroquias para crear amistades?
Los nuevos movimientos eclesiales encontrarían aquí una de sus fuerzas: ellos sí juntan personas, fomentan la amistad entre ellas, y les hace compartir experiencias religiosas. Eso, aplicado en dosis regulares (un grupo semanal de oración y amistad, por ejemplo) crea felicidad. Y con esa felicidad llegan: disponibilidad, servicio, comunidad, estabilidad, fidelidad, etc...
Por el contrario, la gente que va a misa a la parroquia no lo hace con sus amigos. Si tienen amigos católicos, éstos van a otras parroquias o a otras horas. Los jóvenes hacen amistades con otros jóvenes, pero los jóvenes de una parroquia que acuden al curso de Confirmación sin ser verdaderamente amigos, no se sentirán felices... y dejarán la parroquia en cuanto puedan. En la parroquia media, el católico se encuentra algunos conocidos de vista y muchísimos desconocidos: y no hay nada establecido para lograr que se hagan amigos. Y cuantos más asistentes, más anonimato.
En EEUU, la parroquia típica católica tiene diez veces más asistentes por servicio que las parroquias protestantes: congregaciones más pequeñas y muchas actividades además del culto, hacen que los protestantes empleen mejor el factor rezar-con-amigos. Incluso en las megaiglesias evangélicas de 30.000 o 40.000 feligreses, se ofrece un solo culto al que vienen todos juntos, pero luego se organizan actividades en grupos pequeños estables. En cambio, las familias católicas van un día a misa de una y otro a misa de siete, según sus planes de ese domingo, sin fidelizarse en un grupo ni hacer amistades.
Robert Putnam declaró, medio en broma, "los pastores y sacerdotes deben dedicar menos tiempo a preparar sus sermones y más a organizar cenas de parroquia". A lo que Steven Greydanus, un presbiteriano converso al catolicismo hace años, crítico de cine de Christianity Today, responde en su blog: "¿cenas de parroquia? ¿Cuándo fue la última vez que hubo algo así en su parroquia?"
En España, donde la gente es bastante sociable pero muy vergonzosa en las cosas de la fe y en la oración pública, muchos dirán que en las parroquias hay bastante amistad, pero poca experiencia religiosa compartida. Las cenas, excursiones y amistades, si no incluyen oración regular conjunta, con amigos, no funcionarán para mejorar los índices de felicidad. La oración estable y regular, si no hay amistades, tampoco sirve.
A unos párrocos se les da mal fomentar amistades entre sus feligreses. A otros se les da mal fomentar la oración regular. Si no se dan ambas cosas, la parroquia se limita a ser una expendedora de servicios a individuos que cumplen los preceptos, pero no reciben gratificación en forma de felicidad.
Putnam y Chaeyoon Lim insisten en que un grupo de creyentes amigos que se reúnen regularmente a compartir la fe y el culto obtienen mucha más felicidad que los ateos o agnósticos, por amigos que sean, que se reúnan a compartir fútbol, o póker o excursiones al campo.
Pero si no son creyentes, o no son amigos, o no se reunen regularmente o no lo hacen para una experiencia religiosa, no obtendrán los beneficios mencionados.
No sólo los nuevos movimientos eclesiales insisten en los grupos pequeños o medianos de amistad. Los Scouts, los grupos de Curso Alpha, las células parroquiales de evangelización, las comunidades de alianza... todos estos métodos de evangelización usan grupos pequeños que comparten amistad y oración grupal.
La pregunta que cualquier párroco debería hacerse es "¿cuántos de los feligreses que veo en misa el fin de semana forman parte de un grupo pequeño de amigos que comparten una experiencia espiritual?" Porque los que no lo hacen, a medio plazo, no sintiéndose felices, tenderán a ir desapareciendo.
Por el contrario, a los felices se les notará, y serán contagiosos y atraerán a otras personas.
www.religionenlibertad.com 23 abril 2012
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