El año pasado científicos de la NASA quisieron probarlo. Utilizaron el lugar más silencioso del mundo: la cámara anecoica de los Laboratorios Orfield. Recinto en el que han conseguido absorber el 99,99% de los sonidos. Consiste en una caja dentro de otra para evitar vibraciones exteriores y en un sistema de paneles que absorbe todos los ecos. Utilizada por empresas como Whirlpool y Harley-Davidson para medir «de verdad» el ruido que producen sus cacharros, en este caso fue usada para ver qué ocurría con las personas.
El resultado fue que ninguna persona logró estar dentro más de 45 minutos antes de mostrar síntomas de pérdida de control mental o locura.
Cuando le eliminas al oído todo estímulo externo, incluso los ecos, sigue funcionando para lo que está diseñado, para oír, así que localiza una fuente de sonido: el propio cuerpo. Al poco tiempo los sonidos de la respiración, los latidos del corazón y los de unas tripas se vuelven insoportables.
Me pareció una cruel pero ilustrativa venganza de la naturaleza: quedarnos con nosotros mismos. Somos los más insoportables para nosotros. En cierto sentido el Infierno debe ser así, tener que aguantarnos para toda la Eternidad.
Y este terrorífico esquema se reproduce en otros ámbitos, probablemente siempre, pero en nuestro tiempo con mucha virulencia. Ya sea en la filosofía en la que el inmanentismo aísla artificialmente la capacidad de conocer la realidad ofreciendo al hombre sólo «ruidos intestinales» hasta la locura. O la teodicea, en la que el ser humano tiene que forzarse para evitar cualquier eco de la presencia de Dios para poder así negarlo, y cuando se consigue no es que quede nada es que queda únicamente el insoportable individuo.
Pero también en la vida interior. Cuántas veces la oración se transforma en hablar, hablar y hablar y no escuchar nada. Porque el Señor habla. Y sus «ecos» también se oyen en los otros y en las situaciones de nos presenta la Providencia. Si decidimos apagarlos, anularlos, terminaremos como en la cámara anecoica, el corazón degenerará en una máquina de ruidos hasta perder el juicio.
La ventaja es que como en la cámara, «sólo» se consigue el 99,99% de eficacia. Ese 0,01 le es suficiente a Dios para hacer el resto. Basta con que no seamos tan bruticos. La Cuaresma es un tiempo perfecto para esto.
Aunque no he dado señales de vida os he leído, estimados lectores. Para mí, comienza el año, gracias por los mensajes, correos, tuits y llamadas de apoyo, Dios os lo pague.
infocatolica.com 5.03.14
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