Ya está aquí la Navidad. Se acabaron las clases hasta el 8 de enero, una vez que los Reyes Magos hayan dejado su cargamento de ilusiones. Es la fiesta de los niños, de los padres, de los abuelos, de los tíos y los primos, de los amigos. Todos disfrutamos poniendo el árbol y el viejo Belén, que es siempre nuevo, con sus pastores guardando los rebaños, los Reyes Magos montados en su camello, y el Portal con la mula y el buey, san José, la Virgen y el Niño en el pesebre.
Hace unas semanas estaba en una papelería y alguien entró a comprar tarjetas de Navidad. - ¿Las quiere con tema cristiano o «navideño»?, preguntó el dependiente. -No, deme unas de tema «navideño», respondió el comprador. Y se llevó tan contento unos tarjetones con abetos cargados de estrellas, paisajes nevados y luminosos, algún Santa Claus, y varios niños sonrientes de distintas razas jugando juntos, para felicitar las fiestas a sus amigos. Enviar christmas con el portal de Belén hace presente una Navidad «confesional» y si, por los motivos que sean, no se busca ofrecer esa imagen, siempre es posible elegir otras ilustraciones que se consideran más neutras.
Sin embargo, el abeto luminoso tiene un simbolismo cristiano: el árbol del Paraíso que está en el origen del mal y la muerte en el mundo, por el pecado de Adán y Eva, fue sustituido por el árbol de la auténtica vida, al nacer el segundo Adán, Cristo. La luz que acompaña al nacimiento del Mesías esperado, está simbolizada por las velas o luces encendidas y la estrella en lo alto. La luz de Cristo Salvador es la que envuelve los paisajes navideños. El Niño de Belén es el que integra a toda la humanidad, hombres y mujeres, niños y ancianos de todas las razas, en una sola familia, la familia de los hijos de Dios. Santa Claus (es decir, San Nicolás) fue un obispo de Asia Menor del siglo IV, famoso por defender a los niños y, sobre todo, por dar generosos regalos a los pobres. De modo que todos los tarjetones «navideños» que se llevó también eran de tema cristiano.
Un símbolo es una representación sensorialmente perceptible de una realidad. La captación de su valor simbólico supone una asociación de ideas entre lo que se percibe con los sentidos y esa otra realidad a la que remite. Esto hace que un mismo objeto pueda ser percibido por alguien como un símbolo, mientras que, quien no asocia esos conceptos, se queda en la simple imagen sensible. Así sucede con muchas tarjetas «navideñas». Pero la cuestión de los símbolos, o de aquello que se percibe incluso de un modo provocativo como símbolo, va más allá de la simple anécdota de los christmas.
En estos últimos días se ha hablado mucho acerca de la presencia de símbolos religiosos en las escuelas públicas. La decisión del Gobierno francés de prohibir símbolos religiosos como la kippa judía, el velo islámico o el crucifijo cristiano en las escuelas públicas ha merecido el apoyo de alguna plataforma ciudadana, y ha suscitado la perplejidad de la mayor parte de los ciudadanos corrientes que piensan por sí mismos. Una batalla legal contra los símbolos religiosos en los lugares públicos carece de sentido en una sociedad pluralista y abierta, en donde conviene evitar todo brote de intolerancia. Porque intolerancia es el intento de imponer ¿hasta en el modo de vestir y en los complementos! el dogma del laicismo.
Pero es que, además, los símbolos no pueden ser reprimidos por decreto-ley. Escapan a las luchas ideológicas. Quien se incomode ante un símbolo religioso se pondrá nervioso el día que un maestro cuente el cuento de Caperucita Roja en el colegio, no vaya a ser que a alguna niña se le pase por la imaginación ponerse un pañuelo en la cabeza. No podrá salir al campo, porque, en el vuelo majestuoso de las aves, sus alas y sus cuerpos dibujan cruces que se deslizan por el aire, ni podrá mirar al cielo en una noche clara, porque lo verá plagado de estrellas de David. La educación para la convivencia no es cuestión de sombreros, pañuelos, ni trozos de madera cruzados, sino de mente clara y afecto sincero a todos, respetándolos tal y como son, permitiéndoles reflejar en su porte externo su personalidad y sus convicciones.
En el portal de Belén son bien recibidos los pastores judíos-, los magos —extranjeros- y todos los que se acercan con buen corazón.
Por Francisco Varo
Profesor de Sagrada Escritura
Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
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