El día 12, en Ratisbona, pronunció una homilía sobre la creación del mundo. Y tuvo un discurso académico, en la Universidad donde fue Vicerrector, sobre las relaciones entre fe y razón. El tema tiene enorme actualidad.
En 1859, Darwin publicó El origen de las especies. Y casi un siglo después, hacia 1960, dos ingenieros de la compañía Bell, sin saberlo, dieron con la prueba de la explosión inicial del universo (Big Bang). La teoría de la evolución cambió nuestra concepción sobre el origen del hombre. Y la teoría del Big Bang cambió nuestra idea sobre el origen del mundo.
Si juntamos las dos teorías, resulta una especie de proceso que comienza con la explosión original, hace más de 14.300 millones de años, y que produce toda la realidad que conocemos, hasta la criatura más compleja, que es el hombre, y el objeto más complejo del universo, que es el cerebro.
La Teoría de la Evolución fue saludada por muchos pensadores materialistas como la demostración de que el hombre es sólo materia. En cambio, la teoría del Big Bang acabó con la ilusión materialista de la materia eterna, que "ni se crea ni se destruye". Por supuesto la materia se destruye y se degrada en energía. Pero, además, toda la materia que conocemos actualmente en todas sus formas, ha emergido y se ha constituido a partir de la explosión original. Y esto necesita algún tipo de explicación.
Y aquí está el quid de la cuestión. Quienes quieren seguir siendo materialistas defienden que la explosión y todo lo que ha venido después es un proceso sin ninguna lógica. Es decir, que no hay ninguna mente detrás, que todo es fruto ciego del azar. Y niegan que la evolución tenga ningún sentido. Es una apuesta por el absurdo.
El argumento que le gusta repetir a Benedicto XVI es que si el proceso es irracional, entonces la razón humana, que es resultado de ese proceso, es fruto de la irracionalidad. Curiosa paradoja: una razón que procede de la sinrazón. Esto recuerda el prólogo del Quijote y el argumento con el que se volvió loco.
Que ha habido casualidad en la formación del universo es evidente. Hoy mismo la casualidad, el azar, pequeñas causas imprevisibles dominan, por ejemplo, el tiempo atmosférico, y muchas circunstancias de la vida. Siempre ha habido casualidad.
Pero hay que tener cuidado con este argumento. Si un día paseamos por el campo y metemos el pie en un hoyo donde encontramos un tesoro; la casualidad explica que encontremos el tesoro, pero no explica la existencia del tesoro. De forma paralela, la
casualidad ha podido tener un papel en la aparición de las formas superiores de la vida, pero no las explica. La casualidad puede dar ocasión a que se manifiesten las leyes y las estructuras del mundo, pero no explica las leyes y las estructuras del mundo.
Esta es hoy la cuestión más importante de la filosofía de la ciencia: la emergencia del orden y de las propiedades. Para los que son creyentes, la existencia de orden y belleza en el universo es una huella de la sabiduría del Creador. De un creador de las leyes y de las formas, que ha creado el mundo contando también con el azar para desarrollarlo.
En este proceso, que pasa desde una explosión inicial de energía a la aparición de todas las formas y las leyes de la física, a la formación de las peculiares condiciones de la Tierra, a la aparición de las formas de vida y al desarrollo de toda la escala hasta el hombre, ha habido mucha casualidad. Pero las leyes, las formas, las estructuras, las propiedades y la razón humana no se explican por la casualidad. Lo racional no se explica por lo irracional. La razón no puede basarse en la sinrazón. La inteligencia tiene que basarse en la inteligencia.
Juan Luis Lorda
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
Fecha: 16 de septiembre de 2006
Diario de Navarra
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