1.- La Iglesia no intenta imponer nada. ¿Cómo iba hacerlo? ¿Acaso piensan que los obispos quieren dar un golpe de Estado, o enviar a un ejército de clérigos armados con cirios a tomar el Parlamento? La Iglesia intenta que su voz se oiga en todas partes, y está en su perfecto derecho.
2.- La Iglesia no puede definir lo que es delito, porque los obispos no redactan el BOE.
3.- La Iglesia quiere recordar al mundo que existe una Ley Natural, un -digámoslo así- “manual del usuario” del ser humano, obra del Fabricante, y que, cuando el hombre no respeta esa Ley Natural, el resultado se vuelve contra él mismo y la vida se frustra. Esa proclamación no atenta contra la libertad del hombre, sino, al contrario, pretende iluminarla. Si yo le digo a usted que un reproductor de DVDs no es una tostadora, y que si introduce usted una rebanada de pan en la bandeja del reproductor acabará por destrozarlo, no por ello le estoy haciendo menos libre ni quiero imponerle nada. Más bien, le hago más libre, al aportarle más conocimientos. Luego, si usted quiere meter la rebanada de pan en la bandeja, allá usted.
4.- La Iglesia grita que atentar contra esa Ley Natural, obra del Creador, constituye un pecado, porque supone violar la Ley de Dios.
5.- La Iglesia recuerda, a los políticos y a todos los hombres, que unas leyes positivas que quieran estar al servicio del hombre para ayudarle a llevar una vida más plena deben tomar como guía de fondo la Ley Natural. Cuando una ley positiva se opone a Ley Natural, esa ley se opone al hombre mismo.
6.- La Iglesia nunca ha dicho que pecado y delito deban identificarse. La ley positiva regula las relaciones sociales. Es en ese aspecto en el que debería ser iluminada por la Ley Natural, a fin de operar a favor del hombre y no contra él. Por ejemplo, un mal pensamiento puede ser un pecado, pero nunca debería ser un delito, porque no afecta a las relaciones sociales. Faltar a misa un domingo puede ser un pecado mortal, pero nunca debería tipificarse como delito, porque pertenece a la relación íntima entre un hombre y Dios. Sin embargo, matar es un pecado gravísimo contra la Ley Natural, que, a la vez, debería constituir un delito igualmente grave, porque el asesinato mina las relaciones entre los hombres.
7.- La Iglesia recuerda que el aborto provocado constituye un asesinato, al segarse, con alevosía, una vida humana en sus etapas más tempranas.
8.- Una vez que la Iglesia ha hablado, los políticos pueden hacer y decir lo que quieran, El País puede escribir las mentiras que considere oportunas, y los ciudadanos pueden escuchar o no escuchar. Pero, cuando, al cabo del tiempo, España recupere el seso y se lleve las manos a la cabeza ante la masacre que está perpetrando, nadie podrá decir que la Iglesia no elevó bien alta su voz proclamando una verdad que muchos no quisieron escuchar. Ésa es, ha sido, y será siempre la única misión de la Iglesia: predicar en el Desierto... y llevarse tortas. ¡Para eso estamos!
José-Fernando Rey Ballesteros http://www.jfernandorey.es/blog/?m=20090424
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