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Sobre la Eucaristía
Año Santo de la Misericordia
Colección +breve
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Es muy extraordinario que unas pocas gotas de agua, que apenas si serían suficientes para lavarte la cara, puedan lavarte de todos tus pecados; sin embargo, esto es lo que, de hecho, ocurre con el Bautismo.
Pero en el Sacramento de la Sagrada Eucaristía, el Pan y el Vino no son el pan y el vino de antes de la Consagración. Algo les ha sucedido, se han convertido en realidades diferentes. Este Sacramento es mucho más extraordinario que todos los demás Sacramentos
Es muy extraordinario que una o dos gotas de aceite puedan dar fuerzas al hombre para soportar la llegada de la muerte, sin embargo, ése es el efecto de la Unción de los Enfermos. En el Bautismo, el agua es solamente agua; en la Unción, el aceite es sólo aceite.
La presencia de Nuestro Señor en la Sagrada Eucaristía es exactamente lo contrario de lo que es tu presencia en el espejo. Cuando te peinas delante del espejo, lo que ves en él, esa persona que está delante de ti, tiene el mismo aspecto que tú, pero no tiene realidad; se te parece, pero no eres tú.
Cuando miras la Sagrada Hostia, ves algo que no tiene el aspecto de Jesucristo, pero sí tiene Su realidad; no se parece a Él, pero es Él
La sustancia que hay debajo de la apariencia del pan y la apariencia del vino deja de existir a partir de la Consagración; en su lugar está la presencia de Jesucristo.
Cuando comulgamos recibimos a Jesucristo. Entra directamente en nosotros, nos une corporalmente con Él. ¿Por qué lo hace?* Lo hace para que el Amor de Dios crezca dentro de nuestras almas.
El hecho de que en la Eucaristía la substancia del pan y la substancia del vino desaparezcan y en su lugar se ponga la realidad de Jesucristo —esto es la Transubstanciación— hace que cada uno de nosotros nos unamos a una misma Persona; es más, nos convirtamos en una Persona en Cristo
Cuando recibes la Sagrada Eucaristía, no has recibido algo exactamente igual que lo que ha recibido esa otra persona; has recibido la misma cosa que ella, el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. No es como si hubieses recibido tú una parte de Jesucristo y ella otra. Cada una de las dos ha recibido a Cristo entero, cada una de las dos se ha convertido en parte de Él, al hacerse Él parte de cada una de ellas.
La mayor parte de los Sacramentos, y lo decimos sin intención de ser irreverentes, son transacciones; lo haces porque hay que hacerlo. Cuando te vas a confesar, por ejemplo, entras sintiéndote culpable y quieres salir sintiéndote inocente; y cuanto antes mejor.
Igual sucede con los demás Sacramentos; el Bautismo dura mucho tiempo y todo el mundo allí presente quiere que termine cuanto antes. La mente de la Iglesia con respecto a los Sacramentos es: «Si se ha de hacer, más vale que se haga cuanto antes».
Nuestro Señor se dejó colgar en una Cruz durante tres horas, se ofreció como sacrificio; en cualquier lugar y en cualquier momento que se celebra la Misa, se renueva esa acción
Pero con la Sagrada Eucaristía todo es diferente. Porque es realmente parte de la Misa, y la Misa no es una mera transacción. La Misa no es solamente un Sacramento, sino también un Sacrificio.
Cuando un compositor escribe una canción, en cierto sentido, podríamos decir que ya la ha terminado, ahí está la melodía, acabada y completa. Pero la gente puede interpretar una y otra vez, día tras día, esa canción, y al hacerlo se renueva constantemente.
De una manera mucho más profunda, eso es lo que sucede con el sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario: en cierto modo, todo se completó allí; ahí está el sacrificio acabado. Pero los sacerdotes, al celebrar la Misa, día tras día, renuevan ese sacrificio al repetirlo una y otra vez. Y cada vez que esto sucede, queremos estar allí, junto al sacerdote, en ese acto espléndido de adoración a Dios. No es algo que tenemos que hacer, sino algo que queremos hacer.
La Misa es una acción en común, lo hacemos todos juntos: «orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios Todopoderoso». Ese sacrificio es, efectivamente, mío y vuestro, pero ciertamente no tendréis Misa sin sacerdote. Pero es un sacrificio tanto vuestro como del sacerdote.
La Misa no es el sacrificio que ofrecen en común las personas que asisten a ella. Es el sacrificio de la Iglesia entera
En la Misa, rezamos por el Papa, por nuestro Obispo y por los demás cristianos que observamos la Fe Católica y Apostólica. A continuación, rezamos por todos los difuntos que descansan en Cristo. Nos unimos a Nuestra Señora, los Apóstoles y un montón de Santos más. Así que, una vez más, nos encontramos unidos a los vivos y a los muertos. Oímos el murmullo de la oración de la Iglesia, oración que forma parte de la nuestra, y la nuestra forma parte de ella.
A medida que crece la fe y la caridad, se descubre la necesidad de vivir pendientes del Señor en el Sagrario, que llega a ser el centro de nuestra vida
Todo lo que se refiere a la Eucaristía, hemos de cuidarlo con cariño; y al Señor, que está realmente presente en los Sagrarios de todas nuestras Iglesias, no debe faltarle nuestra compañía. Es una hermosa costumbre la de visitar al Señor en el sagrario en algún momento durante el día.
Fuente: Ronald A. Knox, El Credo a cámara lenta
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