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Sobre la amabilidad y la confianza en la familia
Año Santo de la Misericordia
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La palabra «amor» es una de las más utilizadas, pero aparece muchas veces desfigurada. Por eso es valioso detenerse a precisar el sentido de las algunas de sus expresiones, para intentar una aplicación a la existencia concreta de cada familia.
Ser amable es parte de las exigencias irrenunciables del amor, todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean
Amar también es volverse amable. El amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás.
La cortesía «es una escuela de sensibilidad y desinterés», que exige a la persona «cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir, hablar y, en ciertos momentos, a callar».
Una mirada amable no es posible cuando reina un pesimismo que destaca defectos y errores ajenos. Una mirada amable permite que no nos detengamos tanto en los límites del otro, y así podamos tolerarlo, aunque seamos diferentes
Entrar en la vida del otro, incluso cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud no invasora. El amor exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón.
El amor amable genera vínculos. Sin sentido de pertenencia no se puede sostener una entrega por los demás, cada uno termina buscando sólo su conveniencia y la convivencia se torna imposible.
Una persona antisocial cree que los demás existen para satisfacer sus necesidades, y que cuando lo hacen sólo cumplen con su deber. Por lo tanto, no hay lugar para la amabilidad del amor y su lenguaje.
Decía Jesús a las personas: «¡Ánimo hijo!», «¡Qué grande es tu fe!», «¡Levántate!», «Vete en paz», «No tengáis miedo»
El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan.
No son palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian. En la familia hay que aprender este lenguaje amable de Jesús.
Dice santo Tomás de Aquino: «pertenece más a la caridad querer amar que querer ser amado». Las madres, que son las que más aman, buscan más amar que ser amadas
Hemos dicho muchas veces que para amar a los demás primero hay que amarse a sí mismo. Sin embargo, hay que evitar darle prioridad al amor a sí mismo como si fuera más noble que el don de sí a los demás.
Por eso, el amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, «sin esperar nada a cambio», hasta llegar al amor más grande, que es «dar la vida» por los demás.
Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y otra es consentirla, dejar que se convierta en una actitud permanente. Por ello, nunca hay que terminar el día sin hacer las paces en la familia
La paciencia evita reaccionar bruscamente ante las debilidades o errores de los demás. Se refiere a una reacción interior de indignación. Se trata de una violencia interna que nos coloca a la defensiva ante los otros, como si fueran enemigos. Alimentar esa agresividad íntima no sirve para nada y termina aislándonos.
La indignación es sana cuando nos lleva a reaccionar ante una grave injusticia, pero es dañina cuando tiende a impregnar todas nuestras actitudes ante los otros.
La reacción interior ante una molestia que nos causen los demás debería ser desear el bien del otro, pedir a Dios que lo libere y lo sane. Si tenemos que luchar contra un mal, hagámoslo, pero siempre digamos «no» a la violencia interior.
La confianza básica reconoce la luz encendida por Dios, que se esconde detrás de la oscuridad. Esta confianza hace posible una relación de libertad.
El amor confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer, a dominar
Esa libertad, que hace posible espacios de autonomía, apertura al mundo y nuevas experiencias, permite que la relación se enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado sin horizontes.
Al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia. Cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces se muestra tal cual es, sin ocultamientos.
Una familia donde reina una básica y cariñosa confianza, y donde siempre se vuelve a confiar a pesar de todo, permite que brote la verdadera identidad de sus miembros, y hace que espontáneamente se rechacen el engaño, la falsedad o la mentira
Alguien que sabe que siempre sospechan de él, que lo juzgan sin compasión, que no lo aman de manera incondicional, preferirá guardar sus secretos, esconder sus caídas y debilidades, fingir lo que no es.
Fuente: Papa Francisco, Amoris Laetitia
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