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Sobre el amor indisoluble en el matrimonio
Año Santo de la Misericordia
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La caridad conyugal es el amor que une a los esposos, santificado, enriquecido e iluminado por la gracia del sacramento del matrimonio.
El Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó.
Después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es la «máxima amistad». Pero el matrimonio agrega una exclusividad indisoluble.
Estos y otros signos muestran que en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a lo definitivo. Y, para los creyentes, es una alianza ante Dios que reclama fidelidad
Seamos sinceros y reconozcamos las señales de la realidad:
Un amor débil o enfermo, incapaz de aceptar el matrimonio como un desafío que requiere luchar, no puede sostener un nivel alto de compromiso.
Que ese amor pueda atravesar todas las pruebas y mantenerse fiel, supone el don de la gracia que lo fortalece y lo eleva
El matrimonio es una amistad con notas propias de la pasión, pero orientada a una unión cada vez más firme e intensa.
Esta amistad adquiere un carácter totalizante que sólo se da en la unión conyugal. Precisamente por ser totalizante, esta unión también es exclusiva, fiel y abierta a la generación. Se comparte todo, aun la sexualidad, siempre con el respeto recíproco.
En el matrimonio conviene cuidar la alegría del amor. Cuando la búsqueda del placer es obsesiva, nos encierra y nos incapacita para encontrar otro tipo de satisfacciones. La alegría nos permite encontrar gusto en realidades variadas, aun en las etapas de la vida donde el placer se apaga
El matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a cuidarse.
El amor de amistad se llama «caridad» cuando se capta y aprecia el «alto valor» que tiene el otro.
En la sociedad de consumo el sentido estético se empobrece, y así se apaga la alegría. Todo está para ser comprado, poseído o consumido; también las personas.
La ternura es una manifestación de amor que se libera del deseo de la posesión egoísta. Nos lleva a vibrar ante una persona con un inmenso respeto y con un cierto temor de hacerle daño o de quitarle su libertad
El amor al otro implica valorar lo sagrado de su ser personal, que existe más allá de mis necesidades. Esto me permite buscar su bien también cuando se ha vuelto físicamente desagradable, agresivo o molesto.
La mirada que valora tiene una enorme importancia. ¡Cuántas cosas hacen a veces los cónyuges y los hijos para ser mirados y tenidos en cuenta! Muchas heridas y crisis se originan cuando dejamos de contemplarnos.
Por otra parte, la alegría se renueva en el dolor. Pocas alegrías humanas son tan hondas como cuando dos personas que se aman han conquistado juntos algo que les costó un gran esfuerzo
La alegría de ese amor contemplativo tiene que ser cultivada. Las alegrías más intensas de la vida brotan cuando se puede provocar la felicidad de los demás.
Quiero decir a los jóvenes que nada de todo esto se ve perjudicado cuando el amor asume el cauce de la institución matrimonial
Es verdad que el amor es mucho más que un consentimiento externo o que una especie de contrato matrimonial. La decisión de dar al matrimonio una configuración visible en la sociedad, manifiesta su relevancia. Indica una superación del individualismo adolescente.
Esto vale mucho más que una mera asociación espontánea para la gratificación mutua, que sería una privatización del matrimonio.
El rechazo de asumir este compromiso es egoísta, interesado, mezquino, no acaba de reconocer los derechos del otro y no termina de presentarlo a la sociedad como digno de ser amado incondicionalmente
Implica una serie de obligaciones, pero que brotan del mismo amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz de arriesgar el futuro. Comprometerse con otro de un modo exclusivo y definitivo siempre tiene una cuota de riesgo y de osada apuesta.
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