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Diálogo y fecundidad en el matrimonio
Año Santo
de la Misericordia
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Cuando el amor se convierte en una mera atracción o en una afectividad difusa, esto hace que los cónyuges sufran una extraordinaria fragilidad cuando la afectividad entra en crisis o cuando la atracción física decae
Tiene gran valor que el matrimonio es una cuestión de amor, que sólo pueden casarse los que se eligen libremente y se aman.
Dado que estas confusiones son frecuentes, se vuelve imprescindible acompañar en la vida matrimonial para enriquecer y profundizar la decisión consciente y libre de pertenecerse y de amarse hasta el fin.
Al cónyuge no se le exige que sea perfecto. Hay que dejar a un lado las ilusiones y aceptarlo como es: inacabado, llamado a crecer, en proceso
Es un desafío ayudar a descubrir que el matrimonio no puede entenderse como algo acabado. La unión es real, es irrevocable, y ha sido confirmada y consagrada por el sacramento del matrimonio. Pero al unirse, los esposos se convierten en protagonistas, dueños de su historia y creadores de un proyecto que hay que llevar adelante juntos.
Esto lleva a que el amor sea sustituido poco a poco por una mirada inquisidora e implacable, por el control de los méritos y derechos de cada uno, por los reclamos, la competencia y la autodefensa
Cuando la mirada hacia el cónyuge es constantemente crítica, eso indica que no se ha asumido el matrimonio también como un proyecto de construir juntos, con paciencia, comprensión, tolerancia y generosidad.
Así se vuelven incapaces de hacerse cargo el uno del otro para la maduración de los dos y para el crecimiento de la unión. A los nuevos matrimonios hay que mostrarles esto con claridad realista desde el inicio, de manera que tomen conciencia de que «están comenzando».
Suele ayudar el que se sienten a dialogar para elaborar su proyecto concreto en sus objetivos, sus instrumentos, sus detalles. Posibles fases:
La maduración del amor implica también aprender a «negociar». No es una actitud interesada o un juego de tipo comercial, sino en definitiva un ejercicio del amor mutuo, porque esta negociación es un entrelazado de recíprocas ofrendas y renuncias para el bien de la familia
Impacto inicial, caracterizado por una atracción marcadamente sensible
Se pasa a la necesidad del otro percibido como parte de la propia vida.
De allí se pasa al gusto de la pertenencia mutua.
Luego a la comprensión de la vida entera como un proyecto de los dos.
Luego a la capacidad de poner la felicidad del otro por encima de las propias necesidades.
Luego al gozo de ver el propio matrimonio como un bien para la sociedad.
En el hogar las decisiones no se toman unilateralmente, y los dos comparten la responsabilidad por la familia, pero cada hogar es único y cada síntesis matrimonial es diferente.
Una de las causas que llevan a rupturas matrimoniales es tener expectativas demasiado altas sobre la vida conyugal.
Cuando se descubre la realidad, más limitada que lo que se había soñado, la solución no es pensar en la separación, sino asumir el matrimonio como un camino de maduración. Cada uno es un instrumento de Dios para hacer crecer al otro
Es posible el cambio, el crecimiento, el desarrollo de las potencialidades buenas que cada uno lleva en sí. Se parte de una fragilidad que, gracias al don de Dios y a una respuesta creativa y generosa, va dando paso a una realidad cada vez más sólida y preciosa.
Se debe alentar a los esposos a ser generosos en la comunicación de la vida.
El camino adecuado para la planificación familiar presupone un diálogo consensual entre los esposos, el respeto de los tiempos y la consideración de la dignidad de cada uno de los miembros de la pareja
Es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae vitae y la Exhortación apostólica Familiaris consortio para contrarrestar una mentalidad a menudo hostil a la vida.
La elección responsable de la paternidad presupone la formación de la conciencia. En la medida en que los esposos traten de escuchar más en su conciencia a Dios y sus mandamientos, y se hagan acompañar espiritualmente, tanto más su decisión será íntimamente libre.
Se ha de promover el uso de los métodos basados en los “ritmos naturales de fecundidad”. También se debe hacer ver que “estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica”. Los hijos son un maravilloso don de Dios, una alegría para los padres y para la Iglesia
De común acuerdo y con un esfuerzo común:
se formarán un recto juicio, atendiendo no sólo a su propio bien, sino también al bien de los hijos, ya nacidos o futuros,
discerniendo las condiciones de los tiempos y del estado de vida, tanto materiales como espirituales,
teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia.
En último término, son los mismos esposos los que deben formarse este juicio ante Dios
Fuente: Papa Francisco, Amoris Laetitia
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