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Es obvio que quien se introduce por el camino del espíritu, necesariamente tendrá que luchar por conseguirlo. Estamos continuamente amenazados por nuestra debilidad.
No cabe duda de que es muy difícil escapar de lo superficial y de lo banal, sin espíritu de lucha
Los ejemplos se cuentan por decenas: conquistamos una virtud y, pasado el tiempo, volvemos a caer; iniciamos un proyecto apasionante… y lo dejamos a medias; decidimos una y mil veces escapar de eso que nos hace mal, y volvemos una y otra vez a pacer en esos mismos pastos…
No somos ángeles. Somos hombres, y la conquista de la libertad verdadera se obra día a día, momento a momento.
No siempre encontramos a Dios cuando lo necesitamos, ni siempre experimentamos que está todo lo cerca que desearíamos. A veces parece tan lejano como las estrellas del cielo.
La oscuridad en la relación con Dios puede tener que ver con su ocultamiento, como ha ocurrido con muchos santos; pero ordinariamente se relaciona más bien con nuestro abandono en lo perentorio y superficial.
Luchar con Dios es, en el fondo, luchar con nosotros mismos
Luchar con Dios, fajarse con Él, significa no abandonar «a medias» el campo de batalla de la oración, ni renunciar a la primera a los compromisos que hicimos por él: voluntariados, pequeños sacrificios, penitencias, etc.
Con todo, hemos de estar advertidos de dos cosas: lo que la lucha no es, y los enemigos de todo deseo por ser mejores.
Basta con decir que la lucha no es vencer a la primera, o conforme a un plazo previsto. Lucha no tanto el que vence como el que se levanta
El Papa Francisco afirmaba a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia: mirar hacia arriba, apostar por lo más alto, tener los más excelentes ideales es posible si estamos dispuestos a levantarnos siempre.
«Es Jesucristo quien nos impulsa a levantar la mirada y a soñar alto. “Pero padre –me puede decir alguno– es tan difícil soñar alto, es tan difícil subir, estar siempre subiendo. Padre, yo soy débil, yo caigo, yo me esfuerzo pero muchas veces me vengo abajo”. La mano de Jesús está siempre tendida para levantarnos, cuando nosotros caemos».
Una vez comprendido el sentido de la pelea por llegar alto, es oportuno detenerse en sus principales enemigos.
En materia espiritual, cuando se resquebraja el ideal, cuando falta el amor, nace la pereza y se diluye la lucha. El vicio enemigo del hombre enamorado es la pereza
Nos dejamos dominar por la indolencia o la pereza cuando falta un por qué. Si, por lo que sea, descubrimos que estamos de maravilla sin ese idioma, llegamos a convencernos de que después de todo no es tan importante estudiarlo. Se puede vivir sin ello, y se cede poco a poco hasta el desánimo.
Hay que plantearse a fondo el tema de la lucha en términos de batalla de amor… y no tanto como puños y voluntarismo. Este es el beneficioso binomio: lucho por amar; amo, y por eso lucho.
Desanima mucho tropezar siempre con la misma piedra, especialmente si hay sincero empeño por no hacerlo. La fragilidad se hace mortalmente patente.
Debemos comprender que es normal caer en lo que no se desea, aunque se ponga mucho empeño en contra. Comprenderse no significa tolerarse todos los caprichos: son cosas distintas.
Comprenderse es darse cuenta de que, con esa fragilidad, Dios consigue hacer maravillas. Eso es lo extraordinario, no nuestras caídas
Dejarse engañar una vez por el enemigo es fragilidad; pensar que somos unos miserables irredentos después de la caída puede ser desesperanza.
Las múltiples caídas hacen demasiado daño a muchas personas. En el diálogo de la dirección espiritual, hay que encontrar necesariamente nuevos modos de luchar, diferentes maneras de atacar un mismo tema. De otro modo, el alma se puede agotar o quemar.
A veces la lucha parece infructuosa, cuando la miramos con ojos humanos y a corto plazo. En la cultura de la inmediatez y la eficiencia, quizá parezca inútil la lucha; pero, en el plano del espíritu, la victoria llega con suavidad, al tiempo de Dios.Algunos ejemplos donde mirar nuestra constancia:
cómo nos alzamos por la mañana, si pesarosamente o con corazón ilusionado;
cómo ha sido nuestra batalla del carácter, que busca conquistar una forma de ser dulce y acogedora para el prójimo;
si hemos vivido la obra de misericordia de soportar con paciencia a quien nos molesta;
cómo hemos batallado precisamente en aquellos aspectos en los que somos más frágiles: la ira, la envidia, la sensualidad o la crítica.
Fuente: Fulgencio Espa Feced.
Cuenta Conmigo. El acompañamiento espiritual.
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