Me contó que él era alcohólico, muy violento, que la golpeaba a ella y a sus hijos, y que ella tuvo que dejarlo porque la vida era imposible. A este hombre no le quedaba mucho tiempo de vida. Ella no podía verlo dejar este mundo así, con esta preocupación en su alma.
Entonces fui a verlo. Lo saludé y le pregunté si le gustaría recibir la santa comunión. Esto le hizo reaccionar pero respondió que no. En el segundo encuentro fui para saludarle y desearle un buen día. En la tercera visita le ofrecí el sacramento de la penitencia. Se negó diciendo que Dios jamás podría perdonarle todo el mal que había hecho. Entonces le hablé del buen ladrón en la cruz, que no conocía la bondad de Dios. El buen ladrón experimentó que ese Amor sobrepasaba todo el mal que él había cometido. Piensa en esto -le dije.
Dos días más tarde me llamó a su habitación. Quería confesarse. En los días que siguieron hizo venir a su ex esposa y a sus hijos para pedirles perdón. La última de sus hijas, que tenía muchas dificultades para perdonarle, estuvo ahí algunos minutos antes de que muriera. Lo perdonó en sus últimos momentos de lucidez.
André Côté
Saint-Jéróme (Canadá)
100 historias en blanco y negro
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