Durante mi juventud estuve alejado de la Iglesia, en el sentido que sólo me dedicaba a cumplir y, al final, ese cumplimiento acabó en abandono. En este contexto de apatía y dejadez empecé a sentir algo que, aunque no sé muy bien cómo explicarlo, me invadía llenando mi existencia de inquietudes y preguntas. La historia vocacional se despertó (a raíz de una confesión) una vez finalizado el curso de COU, y en vistas a iniciar la carrera de Derecho (entre el jaleo universitario, los ideales políticos, las ganas de diversión, el ansia de descubrir cosas, la búsqueda de novia...) En este contexto notaba cómo mi corazón no estaba conforme con muchas cosas, no podía quedarme igual ante las injusticias de la vida, el sufrimiento del mundo y la impasibilidad de la sociedad (en la cual yo me sentía implicado). Pero, claro, en todo este jaleo no sabía cuál era mi papel.
Intenté apagar y olvidar estas historias con otras preocupaciones y excusas. Dejé la carrera de Derecho, ingresé en una academia de bomberos para prepararme oposiciones y, más tarde, al no convocarse oposiciones, me llamaron a cumplir el servicio militar a Cartagena, donde, a pesar de ser el año de más rebote y perdición, más claro experimenté la voz de Dios invitándome a una gran misión que debía descubrir. Pensé en mil historias, en grupos de acción humanitaria, en el voluntariado, en ir a la aventura a algún país del tercer mundo, e incluso se me pasó por la cabeza la vida sacerdotal, pero, claro, ¿cómo se iba a fijar Dios en un alejado de su Iglesia para realizar tal misión? La lucha se iba incrementando mientras yo buscaba evadirme entre los amigos y la fiesta. Pensaba que Dios bromeaba, o experimentaba conmigo, o no era consciente de lo que me proponía; no sé muy bien lo que pasaba, pero mi corazón no podía descansar.
Ante esta situación hice lo que creo que hemos hecho todos los seminaristas: acudir a un sacerdote amigo para pedirle ayuda y consejo. Este amigo mío, primero, me encaminó a vivir mi fe en el seno de una comunidad parroquial y, después, me ayudó a discernir mi vocación en el seno de Iglesia. Después de hablar con el Delegado de orientación vocacional y con el Rector, entré en el Seminario para madurar y modelar esa posible vocación que Dios había sembrado en mi vida.
Ahora, seis años más tarde, sólo puedo dar gracias a Dios por la historia de amor que ha hecho y está haciendo conmigo. Estoy convencido de que sólo el amor de Dios, manifestado en su Hijo Jesucristo, es capaz de colmar de forma radical la existencia del hombre. Esto es lo que yo he experimentado, y esto es lo que quiero compartir desde el ministerio sacerdotal. El próximo día 31 de marzo seré ordenado diácono y el 30 de junio recibiré el ministerio presbiteral. A Dios le pido que me permita ser fiel a la vocación a la que he sido llamado y que, a pesar de todas mis debilidades y pecados, pueda servir a la Iglesia, a la que he descubierto como Madre y Maestra.
Puedo afirmar, con toda rotundidad, que me siento plenamente realizado. Esto no significa que no existan momentos de duda, tentación y sufrimiento..., pero, a pesar de todo esto, nunca antes he experimentado tanta felicidad. Es el mejor tesoro que jamás me han dado, y por nada en el mundo lo cambiaría, es más, si mil veces naciera, mil veces pediría a Dios la vocación.
Álvaro Almenar Picallo.
Valencia
Álvaro fue ordenado sacerdote el 30 de junio de 2001
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