Durante sus primeros 35 años de vida, el joven Bujar Tripa vivió y se formó en el país más férreamente ateo de Europa, la Albania comunista gobernada por Enver Hoxha, el único país del mundo que oficialmente ha declarado el ateísmo como ideología rectora del Estado.
Su familia, como la mayoría de los albaneses, era de tradición musulmana, pero ninguna fe podía predicarse ni transmitirse de padres a hijos sin gran peligro.
Bujar veía a sus abuelos rezar, siempre escondidos, con el “tespie” en la mano, el rosario musulmán que repasa los nombres de Alá.
También les veía postrarse en la oración varias veces al día. Siempre a escondidas, siempre sin hacer ruido, sin que lo supiesen los vecinos.
Del cristianismo, apenas sabía nada. Recordaba que en su más tierna infancia había habido una fiesta donde la gente se regalaba postales de colores fascinantes, con dibujos de personajes santos y felicitaciones. Y alguna vez sus abuelos le hablaron de Jesús, un profeta anterior a Mahoma. Y ya está.
Esa era su formación religiosa.
“Como todos los de mi generación, crecí bajo un bombardeo de lecciones de marxismo-leninismo y ateísmo, primero en el instituto, después en la universidad, seguidas por obligación más que por convicción”, recuerda Bujar en el libro “Conversos venidos del Islam” (Editorial Libros Libres).
“La única referencia ideal que se nos proponía era el partido, una entidad sin rostro”, y eso dejaba un hueco.
“Quedaba sin respuesta la pregunta sobre el sentido de la existencia, ese Dios negado por los libros de texto y por los profesores pero que, periódicamente, se asomaba a la vida como una posibilidad remota y, al mismo tiempo, fascinante, a tener en cuenta”.
Bujar fue un estudiante modelo, primero en el liceo Sami Frasheri de Tirana, luego en la universidad, donde se licenció como ingeniero.
Pero la idea de que la vida se reduce a la materia, a fórmulas físicas y químicas, que la muerte acaba con todo… le parecía inaceptable.
“Yo buscaba razones fuertes sobre las que fundar la existencia. En mis crisis existenciales de esos años recuerdo la voluntad de creer en algo infinito, algo que, al mismo tiempo, se pudiera experimentar en la vida cotidiana, al menos un poco”.
A los 28 años tuvo su primera experiencia de libertad: una beca temporal en París en 1984.
En Francia pudo tratar por primera vez con cristianos que hablasen y viviesen en libertad. Y empezó a conocer algo de Jesús, las afirmaciones asombrosas que hacían sobre este hombre que para el Islam era un profeta.
Que, para los cristianos, era verdadero Dios, hecho verdadero Hombre.
Que es posible tratar con Él personalmente, en la Iglesia.
¡Que incluso se le puede comer en el ritual de la misa!
Pasaron 7 años y el mundo se dio la vuelta. Se hundió el Muro de Berlín en 1989.
En 1991 Albania aún intentaba alargar su condición de régimen ateo y comunista, el último en Europa del Este, pero ya se tambaleaba, y Bujar, como miles de albaneses técnicos, se había fugado a Italia. No tenía casa, trabajaba de obrero, tardaría en arreglar sus papeles… pero visitaba las hermosas iglesias italianas y se hacía preguntas sobre el Hombre-Dios, el Dios con rostro humano, un rostro dolido bajo una corona de espinas, distinto al Dios invisible y lejano de sus abuelos musulmanes.
Conoció en persona al obispo de Rieti, localidad a 90 kilómetros de Roma, que se interesó por Bujar y su búsqueda espiritual. La parroquia del pueblo de Antrodoco le acogió. Empezó a leer con avidez sobre la fe cristiana.
Y después conoció al Movimiento de los Focolares (www.focolare.org/es/), presente en la diócesis desde hacía muchos años.
“Me fascinaba la forma en que se miraban y trataban. Por sus testimonios, más que por las páginas de los libros, empecé a comprender qué quiere decir que Jesucristo está presente en los hombres y en la Iglesia”.
En 1986, dos años después de su beca en París, Bujar se había casado en Albania con Iris, una chica de familia de tradición musulmana que también había pasado un tiempo como universitaria en Italia y se había hecho preguntas sobre el cristianismo, que veía en su anciana casera. Desde ese tiempo, Iris se había hecho “la pregunta sobre Jesús”. Y reflexionaba también sobre el papel de la mujer en la cultura cristiana, mucho más abierto.
Acompañados por familias del Movimiento de los Focolares, Iris y Bujar dieron el gran paso: en la noche de Pascua de 1995, de manos del obispo de Rieti, Giuseppe Molinari, ambos recibieron 4 sacramentos seguidos: bautismo, comunión, confirmación y matrimonio. También sus dos hijas fueron bautizadas.
Nacía así “de lo Alto” una nueva familia cristiana, integrada en “Familias Nuevas”, la rama de familias de los Focolares, y volcada en la colaboración en sus actividades de caridad y solidaridad, porque en ella, dice Bujar, “puedes tocar con la mano que Dios se ha hecho compañero de tu vida”.
religionenlibertad.com (5 mayo 2014)
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