Con motivo del reconocimiento oficial, el pasado 21 de Enero de 2016, por decreto de la vaticana Congregación para las Causas de los Santos, del martirio del Venerable Siervo de Dios P. Engelmar Unzeitig CMM, en el Campo de Concentración de Dachau, los Misioneros de Mariannhill en España hemos querido rendir un humilde y sentido homenaje a nuestro querido y admirado hermano de Congregación con esta galería de imágenes.
Es un intento de arrojar luz sobre lo que pudo suponer para él el hecho de ser un “Mártir de la Caridad” en medio del odio y la crueldad de Dachau, y de vivir como un Ángel, el “Ángel de Dachau”, su ser de Misionero y Sacerdote, en medio de aquel infierno de deshumanización, dando fragante flor de Santidad y abundantes frutos de Vida Eterna, allí donde la Providencia de Dios tuvo a bien plantarlo, siendo un buen párroco y mejor misionero.
Nota del autor: Debido al poco espacio disponible, no he recogido todos los detalles de su vida en KZ Dachau, sino sólo los más significativos, para dar una visión de conjunto de esta etapa de su vida. Por otro lado, al no existir imágenes de su cautiverio en el Campo de Concentración de Dachau, he tenido que recurrir a los documentos gráficos de este Campo y de otros campos de concentración para reconstruir su historia. Los textos han tenido como base el folleto “Misionero Prisionero” del P. Lino Herrero Prieto CMM, pero han sido enriquecidos con nuevas aportaciones.
[Testimonio de María Huberta Unzeitig (21-Abril-1941)]: «De repente vi cómo paraba allí un coche -en la casa rectoral- y eso me asustó un poco. Al poco rato, mi hermano vino donde yo estaba y me dijo: “¡Mira, la Gestapo está aquí! ¡Ven conmigo rápidamente!”».
«Mientras tanto los dos oficiales registraban todo en la oficina parroquial. Página tras página, miraron los sermones de mi hermano y cogieron algunos de ellos. Hubert estaba pálido mientras cogía su pequeña maleta para poner en ella algunas cosas. Yo no fui capaz de hacerle algo para comer. Me hubiera gustado cocinar algo para él. Pero todo ocurrió muy rápido…».
«Al día siguiente, cerré la casa rectoral y me fui a estar con aquella anciana que me conocía. Más tarde, la anciana se vino conmigo a la rectoral para que yo no estuviera sola. Ella había hecho saber a la parroquia que no iba a haber misa ni catequesis. En la iglesia rezamos el rosario y cantamos el himno: “Severo Juez de todos los pecadores”. La gente volvió a casa en silencio. Muchos lloraron. La mayoría de los habitantes de Glöckelberg estaban profundamente impresionados».
Después de seis semanas de incertidumbre y ansiosa espera en situación de prisión preventiva, llegó de Berlín una orden según la cual el destino del prisionero Hubert Unzeitig era el Campo de Concentración de Dachau -“KZ Dachau”-. No tenía entonces más de 30 años y en aquel infierno, el P. Engelmar iba a comenzar el último y más denso capítulo de su vida.
Cuando los prisioneros llegaban a la estación de tren de Dachau tenían que esperar de pie durante horas antes de ser introducidos en el campo de concentración.
Cuando el P. Engelmar entró en el C.C. Dachau, atravesando la puerta de forja con el irónico título “Arbeit macht frei”, es decir, “El trabajo te hace libre”, tuvo que pasar, como todos los demás, por el humillante proceso de “admisión”.
Con rapidez se le rasuró el pelo y el vello de todo el cuerpo, luego, fue desinfectado todo él con un líquido maloliente e irritante y, por último, fue obligado a ducharse con agua helada o hirviendo en función del capricho personal de los guardias de las SS de turno aquel día.
El P. Engelmar recibió, después, el uniforme de preso: chaqueta, pantalón y boina rayados, unos zuecos de madera, un cuenco para la comida, un vaso y un cubierto de latón; dependía de la suerte si el prisionero recibía un par de calcetines y un calzón.
Cada prisionero, allí, era tan sólo un número, por eso al P. Engelmar le asignaron el número 26.147. Y debajo del número, como a casi todos los prisioneros que eran clérigos, cosieron en su chaqueta y pantalón unos triángulos invertidos de color rojo, distintivo de los llamados “presos políticos”.
Por último, cosieron en la espalda de su chaqueta un aspa blanca, distintivo de los sacerdotes.
El membrete de sus cartas rezaba así: «Unzeitig Hubert, nacido el 1 de Marzo de 1911, número de prisionero 26.147, bloque 26/2, Dachau K».
El P. Johannes Maria Lenz, SJ llamó al Campo de Concentración de Dachau “el convento más grande del mundo”, pues en alguna ocasión llegó a haber, allí detenidos, hasta 3.000 clérigos.
El bloque 26, de los sacerdotes católicos, y los bloques 28 y 30, donde se encontraban los clérigos de otras confesiones religiosas, estaban rígidamente separados de los demás.
Desde el 21 de Enero de 1941, el bloque 26 contaba con una capilla donde se podía celebrar una misa al día. La capilla era bien pobre: el altar hecho de cajas de madera; el cáliz un cuenco de latón y el sagrario unos botes de conserva vacíos. Con frecuencia se celebraban misas clandestinamente en otros lugares del campo, junto a macizos de flores o junto al invernadero
Ciudadano ya de aquella “ciudad de muerte”, el P. Engelmar empezó a experimentar, como todos, las amenazas, el terror, el miedo, el hacinamiento, la desnutrición, el agotamiento, el trabajo inhumano, los gritos y los caprichos de los guardias.
Carta [del 7 de Septiembre de 1941]: «Todos vosotros estáis bien. Yo también, gracias a Dios. Nuestro horario hace que el tiempo se nos pase volando: nos acostamos pronto; nos levantamos temprano. Entre la comida, la Santa Misa, el sueño, la bendición de la tarde, el rezo del breviario…, la vida es bastante variada… Intento aprovechar el tiempo lo mejor posible para la perfección espiritual y religiosa. En mi programación, la oración y la penitencia ocupan un lugar muy destacado. A diario os encomiendo a Dios en la Santa Misa».
En el verano de 1942 faltaron los víveres en Dachau, desatándose un hambre atroz en todo el Campo. Pese a todo, el trabajo debía ser realizado con toda normalidad. La dirección del campo permitió la recepción de paquetes en el otoño de aquel año. La medida supuso un alivio para todos.
Con la llegada de estos paquetes, los sacerdotes prisioneros organizaron toda una red de distribución de víveres. Dado que mucha comida recibida debía ser preparada y cocinada, se instaló un fogón en un rincón del bloque 26 y los presos empezaron a llamar a aquel lugar la “Iglesia-Cocina”.
El P. Engelmar consideró una exigencia de la caridad cristiana el compartir los alimentos que recibía con otros prisioneros. En una carta de Enero de 1943, escribía: «Depende de nosotros hacer cada cosa por la gloria de Dios y hacer felices a los demás. Obtenemos así el más grande de los beneficios y la vida se vuelve más llevadera…
En este sentido, yo uso los bienes que recibo, enviados por mis seres queridos a nuestra reclusión, para compartirlos con otros, porque no todos tienen la suerte de recibir algo». En otra carta pide a los suyos que no se priven de la comida para mandársela a él.
Testimonio [del P. Joseph Witthaut]: «Siempre estaba pensando en cómo ayudar a los demás. El se consideraba a sí mismo el último. Cuando recibía un paquete de casa, siempre encontraba a alguien con quien compartir. Mendigaba entre sus hermanos sacerdotes para luego entregar lo recogido allí donde más se necesitaba. Muchas limosnas pasaban por sus manos e iban a parar a los prisioneros más necesitados; a gran número de los cuales conocía, debido a su mucho tiempo de estancia en el campo». (© David Olere)
«Hoy he recibido la noticia de la muerte de mi querida madre. Me hubiera gustado verla una vez más en esta vida y haber presidido su funeral. Pero Dios ha querido que nosotros estuviéramos juntos por última vez el día de mi primera Misa y que celebremos nuestro próximo encuentro, como yo ardientemente espero, en un mundo mejor».
«He conseguido permiso para ofrecer el Santo Sacrificio aquí -será la primera vez que yo celebre en Dachau- por el descanso de mi querida madre, el día 5 de Marzo. Con gusto haré todo lo que pueda, rezando y sacrificándome, para que Dios la reciba en la alegría eterna».
Carta [del 6 de junio de 1943]: «Continuemos confiando en María, nuestra buena Madre. Ella velará por nosotros en el futuro y estará a nuestro lado para ayudarnos y guiarnos. Hemos tenido aquí hermosos ejercicios del mes de Mayo y ahora en Junio intentamos de nuevo reconocer el inconmensurable amor salvífico del Corazón Divino y, a la manera de un niño, responder con amor, reparando tanta ingratitud, frialdad e indiferencia. Pensando así, todo resulta fácil y dulce, y la paz y la alegría entran en el corazón».
La llegada de paquetes no eliminó las torturas y hostigamientos por parte de los oficiales de las SS hacia los sacerdotes prisioneros. Cada vez eran más terribles e inhumanas. Una de las torturas consistía en ser colgados de un árbol y recibir 25 latigazos dobles, que el prisionero debía ir contando. Si debido al dolor se olvidaba del número de los que ya había recibido, los ejecutores de la tortura comenzaban de nuevo.
Entre las muchas acciones pastorales y misioneras que el P. Engelmar desarrolló en el infierno de Dachau destacan aquellas que realizó a favor de los prisioneros rusos. El P. Engelmar entró en contacto con los presos rusos en la barraca llamada “Messerschmitt”, donde tenía que trabajar con otros sacerdotes alemanes y austriacos.
A pesar de las amenazas de severos castigos, el P. Engelmar administraba los sacramentos, asistía a los moribundos y llevaba la comunión a los enfermos.
Junto con otros sacerdotes, el P. Engelmar tradujo al ruso partes de la Sagrada Escritura, textos del Catecismo y párrafos del libro “La Imitación de Cristo”. Los prisioneros rusos leían con avidez y a escondidas estos textos. Según el P. Joseph Witthaut: «Engelmar estudió con aplicación el ruso. Parecía como si pensara trabajar un día como misionero en el Este».
A finales de Diciembre de 1944, con rapidez vertiginosa, una epidemia de tifus se extendió por todo el campo de concentración. Cada día la muerte se cobraba su ración de víctimas. Los contagiados por el tifus eran tantos que los enfermos no podían ser instalados en la enfermería del campo.
Con rapidez, las autoridades del campo destinaron unas barracas como enfermería, que aislaron del resto de barracas. Expuestos a la enfermedad, sin protección alguna, los enfermos morían como mueren las moscas. Según una estadística del campo, el término medio de defunciones diarias alcanzaba el centenar.
– Testimonio [del P. Sales Hess]: «En medio de tan gran apuro la dirección del campo se acordó de los curas… Reconocieron entonces nuestro espíritu de sacrificio, pues hasta entonces los curas y religiosos éramos parásitos a los ojos de las SS». Al ofrecerse como voluntario, el P. Engelmar realizó la decisión más importante de su vida: se encaminó voluntariamente hacia la muerte por amor a aquellos hermanos suyos. Aquellos bloques del tifus en Dachau se convirtieron en la última parroquia del P. Engelmar.
– Testimonio [del P. Johannes Maria Lenz, SJ (20 de Febrero de 1945)]: «Los cuidados y servicios eran para el P. Engelmar expresión necesaria y fruto de su amor sacerdotal hacia el prójimo. Con gusto confesaba a sus pobres y de manera tranquila y bondadosa repartía consuelo…»
«Una tarde me llamaron desde una ventana de la segunda habitación. Era Engelmar, que llamaba y preguntaba por mí… Quería óleo de enfermos para sus pacientes moribundos, porque se le había terminado el suyo… La fiebre brillaba en sus ojos y había manchas rojas en sus flacas mejillas… no parecía darse cuenta de que la muerte ya le había echado mano sin remedio. El quería seguir ayudando todavía a muchos, porque muchos eran los que esperaban su ayuda. En sí mismo, él no pensaba»
«El amor multiplica las fuerzas, inventa cosas, da libertad interior y alegría… los rayos cálidos del sol que es el amor del Padre bueno son más fuertes y al final triunfarán. Lo bueno es inmortal y la victoria debe ser de Dios, aunque a veces parezca tarea inútil extender el amor de Dios en el mundo. De cualquier forma, el corazón del hombre desea el amor; al final nada se resiste a la fuerza del amor, con tal de que esté basado en Dios y no en las criaturas. Sigamos haciendo lo posible y ofrezcamos sacrificios para que el amor y la paz reinen pronto, otra vez».
El P. Engelmar fue trasladado a la barraca de los enfermos. El traslado ocurrió el 20 de Febrero de 1945. Los médicos le diagnosticaron tifus en estado avanzado. Durante aquellos días experimentó una leve mejoría, recayendo en seguida y muriendo el 2 de Marzo de 1945. El día antes había cumplido 34 años.
El certificado de defunción dice que murió el prisionero Hubert Engelmar Unzeitig, el viernes 2 de Marzo de 1945, a las 7:20 de la mañana. Fueron sus compañeros sacerdotes los que le atendieron en su enfermedad, le dieron el consuelo de recibir los últimos sacramentos, y ya fallecido, celebraron un Réquiem por su eterno descanso.
[Testimonio del P. Richard Sneider]: «Cuando se conoció la noticia de su muerte, mi único pensamiento fue cómo hacerme con sus restos mortales, de otra manera acabarían en la fosa común de las cenizas. Mi relación con el capo –prisionero encargado de un grupo de trabajo- del crematorio, un paisano compatriota de Baden, lo hizo posible».
«Le pedí si podía, cuando trabajara solo, por la noche, en el crematorio, quemar el cuerpo del P. Engelmar por separado y darme las cenizas».
«Me pidió que le diera el número de prisionero que tenía el P. Engelmar, porque este número estaba escrito con tinta en el brazo o en el estómago de cada persona que moría, con el fin de que las fundas de oro de los dientes, que estaban registradas en el archivo del campo, pudieran ser extraídas antes de que el cuerpo fuera conducido al crematorio».
«Cierta mañana, el capo me trajo las cenizas en una bolsa de papel. Cuando se le preguntó en la puerta del Campo qué llevaba en la bolsa, él contestó que era arena seca y le dejaron pasar. A través de la plantación donde yo solía trabajar, las cenizas, con la ayuda de un sacerdote de Muensterschwarzzach, llegaron al monasterio de Mariannhill en Würzburg».
– Testimonio [del P. Willehad Krause, CMM, Rector del Seminario de Mariannhill en Würzburg]: «El 29 de Marzo recibí de una manera muy sigilosa una pequeña caja de madera. Dentro estaban las cenizas de nuestro P. Engelmar en una pequeña bolsa de lino. Una nota decía que aquellas eran sus genuinas cenizas -“Veri cineres beati in Domino defuncti P. Unzeitig”-. El 30 de Marzo, Viernes Santo, pusimos la pequeña caja a nuestro panteón, mientras las bombas (de los bombardeos aliados) seguían explotando en el cementerio…»
«En Junio de 1947 obtuve el permiso de las autoridades del cementerio para abrir el panteón y poner las cenizas en una urna de metal, que habíamos conseguido entretanto. La pequeña bolsa de lino se había descompuesto. En el fondo de la caja hallamos dos cartas en un sobre. Estaban tan pegadas la una a la otra, debido a la humedad, que no las pudimos recuperar…»
A finales de Marzo de 1945, ante la evidencia de que Alemania iba a perder la guerra, cierto número de clérigos fueron liberados, de acuerdo con una lista confeccionada unas semanas antes por el Dr. Félix Kersten, amigo y médico personal de Heinrich Himmler, Jefe Supremo de las SS. En dicha lista figuraba el P. Engelmar Unzeitig, que llevaba más de 20 días muerto.
El 26 de Abril de 1945, unos 7.000 prisioneros de Dachau fueron obligados a emprender la marcha hacia algún lugar sin determinar. El resto de los prisioneros, entre 20.000 y 24.000, permanecieron en el Campo. Para estos, la liberación llegó el 29 de Abril.
En la Misa del día de la liberación del Campo (29-Abril-1945), el P. Joseph Plojhar dijo: «Os anuncio una gran alegría. Las SS han abandonado el campo; una bandera blanca ondea en la torre principal del campo. ¡Mantened la disciplina! Se impone la precaución, porque un pequeño destacamento de las SS está todavía en las torres de control con las metralletas».
Uno de los primeros aliados que entró en el campo dijo: «Todavía Dios es bueno. Aunque muchos horrores han ocurrido aquí, Dios nos otorga este día y esta hora de liberación. Por ello, oremos». Y como un susurro gigantesco, la boca de todos los prisioneros del Campo confesó al unísono: «Todavía Dios es bueno».
«Querido P. Engelmar, “Ángel de Dachau” y “Mártir de la Caridad”, tú que supiste vivir y morir con el corazón en la mano. Ruega por nosotros».
Fuente http://mariannhill.es "Congregación de los Misioneros de Mariannhill"
Lo más reciente