Al final de la tarde iba a visitar a una anciana enferma para llevarle la comunión. Al regreso pasé por enfrente de la iglesia, que estaba cerrada al final de la jornada. En este momento un auto se para. Una mujer sale y, con brusquedad, se acerca a la puerta cerrada. Yo veo en ella no tanto rabia, sino un profundo desaliento.
Me acerco diciéndole que era uno de los sacerdotes de la parroquia, disculpándome por el hecho de que estuviera cerrada la iglesia. Era una enfermera. Toda la noche ha trabajado con los enfermos, en unas condiciones difíciles y no había ido a misa por la mañana, esperando encontrar una en la noche. Maquinalmente meto la mano en la bolsa, para sacar las llaves de la iglesia. Entonces le digo que yo puedo abrir y que juntos iremos a ver a Jesús.
Penetramos rápidamente hasta el pie del gran nacimiento. La mujer se pone de rodillas y yo la imito, justo detrás de ella. Ella comienza entonces a dirigirse directamente a Jesús, expresando todo al mismo tiempo: las dificultades de su trabajo y su confianza en él. Es verdaderamente Navidad. Jesús está allí, en el pesebre; Dios en medio de nosotros, accesible a todos.
En un momento me atrevo tímidamente a decirle: «¿Sabe usted?, el día de Navidad es también un día de misericordia...» Entonces, sin cambiar de posición, he aquí que ella expresa su confesión al niño Jesús y que, en la alegría de este día, yo le doy el perdón de Dios. Enseguida, con el corazón ya conmovido, voy rápidamente al tabernáculo para traerle la comunión, que ella recibe con gran alegría. «Es mi más bella Navidad» -me dice ella al salir-. «Para mí también», dije en mi corazón.
Sébastien Dehorter
Bruselas (Bélgica)
100 historias en blanco y negro
Lo más reciente