Tu cuchillo no sirve

Era una tarde de marzo, en Buenos Aires. Estaba en la parroquia confesando, pues era vicario parroquial

En esto llegó un joven que quería hablar conmigo.

- Buenas tardes amigo, ¿cómo te llamas? ¿en qué puedo ayudarte?

- Padre, soy Juan y me quiero suicidar esta misma noche.

- ¿¡Por qué!? -le pregunté yo un poco asustado.

- Es que mi novia me ha dejado por otro, y esto no lo tolero, pues llevábamos más de tres años de novios.

- Bueno, bueno...

Yo no sabía qué decir y le pedí al Espíritu Santo que me iluminase y pusiese en mi boca las palabras justas para ayudar a este joven. Yo contaba sólo con esos momentos y tenía plena confianza en el toque de la gracia de Dios.

- Esta misma noche me mato, ¡ya está! -me dijo bien resuelto.

Y sacó un enorme cuchillo y lo puso sobre la mesa que allí estaba.

- ¡Dios mío, qué cacho cuchillo! -le dije yo. Déjame verlo...

Y comencé a dar vueltas al cuchillo. Le dije que le faltaba más filo, que seguro que no funcionaría pues estaba muy oxidado, que para que tuviera éxito y saliese en el periódico debía ser un cuchillo nuevo, bien afilado, y que definitivamente con ese cuchillo no tendría éxito... Y no sé qué más tonterías le dije, para hacer tiempo, desdramatizar el hecho y dar tiempo al Espíritu Santo para que entrara en el alma de Juan y le hiciese entrar en razón, pues realmente ahora reaccionaba desde sus sentimientos heridos.

- ¿Cómo que no va a funcionar este cuchillo? -preguntó enojado Juan.

- Que no, Juan, que no. Para suicidarse -dicen los psicólogos-son necesarias más cosas, muchas más cosas, que no es tan sencillo suicidarse, y sobre todo un cuchillo de calidad y nuevecito. ¿Tienes dinero para comprar uno nuevo?

Yo la verdad no sabía lo que le decía, pero notaba que él me escuchaba atento y abría los ojos asustado. Le di unas palmaditas en la espalda y le dije así.

- Mira, Juan, seguro que esa novia no era la novia que Dios tenía preparada para ti, pues te está buscando una mejor. Esa -sabe Dios cómo se llame- no te conviene, porque no supo valorar lo bueno que tú eres, lo excelente que tú eres. Ella, la pobre, está ciega. ¡Mejor así! ¿Es que acaso en todo Buenos Aires no habrá otra chica mejor, de tu altura y calidad? ¡Claro que sí! Venga, hombre, no seas tonto Juan... Ya quisiera yo tener tu edad. Lo que no haría de bueno por el mundo y por los hombres. Vamos, dame un fuerte abrazo y vamos al sagrario donde está Cristo Eucaristía, ¿lo conoces?, vamos a rezar para que encuentres cuanto antes la chica más hermosa de Buenos Aires y que Dios ya tiene en mente para ti.

- Bueno, bueno... ¿entonces usted cree que encontraré otra chica?

- Pues claro, amigo... No cualquier chica, sino una excelente chica con la que formarás una maravillosa familia con varios hijos y rebosarás de felicidad. Pero, ¡déjame aquí el cuchillo! ¿sí? Ya no lo vas a necesitar. ¡Está tan oxidado...!

- Gracias, padre, por sus consejos y su amistad. ¿Puedo seguir viniendo a hablar con usted?

- Por supuesto que sí, cuando quieras. Es más, te invito todos los domingos a la misa de jóvenes, a las 7.30 de la noche. Vendrás, ¿verdad?

Y así fue. Se fue tan contento, reconciliado con Dios, con la vida y consigo mismo. Yo me fui a la casa parroquial a tirar el cuchillo al cesto de la basura y a dar gracias a Dios por este momento de luz y de gracia. ¡Todo es gracia! -como decía George Bernanos-. «Todo es gracia, todo es gracia» -me iba repitiendo una y otra vez, mientras iba para la parroquia para celebrar la santa misa.

Sobra decir que ese chico no faltó nunca más a la misa. Y encontró una chica encantadora, y tuve la suerte de celebrar la boda por todo lo alto. Y, por lo que sé, siguen fieles y felices.

Gracias, Señor, por haberme hecho instrumento de tu gracia sanadora, restauradora, santificadora, iluminadora y consoladora.

Antonio Rivero Regidor, LC
San Pablo (Brasil)
100 historias en blanco y negro


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