Acaba de publicar un libro basado en su dramática experiencia y en el testimonio de los santos que también sufrieron abusos: "Dios ha permitido que mi corazón fuera herido para que yo pudiera sanar en el suyo", asegura.
Cuando en 2006 salió The Thrill of the Chaste: Finding Fulfillment While Keeping Your Clothes On ("La emoción del casto: encontrar satisfacción con la ropa puesta"), Dawn Eden fue saludada en EEUU como una de las más brillantes ensayistas católicas de la nueva generación.
El libro, que se convirtió rápidamente en bestseller y que ha sido traducido a diversas lenguas, es una defensa de la denostada virtud de la castidad y, al mismo tiempo, una mirada irónica y sutil hacia el mundo libertino caricaturizado a través de la célebre serie de televisión "Sexo en Nueva York". Un mundo del que Dawn Eden formó parte como judía liberal cuando se trasladó a Nueva York para comenzar la que sería una exitosa carrera en el periodismo musical. Escribía para revistas de música rock y pop tan prestigiosas como Billboard o Mojo, y colaboraba con el New York Press.
Hasta que, a los 31 años, tras un tiempo militando en el agnosticismo, Dawn se convirtió al catolicismo. Una conversión que se produjo en un momento de encrucijada vital y que estalló en su encuentro con ese maestro de la prosa y del ingenio espiritual que es G.K. Chesterton. Dawn, que fue despedida del New York Post por retocar un artículo sobre la fecundación in vitro con ideas provida, comenzó a ser reconocida y se convirtió en una solicitada conferenciante.
Se mudó a Washington para estudiar teología con los dominicos, donde se ha graduado con una tesis sobre la llamada "teología del cuerpo", del papa Juan Pablo II.
En los últimos meses, Dawn Eden ha vuelto a remover la opinión pública con un libro que también parte de un elemento biográfico, pero en este caso mucho más dramático: el de su condición de víctima de abuso sexual cuando solo era una niña de seis años.
Mientras los sábados su madre acudía a la sinagoga, ella se quedaba jugando en la biblioteca adyacente a la comunidad judía, donde un hombre se aprovechó repetidamente de ella. Y aquel hecho traumático Eden simplemente lo “tapó” con las experiencias de la vida, como se puede cubrir el cráter de un volcán todavía activo.
Su curación llegó cuando tomó conciencia de que aquella era una herida que había que sanar, y esa sanación llegó por dos vías: con la ayuda, primero, de un psicólogo y, a la vez, de unos compañeros de camino muy especiales: los santos. Así nació My Peace I give you, Healing Sexual Wounds with the Help of the Saints (Mi paz os doy: curando las heridas sexuales con la ayuda de la Santos), editado en EEUU por Ave Maria Press; "un libro dedicado a todos aquellos que han sufrido abusos en la edad más inocente de la vida", según sus propias palabras.
"El problema del abuso sexual cruza todos los grupos sociales, todas las religiones", explica Dawn. "En los Estados Unidos una de cada cuatro mujeres adultas y uno de cada seis hombres adultos aseguran haber sido víctimas de abusos sexuales en la infancia. Así que el problema es bastante amplio", sostiene.
"No ha habido nunca un libro de espiritualidad católica para adultos víctimas de abuso sexual infantil. Los únicos trabajos que mencionan el cristianismo y las heridas sexuales en su título son los libros sobre los casos de pederastia en la Iglesia, o libros que adoptan un enfoque protestante de la curación, o los que ponen un barniz cristiano sobre los métodos psicoterapéuticos. Mi paz os doy no es nada de todo eso; es un libro sobre cómo aprender a encontrar la curación a través de la oración y de la experiencia de los grandes santos", sostiene.
My Peace I give you es un viaje que toca el corazón y que parte de los nudos interiores más angustiosos de quien ha sido violado (el sentido de culpa por no haber sabido huir del propio verdugo, el sentirse "manchado" en el alma y humillado en el cuerpo) y que ilumina con las enseñanzas y el ejemplo de grandes figuras de la historia de la Iglesia.
Desde la polémica de San Agustín con los paganos en su libro La Ciudad de Dios –los cuales sostenían que las vírgenes violadas ya no podían considerarse tales, mientras que el santo de Hipona rebatía con desdén que su pureza permanecía intacta– al ejemplo de los beatos que pasaron por la prueba de un intento de abuso o un verdadero abuso sexual, como Laura Vicuña (1891–1904), la pequeña chilena perseguida por el compañero de su madre, que murió perdonando al monstruo que tenía en casa y ofreciendo su vida por que su madre consiguiera dejarle a él y el estado de pecado en el que vivía.
Dawn recurre también a la experiencia de santos como María Goretti, Bernardo de Claraval, Josefina Bakhita, Tomás de Aquino o Ignacio de Loyola, quienes sufrieron maltrato, abandono o abuso sexual, y, gracias a su extraordinaria condición espiritual, pudieron y supieron perdonar y abrirse en mayor medida al amor de Dios.
“La realidad es que los santos eran tan humanos como cualquiera de nosotros, y algunos de ellos sufrieron abuso incalificable, aunque esto rara vez se menciona en la actualidad. Cuando se trata, por lo general, es de forma rápida y superficial, o se pasa por alto. Y sin embargo, forma parte de su vida, y su voz y su intercesión son necesarias, los lectores descubrirán santos con heridas como las suyas, cuyas historias dan testimonio del poder transformador de la gracia”, explica Dawn.
“La idea de que una víctima de abuso sexual no es tan santo o casto como alguien que es capaz de escapar de violación física, como si la Iglesia recompensara con puntos espirituales para aquellos que son más rápidos o más fuertes, defendiéndose de su atacante, está totalmente en contra de cualquier comprensión católica de la santidad. La carrera no es de los más rápidos, ni la guerra de los más fuertes, dice el Eclesiastés (9:11), y la santidad no es una competición atlética, sino una medida de nuestro amor a Dios y la bondad moral. Dios ha permitido que mi corazón fuera herido para que yo pudiera sanar en su corazón traspasado y así Jesús pudiera encontrar un lugar en el mío".
Dawan cree que "Dios permite el mal sólo porque puede traer un bien que es más grande que el mal. Y, yendo más allá, ha permitido todo esto para que mi corazón fuese grande como para ofrecer refugio a las demás almas heridas, llevándoles al mismo Cristo que yo he recibido. Estamos unidos a la pasión de Cristo en todo nuestro sufrimiento. Nuestro Salvador está herido y sus heridas son glorificadas”, confiesa.
religionenlibertad.com (20 de febrero de 2013)
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