Japón es en la actualidad el país más envejecido del mundo. El 27,3% de su población supera los 65 años y este porcentaje irá irremediablemente subiendo con los años, pues es además un país sin apenas hijos. Una situación parecida aunque algo menos grave se da en otros países del primer mundo, entre ellos España.
Este cambio social tan drástico ha traído consigo consecuencias inesperadas que se están convirtiendo en problemas de primer orden para los países de Occidente. La soledad se ha convertido en la gran epidemia del siglo XXI. Reino Unido, por ejemplo, anunció el pasado mes de enero la creación de un Ministerio de la Soledad. Allí más de nueve millones de personas afirman que siempre o con mucha frecuencia se sienten solas. Alrededor de 200.000 personas mayores confiesan también no haber tenido una conversación con un amigo o un pariente en más de un año.
Sin embargo, en todo lo concerniente a esta nueva enfermedad de la soledad Japón está a la vanguardia. Es un problema estructural que afecta a jóvenes y mayores, pero especialmente significativo es lo que descubrió el Gobierno de Japón cuando realizó un estudio.
Los delitos, sobre todo menores, cometidos por personas ancianas se han disparado en Japón. Y tras analizar los casos descubrieron que los responsables lo hacían en buena parte no por necesidad sino para poder ir a la cárcel y sentirse menos solitarias. Allí estarían en contacto con otras personas, también podrían sentirse cuidadas y escuchadas, aunque fuera por guardias de prisiones. Este es un fenómeno que se ha dado sobre todo entre las mujeres.
Millones de japoneses de la tercera edad viven solos y rara vez hablan con sus familiares o amigos. Destaca del estudio que más de la mitad de las ancianas que eran detenidas por hurtos vivían solas y confesaban no tener familias, no tener relación con ellas o no tener a nadie que les ayudase. Ir a la cárcel era para ellas un “respiro” y una forma de relacionarse.
A principios de siglo menos de un 20% de las mujeres detenidas eran mayores. Este porcentaje se ha duplicado y en estos momentos el 40% de los arrestos de mujeres tienen a mujeres mayores de 50 años como protagonistas.
Bloomberg ha hablado con algunas de estas mujeres, que cumplen penas de hasta tres años de cárcel y que llegan incluso a reincidir para poder volver a prisión.
Una de estas reclusas de 80 años asegura: “Estaba sola todo el día, y me sentía muy sola. Mi marido me dio mucho dinero y la gente decía que tenía mucha suerte, pero no quería dinero. No me hacía feliz. La primera vez que robé lo hice en una librería y cuando me llevaron a comisaría me interrogó un policía muy amable. Escuchó todo lo que tenía que decir. Sentí que estaba siendo escuchada por primera vez en mi vida”.
Además, confiesa que “disfruto más de la vida en la cárcel, siempre hay gente alrededor, y no me siento sola aquí. Cuando salí por segunda vez, prometí que no volvería, pero cuando salí no pude evitar sentir nostalgia”.
Otra anciana de 78 años condenada a año y medio de cárcel explica que “la prisión es un oasis para mí, un lugar para la relajación y la comodidad. No tengo libertad pero tampoco tengo nada de qué preocuparme, hay muchas personas con las que hablar”.
"La primera vez que entré en prisión tenía 70 años. Cuando robé, tenía dinero en la cartera. Pero me puse a pensar en mi vida... No quería volver a casa, y ahora tengo un sitio adonde ir”, agrega otra reclusa que tiene ahora 80 años y ha entrado varias veces en prisión.
Esta situación ha provocado un problema al gobierno nipón, que ha tenido que modificar sus prácticas para hacer frente a esta avalancha de presas ancianas.
Pero sobre todo ha evolucionado el papel de los trabajadores de las cárceles. Más que un guardia de seguridad las labores se asemejan en algunos casos más a los de una residencia de ancianos. Una de estas trabajadores, Satomi Kezuka afirma que ahora entre sus labores se incluyen los cuidados por la incontinencia de las reclusas.
Esto ha provocado que en los últimos tres años un tercio de las trabajadoras de las cárceles haya decidido dejar su trabajo. El perfil del puesto es ahora diametralmente diferente.
Sin embargo, esta inusual ‘huida’ a la cárcel como remedio a la soledad es sólo una manifestación más de un problema de enormes dimensiones. El suicidio es otra de las partes de esta ecuación. Japón tiene una de las tasas más altas de suicidio del mundo pese a ser una potencia económica.
Casi 22.000 personas se suicidaron en Japón en 2016. Es la principal causa de muerte, y con gran diferencia, en la franja que va entre los 15 y 39 años. Además, el 30% de los suicidios que se producen en el país asiático son cometidos por personas mayores de 60 años.
Sobre esta ‘epidemia’ de la soledad sabe mucho el misionero Marco Villa. Lleva años colaborando con un centro de escucha en Koshigaya, que ayuda a personas que se sienten solas y que necesitan hablar con alguien.
En su opinión, el envejecimiento de la población confirma que “la sociedad japonesa se está convirtiendo en una sociedad sin vínculos. El vínculo con su propia tierra de origen, con su propia familia, con la realidad donde uno vive… Y esta pérdida acompaña inevitablemente el drama de la soledad, y no sólo de la persona mayor”.
Precisamente, este misionero incide en que no sólo los ancianos son víctimas de esta soledad sino que la sociedad en su conjunto se ha contagiado de ella.
La agencia japonesa Kyodo News informaba en 2017 del incremento de actividades que se centran en un tipo concreto de cliente: aquel que prefiere estar solo y que rechaza todo contacto humano.
De este modo, ya hay restaurantes que están colocando cabinas individuales para que el consumidor pueda estar solo y aislado. Otro ejemplo es el de los karaokes, una actividad social muy difundida en Japón. Ahora se ofrecen salas individuales para que acudan las personas de manera individual a cantar sus canciones favoritas.
No extraña, por tanto, que otra de las actividades que se van prodigando en Japón sean las de “alquilar un amigo”. Cada vez más personas pagan a alguien para pasar tiempo con él y que les escuche. Hay clientes de todo tipo, jóvenes, adultos de mediana edad y también ancianos. Uno de estos amigos de alquiler afirmaba que “la gente que me alquila me pide que le haga compañía por una o dos horas solamente, fundamentalmente escuchándola”. Y cuenta el caso de una señora de 80 años de edad, que todas la semanas quiere que de una caminata con ella por el parque.
Pero esta soledad tiene también otros efectos sociales. Cada vez menos personas quieren casarse y prefieren estar solas pero incluso afecta a los matrimonios. En una encuesta que recogía La Vanguardia se reflejaba que casi la mitad (47,2%) de los matrimonios japoneses de mediana edad ya no mantiene relaciones sexuales.
religionenlibertad.com 23 marzo 2018
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