En Madrid (datos de 2011) las mujeres se casan a los 33 años, y los hombres, a los 35. En Estados Unidos, la edad de matrimonio está en torno a los 27 años, pero se va retrasando más y más.
La enseñanza tradicional en casi todas las religiones de que lo mejor es mantenerse casto y esperar al matrimonio para tener relaciones sexuales, por el bien de la pareja y de los posibles hijos, se hace más difícil en una sociedad que se casa a los 35 que en una que se casa con 21 años.
Y, sin embargo, muchos se enamoran profundamente con 18 o 20 años. ¿Cuánto pueden esperar a casarse? La realidad es que en Estados Unidos, primero, y poco a poco también en Europa, la sociedad se ha ido concienciando de los horrores del divorcio, con su reguero de niños dañados, de parejas peleadas, de efectos educativos nocivos, de secuelas emocionales...
Pero este miedo al divorcio no lleva a la gente de a pie ni a las instituciones a reforzar el matrimonio, a prepararse para luchar por crear uniones sanas.
Más bien el miedo al divorcio lleva a no luchar en absoluto: a no comprometerse. El divorcio es malo para la familia, pero el miedo a casarse por miedo a divorciarse es peor. Todo junto hace que el matrimonio retroceda. Las parejas o no se casan o esperan muchísimo a hacerlo... y mientras tanto les pasa de todo.
Un estudio de 2011 de la Cornell University mostró que dos tercios de las parejas que cohabitaban no se casaban por miedo al divorcio y sus heridas. Pero la ruptura de parejas que cohabitan también deja heridas.
También estas parejas cohabitadoras tienen hijos (y cuanto más retrasen el casarse, más hijos habrá fuera del matrimonio: en EEUU la mitad de los niños nacen fuera del matrimonio, excepto cuando las madres han tenido educación superior).
Los hijos de parejas no casadas que se rompen también sufren mucho: por lo general, el padre desaparece de sus vidas casi completamente. Otras veces, como los hijos de divorciados, han de crecer rápido y aprender a tratarse con semi-parientes, hermanastros y familiares de la/s nueva/s pareja/s de mamá.
A las parejas jóvenes y enamoradas, que con pasión y entusiasmo se casarían jóvenes, se les desanima diciéndoles que los que se casan jóvenes fracasan matrimonialmente.
Sin embargo, en el reciente libro "Premarital sex in America", de Mark Regnerus y Jeremy Uecker, se recuerda que esto solo es así para los que se casan MUY jóvenes. Más concretamente: los que se casan a los 21 años o después ya no entran en las estadísticas de mayor ruptura. Si la gente se casase con 21 años, en vez de con 35, no habría más divorcio del que hay actualmente. Y lo que es seguro es que habría más matrimonio.
Más aún, en "Premarital Sex in America" se analizan cinco encuestas sobre felicidad matrimonial y la conclusión es rotunda: los que se casaron entre los 22 y 25 años expresan más satisfacción conyugal en todos los aspectos que los que lo hacen más tarde. Casarse razonablemente joven es estadísticamente bueno y disminuye la etapa de exposición al sexo prematrimonial.
Eve Tushnet, en "The American Conservative" plantea que, al menos en Estados Unidos (pero podríamos aplicarlo a España) los jóvenes quieren tener sensación de control, de seguridad, de dominio del futuro... y esa sensación la quieren basar en lo material, el dinero.
La forma de demostrar que podemos casarnos es demostrar que tenemos una magnífica economía con una boda de ensueño, carísima. Hasta las mujeres de menos ingresos, directamente pobres, asocian casarse con gastar mucho dinero en una gran boda. Cuanto más gastan en la boda, mayor es la sensación de que hay un verdadero compromiso entre la pareja, no como cuando simplemente convives... porque la cohabitación no se celebra con ningún gran gasto.
Pero esto no es celebrativo y gozoso, sino engañoso y muy materialista. Expresa confianza en el dinero... y hasta que no hay mucho, no hay boda, porque no hay control. Eve Tushnet reivindica sin embargo que "el matrimonio, como la paternidad, trata sobre todo de la aceptación, el perdón y la flexibilidad ante los cambios y los traumas". Es decir, voluntad de adaptarse a lo que venga... no falsa seguridad basada en un control que nunca existirá.
Por último, saber que el divorcio es una solución desastrosa y que debe evitarse no es suficiente para generar una sociedad sana. El miedo no es un buen maestro.
Es fácil imaginar una sociedad que sea cruel con los divorciados... y que al mismo tiempo genere miedo al matrimonio. Así, por miedo al divorcio se extiende el mito de que "es mejor cohabitar antes" (algo que han refutado mil estudios pero la gente sigue sin creerlo) y se podría llegar a castigar socialmente (con chismorreos, malas miradas, mala imagen) a los que viven noviazgos castos por no haber cohabitado. Igual que se podría castigar socialmente a los que se casan con 21 o 23 años. ¡Las conductas que favorecen matrimonios fuertes!
El miedo al divorcio puede llevar a que menos se casen, igual que el estigma contra los hijos fuera del matrimonio puede llevar a más aborto. Así, por miedo a dos cosas malas, se cae en otras dos que también lo son, o incluso peores. Estigmatizar no es buena solución por sí misma.
"Lo que la gente necesita es esperanza: saber que los matrimonios pueden perdurar, no porque los esposos fueron muy inteligentes en su inicio, sino porque pueden ser suficientemente amables y flexibles durante muchos y largos años tras la boda".
www.religionenlibertad.com 31 marzo 2012
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