Recelar de la tolerancia es como recelar de la libertad. La libertad exige tolerancia, y eso es algo que está muy presente en la fe cristiana. Dios no impide que se produzca el mal, ni lo castiga inmediatamente, pues hacerlo sería incompatible con la libertad.
C. S. Lewis decía, con su habitual sentido del humor, que un mundo en el que Dios corrigiese a cada momento los resultados de los abusos de la libertad de los hombres, obligando a que todos sus actos fueran "buenos", sería algo realmente grotesco. El palo tendría que volverse blando cuando quisiera usarse para golpear a alguien; el cañón de la escopeta se haría un nudo cuando fuera a ser utilizada para el mal; el aire se negaría a transportar las ondas sonoras de la mentira; los malos pensamientos del malhechor quedarían anulados porque la masa cerebral se negaría a cumplir su función durante ese tiempo; y así sucesivamente. Si Dios tuviera que evitar cada uno de esos actos malos, o castigarlos de inmediato, toda la materia situada en las proximidades de una persona malvada estaría sujeta a impredecibles alteraciones, sería un auténtico show. Es cierto que se impedirían los actos malos, pero la libertad humana quedaría anulada.
La tolerancia tiene unas hondas raíces cristianas. Si analizamos, por ejemplo, la parábola de la cizaña, vemos que expresa con gran claridad que querer erradicar totalmente la cizaña –el mal–, supone arrancar también el trigo –el bien–, y que por tanto es preciso esforzarse en disminuir en lo posible el mal, pero no pretender perseguirlo todo y siempre.
¿CÓMO DISCERNIR ENTONCES?
Es preciso hacer una valoración moral, atendiendo con rectitud al bien común, que es la única causa legitimadora de la tolerancia. Debe juzgarse valorando con la máxima ponderación posible las consecuencias dañosas que surgen de la no tolerancia, comparándolas después con las que serían ahorradas mediante la aceptación la fórmula tolerante.
El fundamento último de la tolerancia, y lo que justifica permitir el mal menor cuando podría impedirse, es el deber universal y primario de obrar el bien y evitar el mal. Cuando reprimir un error comporta un mal mayor, la tolerancia está justificada y, en muchos casos, es incluso éticamente obligatoria. Lo que nunca sería lícito es hacer el mal para obtener un bien, pues sería como decir que el fin (bueno) justifica los medios (malos). La tolerancia no es hacer un mal menor para evitar un mal mayor, ni hacer un mal pequeño para conseguir un bien grande: tolerar es no impedir el error, que no es lo mismo que hacerlo.
TOLERANCIA Y CRISTIANISMO
La Iglesia es una sociedad viva que atraviesa los siglos, y a través de ese caminar por la historia, no puede evitar que el grano bueno esté mezclado con la cizaña, que la santidad se establezca junto a la infidelidad y el pecado. La Iglesia es santa, pero alberga en su seno a pecadores. Por eso ha querido hacer una profunda y valiente revisión de su pasado, y esa purificación de la memoria ha supuesto un acto de coraje y de humildad en el reconocimiento de las deficiencias realizadas por cuantos han llevado el nombre de cristianos a lo largo de la historia. Los cristianos de hoy –aun no teniendo responsabilidad personal en esos errores– han pedido perdón por esas culpas, y hacerlo ha sido un signo de vitalidad y de autenticidad de la Iglesia, que refuerza su credibilidad y ayudará a modificar esa falsa imagen de oscurantismo e intolerancia con que, por ignorancia o por mala fe, algunos sectores de opinión se complacen en identificarla.
Además, si examinamos la evolución de la libertad a lo largo del mundo y de la historia, puede verse que las culturas de raíces cristianas manifiestan un concepto y una aplicación de la libertad mucho más madura. Echando un vistazo a la situación mundial en este último siglo, puede decirse que la tolerancia ha germinado fundamentalmente en los países de mayor tradición cristiana. En cambio, la intolerancia se ha mostrado con gran crudeza en los países gobernados por ideologías ateas sistemáticas (Tercer Reich nazi, la URSS y todos los países que estuvieron bajo su dominio, China, etc.); también la violencia del integrismo islámico sigue bastante presente en los países donde su religión aún no ha alcanzado el poder político, y donde ya lo han alcanzado (Arabia, Irán, etc.) la tolerancia religiosa es prácticamente inexistente; y otros países asiáticos no islámicos (Vietnam, China, etc.) no parecen mejorar mucho la situación.
El hecho de que algunas veces a lo largo de la historia la verdad se haya alzado con aires o con hechos de intolerancia, e incluso que en su error haya llegado a llevar hombres a la hoguera, no es culpa de la verdad sino de quienes no supieron entenderla. Todo, hasta lo más grande, puede degradarse. Es cierto que el amor puede hacer que un insensato cometa un crimen, pero no por eso hay que abominar del amor, ni de la verdad, que nunca dejarán de ser las raíces que sostienen la vida humana.
Carlos Azarola Arvo Comunicación
Lo más reciente