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Lo que nos
enseña
el dolor (2)

 

Año Santo de la Misericordia

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El dolor nos puede obligar a parar

Vivimos muy influenciados por lo externo: la radio y la televisión, anuncios luminosos, teléfonos móviles e internet captan permanentemente nuestra atención. Y nos mantienen en permanente actividad. A menudo, no nos queda tiempo para estar a solas, con nosotros mismos, para meditar acerca de las impresiones que se agolpan en nuestra mente.

Un refrán dice: ”Cuando has llorado, lo ves todo con otros ojos”; puedes ver todo mejor y distinto

Una experiencia dolorosa nos puede obligar a hacer un alto. Ya no es posible engañarnos, el dolor ha hecho más aguda nuestra percepción de las cosas: lo trivial, lo insubstancial cede paso a lo que es importante, a lo substancial.

El teólogo holandés Nouwen señala acertadamente: ”Tengo la impresión, difícil de describir, de que si tuviéramos más consciencia de la muerte, seríamos seres más libres.”

Las oportunidades de Dios

Alguien ha dicho con razón: “El dolor es como un megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos.”

¿De qué sirve tener un puesto sobresaliente en la sociedad, si después de ochenta, noventa o máximo de cien años, todo habrá terminado? ¿Y después qué?

Es doloroso experimentar la propia impotencia. Se puede decir que Dios tiene entonces una oportunidad para que lo aceptemos.

Anhelamos tener seguridad, alivio y comenzamos a vislumbrar que sólo Dios nos los puede dar.

El dolor nos obliga a hacer algo que, hasta ese momento, no hubiéramos sido capaces de hacer: dar un paso hacia Dios.

Una experiencia dolorosa es terrible sólo si permanecemos en la superficie. Precisamente esta situación nos puede obligar a cavar hondo. Y donde quiera que cavemos, en la profundidad encontramos a Dios

Conozco un hombre joven que, debido a una enfermedad incurable, tuvo que dejar su trabajo. Tras el primer shock, se preguntaba: ”¿Quién soy ahora, que mis títulos, mi puesto de trabajo y mi prestigio no valen nada? ¿Quién soy ahora, que no puedo rendir más, que no puedo producir más? ¿Qué puedo esperar y qué me espera?” Un amigo le propuso formular esas cuestiones a Dios y él pudo escuchar Su respuesta: ”Tú eres amado por ti mismo. Tú tienes tu valor y tu dignidad, que nadie te puede quitar. Tú puedes esperar la bienaventuranza que no tiene fin.”

La experiencia de la bondad de Dios

Al alejarse del Dios bueno, ha sido el hombre mismo quien ha introducido el mal en el mundo. Desde entonces, el egoísmo, el orgullo, la envidia, la ira y la avaricia dominan el mundo y originan un sufrimiento indescriptible

Realicé mi primera práctica profesional - siendo aún estudiante - con jóvenes ”difíciles de educar” y con enfermos incurables. Ver tanta miseria humana me afectó bastante y me hizo sentir impotente.

Me dirigía todos los días a mi trabajo con un nudo en la garganta. Una señora mayor me aconsejó entonces: ”Haz todo lo que puedas, pon lo que esté de tu parte y quédate tranquila. El amor de Dios es siempre mucho más grande de lo que puede llegar a ser nuestro sufrimiento.” Estas palabras me dieron ánimo.

En esa misma época, me planteé por vez primera la pregunta: si efectivamente Dios, que es omnipotente, nos ama ¿por qué permite que suframos tanto?

Dios permite las denominadas ”desgracias naturales” – enfermedad, muerte y catástrofes de la naturaleza - para removernos y recordarnos cuál es el sentido último de nuestra vida. En las diversas circunstancias de nuestra vida, Dios nos invita - nos exhorta - a decidirnos libremente por Él y prepararnos así para ir a su encuentro.

Dios no nos libera del dolor, pero el Señor permanece a nuestro lado. Con fe aceptamos la cruz en nuestra vida; pero continúa siendo un misterio. Un misterio de amor. Y es que los cristianos no amamos la cruz, amamos a Jesucristo, el Crucificado

Esta respuesta despertó en mí nuevas interrogantes. Siempre simpaticé con Guardini. Poco antes de morir, dijo a un amigo: cuando esté ante el Señor, lo primero que le preguntaré es algo cuya respuesta no he encontrado en ningún libro: ¿por qué tienen los hombres que sufrir?

La cruz tiene un lugar central en el cristianismo. Con fe la aceptamos en nuestra vida y la veneramos; pero continúa siendo un misterio. Un misterio de amor, no de temor. Es el misterio de un Dios que se hace solidario con nuestro sufrimiento y cuyo amor es tan grande que da su vida por nosotros.

Dios no nos libera del dolor, pues el dolor tiene un sentido misterioso e insondable. Pero el Señor permanece a nuestro lado y dice a cada uno de nosotros: ”¡No temas! Esta noche pasará y luego verás la luz de la mañana de Pascua”.

Y es que los cristianos no amamos la cruz, amamos a Jesucristo, el Crucificado. Si lo miramos a Él, que murió por nosotros, puede ser que nuestro dolor pierda importancia. Y si profundizamos en el misterio del amor de Dios, puede incluso ocurrir que logremos cumplir la más importante de todas las obligaciones cristianas: ser todo lo felices que podamos.

Autora: Jutta Burggraf (1952–2010) teóloga y escritora.

 


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