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Diálogo. Perseverancia. Virginidad
Año Santo de la Misericordia
Colección +breve
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Los gestos que expresan ese amor deben ser constantemente cultivados, sin mezquindad, llenos de palabras generosas. En la familia «es necesario usar tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave!».
El amor que no crece comienza a correr riesgos. Sólo podemos crecer en el amor respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres
Como recordaron los Obispos de Chile, «no existen las familias perfectas que nos propone la propaganda falaz y consumista. En ellas no pasan los años, no existe la enfermedad, el dolor ni la muerte [...] La propaganda consumista muestra una fantasía que nada tiene que ver con la realidad».
Es mejor aceptar con realismo los límites, los desafíos o la imperfección. Se hace necesario crecer juntos, madurar el amor y cultivar la solidez de la unión, pase lo que pase.
Darse tiempo, tiempo de calidad, consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. Muchas veces uno de los cónyuges no necesita una solución a sus problemas, sino ser escuchado. Tiene que sentir que se ha percibido su pena, su desilusión, su miedo, su ira, su esperanza, su sueño
El diálogo es una forma privilegiada de vivir el amor en la vida matrimonial y familiar. Pero supone un largo y esforzado aprendizaje. Varones y mujeres, adultos y jóvenes, tienen maneras distintas de comunicarse, usan un lenguaje diferente.
Amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en unas pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o completar las propias opiniones.
La unidad a la que hay que aspirar no es uniformidad, sino una «unidad en la diversidad».
Muchas discusiones en la pareja no son por cuestiones muy graves. Lo que altera los ánimos es el modo de decirlas o la actitud que se asume en el diálogo
Es importante la capacidad de expresar lo que uno siente sin lastimar:* utilizar un lenguaje y un modo de hablar que pueda ser más fácilmente aceptado o tolerado por el otro, aunque el contenido sea exigente;
Se requiere una riqueza interior que se alimenta en la lectura, la reflexión personal, la oración y la apertura a la sociedad. Cuando ninguno de los cónyuges se cultiva, la vida familiar se vuelve endogámica y el diálogo se empobrece.
La virginidad es una forma de amar. San Juan Pablo II dijo que los textos bíblicos «no dan fundamento ni para sostener la “inferioridad” del matrimonio, ni la “superioridad” de la virginidad o del celibato» en razón de la abstención sexual.
La virginidad y el matrimonio son formas diferentes de amar, porque el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor
Más que hablar de la superioridad de la virginidad en todo sentido, parece adecuado mostrar que los distintos estados de vida se complementan, de tal manera que uno puede ser más perfecto en algún sentido y otro puede serlo desde otro punto de vista.
El celibato corre el peligro de ser una cómoda soledad, que da libertad para moverse con autonomía. Quienes han sido llamados a la virginidad pueden encontrar en algunos matrimonios un signo claro de la generosa e inquebrantable fidelidad de Dios.
Hay personas casadas que mantienen su fidelidad cuando su cónyuge se ha vuelto físicamente desagradable, o cuando no satisface las propias necesidades, a pesar de que muchas ofertas inviten a la infidelidad o al abandono. También podemos advertir en muchas familias una capacidad de servicio oblativo y tierno ante hijos difíciles.
La prolongación de la vida hace que se produzca algo que no era común en otros tiempos: la relación íntima y la pertenencia mutua deben conservarse por cuatro, cinco o seis décadas. Esto se convierte en una necesidad de volver a elegirse una y otra vez.
No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable, comprometernos a amarnos. El amor que nos prometemos supera toda emoción, sentimiento o estado de ánimo, aunque pueda incluirlos. Es un querer más hondo
En la historia de un matrimonio, la apariencia física cambia, pero esto no es razón para que la atracción amorosa se debilite. Alguien se enamora de una persona entera con una identidad propia, no sólo de un cuerpo.
Es el camino de construirse día a día. Pero nada de esto es posible si no se invoca al Espíritu Santo, si no se clama cada día pidiendo su gracia, si no se busca su fuerza sobrenatural.
Fuente: Papa Francisco, Amoris Laetitia
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