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Conocimiento en el noviazgo
Año Santo
de la Misericordia
Colección +breve
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Uno de los cometidos más importantes del noviazgo es conocer realmente al otro, y verificar la existencia o inexistencia entre ambos de un entendimiento básico.
Ahondar en el conocimiento mutuo implica hacerse algunas preguntas:
qué papel desempeña –y qué consecuencias conlleva– el atractivo físico,
qué dedicación mutua existe (tanto de presencia, como de comunicación a través del mundo de las pantallas),
con quién y cómo nos relacionamos los dos como pareja,
cómo se lleva cada uno con la familia y amigas o amigos del otro,
si existen suficientes ámbitos de independencia en la actuación personal de cada uno,
si faltan ámbitos de actuación conjunta,
la distribución del tiempo de ocio,
los motivos de fondo que nos empujan a seguir adelante con la relación,
qué valor da cada uno a la fe en la relación…
Lógicamente, importa también conocer la situación real del otro en algunos aspectos que pueden no formar parte directamente de la relación de noviazgo:
comportamiento familiar, profesional y social;
salud y enfermedades relevantes;
equilibrio psíquico;
disposición y uso de recursos económicos y proyección de futuro;
capacidad de compromiso y honestidad con las obligaciones asumidas;
serenidad y ecuanimidad en el planteamiento de las cuestiones o de situaciones difíciles, etc.
Es oportuno conocer qué tipo de camino deseo recorrer con mi compañero de viaje. Para eso podemos plantear algunas preguntas que se refieren al estado de la relación de noviazgo en sí misma.
¿Cómo nos hemos enriquecido –o empobrecido– en nuestra madurez personal humana y cristiana?
¿Hay equilibrio y proporción en lo que ocupa de cabeza, de tiempo, de corazón?
¿Existe un conocimiento cada vez más profundo y una confianza cada vez mayor?
¿Sabemos cuáles son los puntos fuertes y los puntos débiles propios y del otro? ¿Nos ayudarnos a sacar lo mejor de cada uno?
¿Sabemos ser a la vez comprensivos –respetando el modo de ser de cada uno y su particular velocidad de avance– y exigentes?
¿Nos dejamos acomodar pactando con los defectos de uno y otro?
¿Valoro en más lo positivo en la relación?
A la hora de querer y expresar el cariño:
¿Tenemos como primer criterio la búsqueda del bien del otro por delante del propio?
¿Existe una cierta madurez afectiva, al menos incoada?
¿Compartimos unos valores fundamentales y existe entendimiento respecto al plan futuro de matrimonio y familia?
¿Sabemos dialogar sin acalorarnos?
¿Somos capaces de distinguir lo importante de lo intrascendente? ¿Cedemos cuando en detalles sin importancia?
¿Reconocemos los propios errores cuando el otro nos los advierte?
¿Nos damos cuenta de cuándo, en qué y cómo se mete por medio el amor propio o la susceptibilidad?
¿Aprendemos a llevar bien los defectos del otro y a la vez a ayudarle en su lucha?
¿Cuidamos la exclusividad de la relación y evitamos interferencias afectivas difícilmente compatibles con ella?
¿Nos planteamos con frecuencia cómo mejorar nuestro trato y cómo mejorar la relación misma?
¿Valoramos el hecho de que el matrimonio es un sacramento, y su alcance para nuestra vocación cristiana?
Nunca se debe pensar que el matrimonio es una “barita mágica" que hará desaparecer los problemas
Recordemos que no se trata de pensar “cuánto le quiero" o “qué bien estamos", sino de decidir acerca de un proyecto común y muy íntimo de la vida futura. Por ejemplo:
detectar a tiempo carencias o posibles dificultades,
tratar de resolverlas antes del matrimonio,
La sinceridad, la confianza y la comunicación en el noviazgo puede ayudar mucho a decidir de manera adecuada si conviene o no proseguir esa relación
El proceso de elección da lugar a diversas etapas: el encuentro, el enamoramiento, el noviazgo y la decisión de contraer matrimonio. En nuestros días es más necesaria que nunca la preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar.
Fuente: Juan Ignacio Bañares, opusdei.org
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