La fotografía más conocida de Etty Hillesum es aquella en la que sostiene desafiante un cigarrillo entre las manos. Pero existe otra menos conocida igualmente reveladora sobre su carácter. Es de 1931, algunos años antes de entrar en un campo de exterminio nazi. En ella se puede observar una familia burguesa de la época, bien vestida, decorosa.
El padre, Louis Hillesum, es profesor de latín y griego, tímido, interesado principalmente a sus estudios. La madre, Riva (Rebecca) es de origen ruso, había emigrado a los Países Bajos como resultado de un pogromo, y tiene un carácter difícil, que han heredado sus dos hermanos de quince y once años, ambos con problemas de salud mental.
Etty, sin embargo, presenta una imagen fuerte, serena, convencida. Morena, con diecisiete años y unos ojos intensos que miran fijamente el objetivo. Tiene una mala relación con los padres fruto de la edad rebelde y de búsqueda del propio yo.
Doce años después, sin embargo, todos morirían (excepto el hermano pequeño, que lo hizo poco después de terminar la guerra) en un campo de concentración. Etty, además, lo hizo orando, después de haber rechazado los escondites que le habían ofrecido y haberse entregado voluntariamente a las SS. ¿Qué pasó en esos doce años, que transformaron a una joven rebelde en una conversa de corazón que leía los Salmos y los Evangelios? Por fin se ha publicado en Italia su diario completo (y no un extracto como hasta ahora se podía encontrar en las librerías) que cuenta este periodo crucial de la vida de esta judía holandesa.
Etty va a la Universidad como todos los jovenes de su edad, y se licencia en jurisprudencia. También cursa lenguas eslavas y psicología, pero no puede terminarlo porque la Segunda Guerra Mundial estalla. Hasta el momento había mantenido diferentes relaciones sentimentales y sexuales que le habían dejado insatisfecha, tal y como ella cuenta, y por esa época su pareja fija es Han Wegerif, un hombre de nada menos que 62 años.
En ese momento aparece en su vida Julius Spier, un psicoterapeuta refugiado alemán con cierto éxito en Amsterdam. Sus métodos terapéuticos, que incluyen la lectura de la mano son, sin embargo, bastante discutibles. Su verborrea apabullante y seductora conquista a Etty, que encuentra en él el hombre de su vida. Ese mismo día, el 8 de marzo de 1941, comienza a escribir un diario que durará hasta el 12 de octubre de 1942. Diecisiete meses en los que se puede contemplar la transformación de una oruga en mariposa. Pero vayamos paso a paso.
Julius, que es un hombre culto, religioso, sensible y honesto en su deseo de ayudar a cada individuo a encontrar lo más profundo de su ser, se enamora también de Etty. Entre los dos crea una compleja y contradictoria relación, entretejida de arrebatos emocionales, impulso sexual y sentimientos de culpa. Spier no quiere dejar a su novia y Etty, mientras tanto, se queda embarazada de Han y aborta. Un año después Spier muere de cáncer.
En 1941 Etty reconoce que sus ideales son «demasiado vagos, como ropa que queda un poco suelta», le gustaría «desaparecen, disolverse, fusionarse armónicamente con el cielo y la tierra». Sufre el caos que reina en ella misma, que le lleva a ir en busca de un hombre que tener para toda la vida, y al mismo tiempo sabe que esa posesión absoluta no es la posesión de lo Absoluto. Invoca a Dios, a quien percibe dentro de sí, pero tiene la impresión de que es una fuente cubierta de piedras y arena. La lucha interior de Etty continúa.
Al mismo tiempo la situación de los judíos continúa empeorando. En junio del 42 se promulgó en Holanda las Ley de Nuremberg: comienzan las persecuciones y las deportaciones. Ese verano Etty comienza a trabajar como enfermera y voluntaria en el campo de exterminio de Westerbork. Actúa como correo secreto de la resistencia y traslada mensajes de los prisioneros, además de recoger medicinas para llevar al campo. Poco a poco su corazón se va conmoviendo y solidarizando con todos aquellos judíos, sus hermanos casi de sangre, que están viviendo el horror de la persecución y el asesinato en masa.
Y he aquí que Dios llama. Llama y Etty abre la puerta tímidamente. Desciende hasta el corazón de Etty, donde en realidad ya estaba. Un día, de repente, Etty se encuentra a sí misma, sin proponérselo, de rodillas en el centro de la habitación. Otro día lee el pasaje de la carta de San Pablo a los Corintios sobre el amor y vuelve a caer de rodillas. Mientras en el exterior las amenazas y el terror crecen, las piedras y la arena del corazón de Etty van desapareciendo lentamente. Y la fuente resurge con una potencia inaudita. Esta fuente es el amor de Dios, que Etty reconoce en todos los hombres (incluso en sus propios verdugos), y en su vida.
Sus visitas como enfermera a los campos de concentración son contadas con todo detalle en sus diarios: «Las amenazas y el terror crecen día a día. Me cobijo en torno a la oración como un muro oscuro que ofrece reparo, me refugio en la oración como si fuera la celda de un convento; ni salgo, tan recogida, concentrada y fuerte estoy. Este retirarme en la celda cerrada de la oración, se vuelve para mí una realidad siempre más grande, y también un hecho siempre más objetivo. La concentración interna construye altos muros entre los cuales me reencuentro yo misma y mi totalidad, lejos de todas las distracciones. Y podré imaginarme un tiempo en el cual estaré arrodillada por días y días, hasta no sentir los muros alrededor, lo que me impedirá destruirme, perderme y arruinarme».
Su salud va empeorando mientras las deportaciones continúan en aumento, así que varios conocidos le ofrecen a Etty distintas formas de esconderse para poder así sortear el destino que le esperaba. Pero lejos de aceptarlas, Etty comprende que debe unirse a su pueblo, y se entrega voluntariamente a las SS el 6 de junio de 1943 junto con toda su familia. No llegaría a ver el final de ese año.
Pero Etty considera que, incluso en este abismo de desesperación, la vida sigue siendo significativa y maravillosamente bella. «Una cosa, sin embargo, se hace cada vez más evidente en mí», escribe viendo ya la inevitabilidad de su destino, «y es que Tú no nos puedes ayudar, sino que nosotros tenemos que ayudarte a Ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Lo único que podemos salvar en estos tiempos, lo único que realmente importa, es un tener una pequeña parte de Ti en nosotros, Dios mío. Nos toca a nosotros ayudarte a Ti, defendiendo hasta el final Tu casa en nosotros».
Estamos en el culmen del camino espiritual de esta joven judía, que estaba en aquel momento leyendo los Salmos y los Evangelios. El 7 de septiembre transportaron a toda la familia hasta Auschwitz. Sus padres murieron tres días más tarde y Etty Hillesum lo haría el 30 de noviembre del 1943. Desde el camión que le había transportado a su último destino terrenal, se las arregló para lanzar una postal dirigida a su amiga Christine van Nooten, que decía: «Hemos abandonado el campo cantando».
religionenlibertad.com (19 febrero 2013)
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