«Si Dios es Todopoderoso, ¿puede hacer una piedra tan grande que no pueda cargarla? ¿Es o no es Todopoderoso?». Algunos se plantean este tipo de preguntas y las utilizan como baluarte en pro de la increencia o la irracionalidad de la fe. Habría muchas respuestas que ofrecer. Pero una de las mejores, sin duda, es presentar la vida de uno que pensaba justamente con ese tipo de argumentos y que hoy, tras descubrir a Dios, es otra persona.
Se llama Susana Hortigosa García. Nació en Palma de Mallorca (España), pero muy pronto se trasladó con sus padres a un pueblito de Sevilla llamado Casariche.
«Mi familia, y el pueblo en general, son de ideología de izquierdas y atea –cuenta Susana–. Iba al colegio público, donde no se mencionaba a Dios. Cuando llegó el momento de la Primera Comunión, mis padres dejaron que yo eligiera si quería hacerla o no. Decidí que no, y dejé la catequesis y las clases de religión en el colegio, porque me aburrían».
Dentro de este ambiente sin Dios, los ingredientes que sazonaron la adolescencia de Susana no se hicieron esperar: «Drogas, promiscuidad, escapadas de casa, discusiones con mis padres, depresiones... el kit completo». Y de joven no es que mejorara mucho la situación. Trasladada a Málaga al cumplir los veinte años para hacer la carrera de Magisterio, puso muy poco el pie en la facultad… aunque sí que logró sacar la carrera.
Fue en este período cuando retomó el contacto con un buen amigo, católico convencido, con quien se debatía en largas discusiones durante paseos nocturnos: «hablábamos de las cuestiones que nos preocupaban: moral, pareja... y Dios». Porque aunque con el paso del tiempo fue madurando y asentando cabeza, Susana empezaba a experimentar un vacío interior: un algo que no le dejaba en paz consigo misma.
Poco a poco, su vida personal fue quejándose de sus excesos. Establecida en Málaga, trabajó en todo lo que se le pusiera delante: camarera, dependienta, etc. Saltaba de pareja en pareja. Canceló una boda un mes antes de su celebración; otra, a escasos doce días antes. No aguantó y decidió huir. Su amigo católico, establecido ahora en Madrid, la invitó a irse con él; no se lo pensó dos veces.
Y ¿cómo fue su vida en la capital? Así lo describe ella: «Empecé a trabajar como informática. Me hice socia de ARP-SAPC, una sociedad que promueve el ateísmo (entre otras cosas), pero cuanto más me involucraba con la asociación, menos me convencían sus argumentos. Y empecé a investigar sobre la fe, a querer creer… pero no podía».
A todo esto, se sumó una tormentosa relación con un joven que le llevó a replantearse la naturaleza del amor, de la entrega y del sufrimiento. Fueron días muy difíciles, en los que ella se definía “atea católica”.
Instintivamente, y para sentirse más segura, buscó un novio que fuera católico. Lo encontró. Y ahí fue donde todo cambió…
«Cuando ya éramos pareja, le freía a preguntas. Hasta que, un día, me dijo algo que me abrió los ojos: "¿Por qué no dejas de buscar a Dios en las alturas y le buscas en el amor de la gente que te rodea?". En ese momento hubo un clic en mi cabeza. Y supe que Dios siempre había estado ahí, esperándome».
A partir de ese momento, empezó a integrarse en la parroquia, a recibir catequesis, a ir a misa. Hizo su Primera Comunión. Hace apenas unas semanas se confirmó… «y poco a poco espero ir encontrando mi sitio en la Iglesia», dice una feliz Susana.
Todo este proceso, y mucho más, es lo que cuenta en su blog: http://www.yentucamino.blogspot.com.es/
La Susana de hoy sigue su vida, pero camina ya con otra visión totalmente distinta. Así lo describe ella misma:
«La conversión es una experiencia brutal. Y, en mi caso, me gusta porque yo no estaba en una situación extrema. Cuando se cuentan las conversiones de prostitutas, drogadictos, presos, etc., los ateos suelen argumentar que han encontrado a la Iglesia como una forma de escapar a su situación, o como un consuelo. Pero yo no necesitaba a Dios. Le buscaba, sí, pero mi vida era muy normal: un trabajo corriente, buenos amigos, una vida independiente... pero sentía un vacío inmenso en mi interior. Trataba de llenarlo estando pendiente de otras cosas: de ascender en el trabajo, de comprar esto o lo otro, estableciendo relaciones idealizadas y de dependencia... y nada de esto me llenaba. Intentaba acallar esa voz que me decía que nada tenía sentido, que no había una razón para levantarse por las mañanas. Esa soledad abismal. Hasta que encontré a Dios: entonces, de repente, todo cuadraba».
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=26224 2 diciembre 2012
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