Mis amigos de la política no entendían por qué alguien podía molestarse en convertirse, en cambiar de religión. Para ellos la religión es una cosa heredada, privada, decente y no muy profunda. "Algo malo sucede cuando la religión interfiere con la vida privada de un hombre", esa es su idea.
Un dicho inglés afirma que en sociedad no hay que hablar de religión, política y sexo. ¿Por qué? Porque nos obliga a hablar en debates apasionados, que nos afectan en lo íntimo. Y la gente, que es tranquila y agradable, no quiere tanto entusiasmo, tanta brillantez. Quiere que las cosas no sean agitadas.
El stablishment liberal tiene unas directrices muy claras para la sociedad. Y si los ciudadanos fuésemos entusiastas, estaríamos poniendo en cuestión este stablishment. Yo suelo decir: "rasca un poco al liberal y encontrarás el fascista". Ellos nos dicen que lo toleremos todo. Bien, pero si cuestionamos lo suyo enseguida se vuelven intolerantes.
Los liberales no quieren católicos. Quieren gente de buen corazón, amables, de buenos sentimientos. Si haces algo más allá de eso, lo llamarán "cruzada". Ellos piensan que es "poco adecuado" incluso cuestionarse un tema tan grave como el aborto. Este tema es curioso porque los hace actuar siempre de la misma manera: se ponen a hablar de religión, política y sexo todo junto, que es precisamente lo que se dice que no hay que hacer en sociedad.
Hace poco teníamos en el Parlamento dos temas. Votábamos un día sobre la caza del zorro y al día siguiente una ley sobre el aborto. Yo estaba en contra de ambas cosas. Pero hay gente que no lo tenía tan claro. Vi a un compañero allí lejos por el pasillo del Parlamento y le dije bien fuerte: "Ey, Harry, ¿no son sorprendentes estos políticos que ayer vinieron a proteger la vida de los zorros y hoy permitirán matar niños?" (Hay que decir que perdimos ambas votaciones y hoy se matan zorros y niños).
El caso es que muchos me oyeron y una dama del Parlamento se sintió indignada y me hizo llegar una carta: ellos no estaban por la labor de matar niños, me explicaba, sino de "interrumpir los embarazos". No fue la única y nadie salió en mi apoyo esos días.
La gente no quiere que le digan que está mal lo que creen. El programa liberal dice que no deberíamos actuar como destructores de la vida, que son racionales, liberales, etc... pero en estos temas son intolerantes. Creen que sólo hay que tener en cuenta lo que es útil, conveniente. Todo es relativo, todo vale lo mismo, excepto el aborto, claro... Islamismo, budismo, picotear un poco de esto y de aquello, todos son adecuados. Pero hablar de la Verdad, eso no es conveniente y se tambalea su régimen.
Hace poco un prelado anglicano se quejaba en el sínodo de esta Iglesia: "antes hablábamos de la Verdad, y ahora de lo que necesitan los fieles, pero lo que necesitan no es lo que quieran o pidan, lo que necesitan es Verdad". Es como ese político que le preguntan "¿qué horas es?" y responde con grandes reflejos "¿cuál le gustaría que fuese?" Si capturamos el lenguaje, podemos evitar el contacto con la verdad, usando palabras que no hieran. Por ejemplo, no hay que hablar del aborto, porque esto molesta a la gente.
Así, el establishment tiene tres normas:
1) Todo vale por igual mientras satisfaga 2) Hay temas y palabras que no deben mencionarse 3) Todo está bien mientras seas "sincero con lo que crees"
Supongo que Goebbels era sincero con lo que creía y hacía. De hecho, a los liberales no les gusta lo de "creer", sino medir las cosas por su "sinceridad", para evitar preguntarse por la Verdad de esas cosas, que es lo que les da miedo.
Incluso la Iglesia Católica ha sido alcanzada por este pensamiento. Si ustedes son conversos, como yo, lo verán: te dan la bienvenida y te dicen "yo soy católico de siempre, entiendo las cosas mejor que tú, pero no sé por qué te has molestado en cambiar". Yo siempre les respondo: "oye, deberías ser un entusiasta de tu fe, no sólo tener mera aceptación." A esta gente les falta recordar lo que es convertirse. Veo que los viejos católicos no quieren convertir a más gente. De hecho, los nuevos les asustamos. "Uy, cura nuevo. ¡Querrá hacer cosas! Qué miedo...!" Cada uno deberíamos ser un converso, cada día, cada hora, preguntarnos qué significa ser católico.
Los católicos liberales dicen "no queremos triunfalismos". Pues yo, que soy converso, creo que sí los necesitamos, un montón, y tenemos todos los motivos, pero no por nosotros mismos, sino porque podemos decir "¡nuestro Dios vive, hoy como en Palestina, en Cuerpo y Sangre, en la Iglesia Católica!" El triunfalismo es malo si es para ensalzarse uno mismo, pero si es para defender a la Iglesia, es bueno. Hay que recuperar las declaraciones poco populares que no gustan a la gente con miedo a la verdad.
En Washington, en la Catedral Episcopaliana (los episcopalianos son los anglicanos de EE.UU.), vi un altar a las víctimas del SIDA. Fui al cura y le pregunté: "¿y las del cáncer?" El cura me dijo: "es que el SIDA es un problema particular para nosotros". El cura pensaba que para predicar el Evangelio en EE.UU. era necesario y me dijo "esto es el Evangelio en América". El que conviene, el que se adecúa. Es cierto que necesitamos presentar el Evangelio de forma que se entienda en el mundo: pero el error de muchos es cambiar el Evangelio, en vez cambiar el mundo.
La gente joven ve el poder de Dios cuando comprende el medio ambiente, cuando ve la Naturaleza que se nos ha dado, algo que gusta al joven. Hemos de cogerlos ahí y que nuestra fe les parezca positiva, no de negaciones. El antiabortismo no es en realidad "anti", es celebración de la vida y de las criaturas de Dios. Los católicos, con nuestra religión tan material, con su Pan y Vino, con la Creación, podemos llegar a muchos jóvenes.
Sí, hay que ser triunfalistas de los milagros, de los hechos maravillosos, hay que ser entusiastas de la Verdad que se nos llama a proclamar. A lo mejor esto es algo que los conversos tenemos que enseñaros a vosotros: que esto es una Fe, que hemos de estar orgullosos de ella y que si no lo estamos, lo lamentaremos.
(Aparecido en E-cristians, 13.12.2001)
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