Un domingo de mucho calor, era el Día del Santuario y por eso había mucha gente, se acerca un joven sucio, muy delgado, con manchas en la cara. Me preguntó: «¿Me va a atender en confesión? ¿No me tiene asco? Hace ya mucho tiempo que nadie habla conmigo. ¿Sabe? tengo sida y muy pocos días de vida, según los médicos».
Mi primera reacción, lo confieso con vergüenza, fue de asco y rechazo, pero el Señor y la Virgen me dieron coraje. «Sí -le dije-, acércate hermano». Me contó de dónde venía y me dijo: «Quiero confesarme, porque tengo poco tiempo».
¡Qué confesión! Al final me dice: «Estoy en paz. ¿Cuál es su nombre, padre?» «Julio» -le dije-. «Lo voy a recordar siempre. Usted me hizo encontrar con Jesús. ¿Le puedo dar un beso?» Dudé un poco pero le dije: «Sí, hermano».
Qué alegría para él. Seguramente ya está en el Cielo. Y para mí qué emoción poder abrir las Puertas del Cielo a un hermano en nombre de Jesús.
Julio Argentino Ferreyra
San Francisco (Argentina)
100 historias en blanco y negro
Lo más reciente