Joan Maria Batlle, que así se llamaba el joven médico, era consciente del peligro y, por eso, escribió tres cartas: una dirigida a su esposa, otra a sus dos hijos y una tercera para sus padres. Las cartas, entregadas a sus destinatarios en un sobre cerrado, sólo podían ser abiertas si la operación iba mal.
La carta dirigida a su madre decía así: "Pamplona, 14-IX-96. Mamá, supongo que no pensarías que me iría así sin despedirme de ti, al igual que he hecho con Anna. Me imagino que en estos momentos te harás muchas preguntas y una de ellas es saber si todo lo que has hecho ha valido la pena, es decir, si ha servido para algo.
La respuesta es que sí y, por eso, quiero agradecerte todo el esfuerzo que has hecho por ir haciéndome un hombre de provecho. Gracias por tu esfuerzo que me permitió acabar la carrera, gracias por haberme enseñado a ser un hombre como es debido (eso espero), gracias por toda la compañía que juntamente con Anna me has hecho y, sobre todo, gracias por haberme enseñado a tener fe, cosa que me ha permitido poder disfrutar de todo al máximo en estos últimos días, aunque el corazón a veces protestaba; y saber que, en todo momento, Dios me quería y deseaba lo mejor para mí, aunque pareciera una incongruencia ya que llevaba un buen trastazo en el corazón.
Te quiero pedir un último favor, aunque sé que no es necesario. Cuida de Anna como si fuera hija tuya y también de los niños. No quiero que se sientan desamparados y huérfanos de padre. Quiero que les hagas entender que, aunque yo no esté personalmente, sí estaré siempre a su lado.
Dale un beso a mi padre. Dile que le he querido siempre mucho y que también le agradezco los sacrificios que ha hecho para que yo pudiera terminar mis estudios... Y nada más, hasta que Dios quiera que nos volvamos a ver. Mientras, quedaremos unidos en la plegaria de los Santos. Adiós. Un beso muy fuerte y un abrazo de tu hijo que tanto te ha querido."
Nos puede ayudar a conocer todavía más con qué disposición vivió aquellos momentos Joan Maria, la carta que escribió a la fundadora del Movimiento de los Focolares, Chiara Lubich, al cual el médico Batlle pertenecía desde que cumplió los 18 años: "Mientras el médico, un poco agitado, trataba de explicarme todos los detalles, dirigiéndome interiormente al Santo Cristo que había detrás de él, le dije: —Entonces, ¿es esto lo que quieres que pase? (Se refería al día de la primera comunión de su hijo Carles. Tras agradecer a Jesús aquel acto tan entrañable, Joan Maria le dijo que, a partir de ese momento, hiciera con él lo que quisiera). Pues bien, con tu ayuda, Jesús crucificado y abandonado, y con la ayuda de María, desolada al pie de la Cruz, haremos juntos este camino. Con la fuerza que Jesús me daba, hice el propósito de aceptar este dolor, de dejarlo todo, y de perder aquello que más quiero en esta tierra: Anna Maria, a la que estoy tan unido, mis hijos, familiares, amigos...
Me propuse no pensar demasiado en mi enfermedad y ofrecer cada mañana a Jesús abandonado todo lo bueno y todo el dolor del día. De esta manera, cuando vienen nuevas complicaciones, cuando a menudo me tienen que poner inyecciones en las venas o cuando se presentan los síntomas de la quimioterapia (vómitos, días enteros inmóvil en cama...), rápidamente lo ofrezco todo a Jesús abandonado por tu/nuestra Obra de María..."
Había nacido el 17 de septiembre de 1958 en la ciudad de Girona. Sus padres: Joan Batlle de Porcioles y Montserrat Sagrera y Bosch, provenían de familias numerosas y cristianas. Diez hijos tuvieron sus abuelos paternos y ocho sus maternos.
De la infancia de Joan Maria todos destacan su sonrisa. El abuelo Joaquim comentó: "Cuando sonríe así, es que un motivo de eterna sonrisa envuelve la vida de este niño". Fue bautizado a los cinco días en la parroquia del Mercadal. Tenía un carácter dócil y bueno. Montserrat Sagrera, que ha escrito un libro de 70 páginas sobre su hijo (Yo creí en el amor. Joan Maria — señores Batlle-Sagrera, c/Bailén, 2, Y 1~ - 17002 Girona — tel. 972 20 19 10), describe así uno de los rasgos de su carácter: "Cuando le reñíamos o lo castigábamos, como era de un carácter sensible, demostraba sentirse muy afectado. Aún veo su carita con los ojos llenos de lágrimas; pero al dialogar con él, con los ojos aún húmedos y sin rencor, aparecía su sonrisa en los labios, cosa poco natural en un niño".
Se mostraba, desde pequeño, muy generoso. Cada año por Navidad entregaba parte de sus juguetes a familias necesitadas, pero no daba los que no quería o tenían defectos, sino los que más ilusión le hacían.
Dado su carácter directo no es extraño que hiciera amigos rápidamente. Al ser hijo único, buscaba especialmente la compañía de sus muchos primos. Cuando sólo tenía cinco años, el párroco dijo a sus padres que sería conveniente que hiciera ya la primera comunión, y comentó: "Ya que es tan inteligente, procuraremos que, antes de que las cosas del mundo le prendan, Dios ocupe el primer lugar en su corazón". En la fiesta de la Virgen de Montserrat de 1964, recibió Joan Maria por primera vez a Jesús Eucaristía en el altar que la iglesia parroquial tiene dedicado a la Moreneta y donde, cinco años antes, su padre lo había ofrecido a la Virgen.
Mosén Cervera, el párroco, habló largamente con el niño la víspera de la comunión para ver hasta qué punto estaba preparado. Le preguntó qué pensaba pedir al Niño Jesús cuando lo tuviera dentro de su cuerpo y él contestó muy seguro, y como cosa muy pensada: "La primera cosa que le pediré será la gracia de no cometer nunca ningún pecado mortal y después... por los padres, abuelos y familiares". El párroco comentó a los padres que había quedado muy emocionado de la respuesta: "Cuando un niño dice y piensa pedir esto, demuestra que no nos hemos equivocado al dejarle recibir a Nuestro Señor tan pronto, y ojalá sea una lección para todos nosotros y procuremos imitarle".
Fue alumno del colegio La Salle, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Destacó en los estudios y buscaba la perfección en las cosas que hacía. Le gustaba hacer caminatas en el campo, cortando caminos de montaña y rezando el Santo Rosario. Era más bien reservado a la hora de guardarse para sí los sufrimientos y, de vez en cuando, manifestaba un carácter fuerte: era su defecto dominante que, sin embargo, apenas empañaba su amabilidad y ternura. Su cuñado, Jordi Bosch, leyó en el entierro una semblanza de Joan Maria en la que decía: "Repartió mucho amor, aunque a veces tenía algún arranque de genio, que no era nada con lo que conseguía amar".
Acabado el bachillerato, la familia Batlle Sagrera se decantó por la Universidad de Navarra. Era difícil la admisión en la Facultad de Medicina, donde, además de una nota media alta, era necesario pasar un examen en la misma Universidad. Pero superó ambos requisitos.
Residió en el Colegio Mayor Larraona, dirigido por los padres Claretianos. Fue feliz en Pamplona durante los seis años que duró la carrera. Con su guitarra y sus canciones catalanas pronto se hizo popular en el Colegio Mayor y entre sus compañeros de curso en la Facultad.
Haciendo Joan Maria de catequista, el año 1985 conoció a la que más tarde sería su esposa, Anna Bosch Adriá. Se casaron en el Santuario de Nuestra Señora de Torreciudad, Huesca, y ofició la ceremonia un sacerdote de la prelatura del Opus Dei, amigo de la familia de su novia. Del matrimonio nacieron dos hijos: Carles y Meritxell.
En Girona trabajó en varias clínicas y fue médico de un centro geriátrico. La informática era una de sus grandes aficiones y, siguiéndola, ordenó el sistema de varias instituciones hospitalarias.
Descubierto el cáncer, Joan Maria fue viviendo a través de fuertes tratamientos de quimioterapia, de radioterapia y de otra operación quirúrgica. Su vida duró poco más de un año. El último año fue muy duro para él: no retenía casi nada de lo que comía, se iba hinchando y volvió a tener un embalse pericárdico.
El martes 30 de septiembre de 1997 recibió la Unción de los enfermos de su confesor el Dr. Albert Barceló. Este mismo día Joan Maria quiso estar un rato solo con su hijo Carles. El padre hablaba y el niño asentía. Los dos lloraban. Las ideas básicas que el niño recuerda de aquella conversación con su padre moribundo son: había de estar tranquilo, su padre se iba al cielo. No quería que ni él ni Meritxell se sintiesen desamparados. Que intentase recordar que su padre siempre estaría a su lado, aunque no visible. Que cuidase y ayudase a mamá y a sus abuelos. Que trabajase mucho en la escuela, ya que de esta manera daría alegría a todos. Que su padre había querido ir a morir a Girona para poder despedirse de toda la familia.
El responsable del Movimiento de los Focolares lo telefoneó desde Barcelona. Hablaron un buen rato y se oyó a Joan Maria explicarle que en Pamplona le habían dicho la verdad y remarcó, con gran gozo y alegría, que se estaba preparando para el encuentro con el Padre Celestial. También añadió que todo lo ofrecía por la Iglesia, por el Movimiento y por su familia.
A Joan Maria le hacía ilusión morir en la fiesta de los Ángeles Custodios, el 2 de octubre. Ese día comulgó por última vez y comentó durante el día: "Mi Ángel Custodio debe tener trabajo con alguien más porque no viene a buscarme". Ya en la noche, preguntó qué hora era y, cuando su madre le dijo que eran las 22,45, comentó: "Si el Ángel de la Guarda quiere venir a buscarme en su día, se tiene que apresurar". Pocos minutos antes de la medianoche expiró. En la lápida de su tumba, al lado de una imagen de la Virgen, quiso que se pusiera esta inscripción: "Yo también he creído en el Amor".
Joan Maria Batlle Sagrera,
un joven médico que creyó en el amor (1958-1997)
por Ignacio Segarra, pbro.
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