“Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Este fue el mandato de Jesús a sus apóstoles que recoge el Evangelio de San Mateo y que resume la misión de la Iglesia fundada en Pentecostés.
Sin embargo, en Occidente la Iglesia Católica pierde cada año millones de fieles siendo África y Asia las que frenan esta caída y gracias a las cuales el catolicismo sigue creciendo en número.
Mientras tanto, en buena parte de las diócesis y parroquias de Europa y en menor medida de Estados Unidos se siguen manteniendo las mismas estructuras desde hace décadas apostando por una pastoral de conservación y no de evangelización. Todo ello en medio de una sangría de fieles que está vaciando las iglesias.
Muchos sacerdotes se sienten abrumados y no saben qué hacer, tampoco en los seminarios se ha dado una respuesta a este nuevo paradigma mientas la falta de líderes católicos impide o ralentiza una remontada de esta situación.
Marcel Lejeune, laico casado y padre de cinco hijos, dirige Catholic Missionary Disciples. Analiza esta situación en Catholic Missionary Disciples, iniciativa de formación de líderes católicos para la Nueva Evangelización, y habla de 7 fallos que se producen en el seno de la Iglesia y que provocan que el catolicismo siga cayendo en número, sobre todo en Occidente.
En su opinión, en la Iglesia actual “hay una cultura de gestión, no de misión”, “poca visión para el crecimiento, poca transformación y mucho status quo”.
Pero lo más grave para Lejeune es que “vemos una falta de líderes, qué hacer al respecto y querer cambiar”. Estos son 7 motivos que él considera que provocan esta situación:
La formación del seminario es un entorno hiperacadémico, donde los hombres jóvenes pasan la mayor parte del tiempo con sus compañeros, aprendiendo de hombres (en su mayoría) mayores, que los forman en filosofía, teología, sacramentos, asuntos pastorales. Cuando estos hombres entran en contacto con una parroquia, sin embargo, lidian con asuntos multigeneracionales: familias, mujeres, y la mayor parte de ellos (los sacerdotes) viven solos. Raramente llegan a utilizar plenamente sus estudios de filosofía y teología.
Pero este problema no sólo atañe a los seminarios sino a las instituciones católicas en las que deben formarse los líderes católicos laicos. En ambos sitios, en general, no preparan para las situaciones reales que vivirán.
Con demasiada frecuencia, afirma Lejeune, se ve a los líderes actuando como gerentes de status quo. En su opinión, no tienen la respuesta para romper el declive en las parroquias, pues es algo creativo y transformador. Esto se debe a que su experiencia en la pastoral se ha centrado en catequesis, sacramentos, eventos… No entienden cómo multiplicarse espiritualmente o cómo formar discípulos misioneros, porque no han aprendido de nadie que hiciera estas cosas. Son para ellos conceptos extraños que muchos de los que deben ser líderes católicos no han experimentado personalmente.
s algo que afecta a todos pero se debe cambiar la forma en que se está trabajando o la Iglesia seguirá cayendo. Pone como ejemplo Estados Unidos donde por cada persona que se une a la Iglesia, cuatro católicos la abandonan. No se puede seguir aceptando esto sin más y simplemente continuar “gestionando” las parroquias y diócesis.
Lejeune aclara que no se trata de cambiar la doctrina sino que se necesitan nuevas formas de actuar, nuevos movimientos y un nuevo espíritu misionero. Sin embargo, sigue habiendo en general una resistencia a estas nuevas formas de hacer las cosas. Se trata de miedo. Miedo al cambio. Miedo a tener que humillarse para probar algo nuevo, temor a que el trabajo realizado no haya sido fructífero. Todos somos humanos y nadie hace las cosas de manera perfecta pero con humildad y valentía la cosa puede ir a mejor.
Es necesario e imprescindible mostrar lo que Jesús enseñó. Pero Lejeune considera que la enseñanza no es la clave para que el corazón de alguien se convierta a Cristo. Más bien, se trata de un encuentro con Jesús, donde se da una oportunidad de elegir seguirlo, y una invitación al arrepentimiento y a la conversión. Esto es para él la evangelización. Y es precisamente lo que se está perdiendo.
A su juicio, cuando muchos líderes se encargan de la planificación pastoral, recurren a lo que conocen y muchos terminan convirtiendo la enseñanza en el núcleo de todo. Y así se vuelve al problema de siempre: “¡catequizar y administrar sacramentos no es igual a evangelizar”.
Ahora se habla mucho de discipulado, y se convierte en objetivo. Pero el hacer discípulos no es el objetivo final. “Necesitamos apuntar hacia los discípulos que hacen otros discípulos, que hacen otros discípulos. Esta es una cultura de multiplicar discípulos".
El cambio requiere humildad y la rendición de cuentas más todavía. ¿Se imaginan –pregunte Lejeune- que un obispo admitiera que no tiene todas las respuestas, que necesita ayuda y que está tratando de aprender de los demás cuál sería la mejor manera de cambiar su diócesis, que se está desangrando? Personalmente, lo admiraría mucho por tanta humildad”.
“La solución no es fácil, necesitamos cambios en la forma en que trabajamos en nuestras parroquias y diócesis. Esto comienza con humildad y oración. Entonces podremos realmente discernir qué necesita cada uno de nosotros para crecer como líderes. Necesitamos la visión adecuada. Necesitamos ayuda. La razón es que Dios quiere renovar nuestra Iglesia para que podamos cumplir su misión. Recuerda que un puñado de discípulos cambió el mundo en pocas generaciones después de Pentecostés, ¿qué pasa con nosotros?”.
religionenlibertad.com 5 febrero 2018
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