El Dios íntimo

 

Cuando oímos hablar de Dios, solemos hacernos la idea de un ser que está muy lejos, alguien que mira el mundo desde fuera, desde más allá de las nubes y las estrellas. Y desde allí lejos, mira el mundo como desde un avión, contemplándolo desde la altura.

Por eso, si nos planteamos nuestra relación con él, nos puede parecer difícil llegar a conectar con alguien que está tan lejos. Y, en todo caso, parece que tendríamos que hacer algo más o menos difícil, para superar esa distancia tan grande: desde nosotros, hasta ese Dios que mira el mundo desde fuera.

Dios nos mira desde dentro

Esa imagen de un Dios que está más allá de las estrellas, que mira al mundo desde fuera, es una imagen absolutamente falsa. Dios no está "fuera" y lejos del mundo. Dios está en lo más íntimo del mundo y de cada uno de nosotros. Dios -como veremos en este capítulo- está en nuestras entrañas, en nuestras neuronas, en lo más íntimo de nuestra persona. Dios está dentro, y nos mira desde dentro. La mirada de Dios no es una mirada fría y desde la lejanía, sino una mirada íntima y amorosa.

Nosotros vemos las cosas porque existen, pero las cosas existen porque Dios las mira. Existir, para las cosas creadas, para cada uno de nosotros, consiste en estar siendo mirados amorosamente por Dios. Aunque de momento parezca extraña esta expresión, podemos afirmar que, de hecho, existimos "en el interior" de esa mirada amorosa de Dios. Lo veremos luego más despacio.

Por eso no tiene sentido afirmar que Dios mira el mundo desde fuera. Entre otras cosas, porque no hay un "fuera" desde el que mirar y además, porque Dios no está limitado a estar en “un” sitio, ya que no es material, y además, es infinito. Esa imagen inconsciente de un lugar "fuera del mundo" es una de tantas trampas que nos hace la imaginación. Mostrar que no existe un lugar "fuera del mundo" es demasiado filosófico, así que lo dejamos (1). De todas maneras, para comprender un poco más cómo es la relación entre el mundo y Dios, tendremos que hacer el esfuerzo de pensar un poco. Vamos a plantear el asunto de otra manera.

Crear el mundo no es como construir

Una familia decide construir una casa en un pequeño terreno. Lo primero que hace es buscar un arquitecto. Le explica lo que quiere, y le encarga la construcción. El arquitecto comienza a construir un día determinado; durante unos meses o años está construyendo; un día termina: la casa está construida y acabada. Entonces entrega las llaves. El arquitecto era importante para la casa mientras ésta se construía. Una vez acabada, a la casa ya no le importa que el arquitecto se vaya de viaje o se muera.

Habitualmente pensamos que Dios sería causa del mundo de la misma manera que el arquitecto es causa de la casa que construye. Así que nos imaginamos a Dios como un gran arquitecto, que es responsable del comienzo del mundo. Y así, identificamos Creación y Comienzo del mundo. Esta forma de pensar es un error.

Con esta idea equivocada de Dios como arquitecto que es causa del comienzo del mundo, podemos llegar a pensar que el mundo puede seguir adelante sin Dios, del mismo modo que la casa existe y sigue adelante aunque el arquitecto que la hizo se vaya lejos o aunque se muera. Entonces, alguno puede decir: -¿Para qué hace falta Dios? El mundo funciona igualmente sin él. Hay unas leyes naturales que siguen adelante de modo inalterable y ciego. El mundo funciona solo. Y también mi vida, que se desarrolla en el mundo, funciona igual sin Dios. Puede ser que Dios haya creado el mundo hace mucho tiempo, pero ahora las cosas funcionan por su cuenta, al margen de Dios.

Este planteamiento incluye dos errores, que ni siquiera son errores de fe, sino simples errores mentales. Uno, es la identificación entre Creación y Comienzo del mundo (2). El otro, entender la creación como la construcción de una casa. Estos dos errores nos impiden comprender que Dios está muy cerca de nosotros: sosteniéndonos, ahora mismo, con su amor; mirándonos con cariño desde dentro de nosotros mismos.

La Creación no es lo mismo que el Comienzo del mundo

Una cosa es que el mundo sea creado; y otra muy distinta, que el mundo tenga comienzo.

Que el mundo -el que ahora existe- es creado, que depende de Dios para existir hoy, es verdad, pero además es inevitable, no podría ser de otra manera, y por eso, se puede demostrar. Pero con esto no estamos haciendo ninguna referencia al comienzo del mundo. La creación no se acaba con poner el mundo en funcionamiento. La actividad creadora de Dios no se encuentra sólo al inicio, al comienzo, sino que Dios está creando continuamente (3). El mundo, hoy, es sustentado por el amor de Dios. Esto es lo esencial.

El comienzo del mundo es una cuestión distinta. Que el mundo tiene un comienzo es verdad, de hecho es así, pero también podría ser al revés: que el mundo creado por Dios no tuviera comienzo. Es decir, que echando marcha atrás en la historia, nunca encontráramos un momento inicial, sino que pudiéramos seguir indefinidamente hacia atrás, sin límite.

Hay quienes se inclinan por sostener que el mundo material no tiene un momento inicial. Esto -aunque de hecho no es así- sería posible. Y ese mundo sería igualmente creado, dependería igualmente de Dios para existir. Que cualquier mundo material depende de Dios para existir es demostrable, pero que el mundo tenga un comienzo temporal, es indemostrable. Es más, se puede demostrar que nadie puede demostrar que haya un comienzo del mundo. (4)

La creación no es otra cosa que el conocimiento y amor divinos que dan consistencia y realidad al mundo. El mundo está dentro de ese acto de amor, de esa mirada divina. Y dentro de la mirada divina, que es eterna, que no tiene tiempo, hay cosas materiales, que sí son temporales. Esa historia interna es limitada, aunque podría haber sido ilimitada. Este es el orden correcto de los conceptos (5).

Que el mundo es creado significa que -ahora, antes, y después- recibe su consistencia del amor de Dios que le da el ser. (6)

En su interior, el mundo tiene tiempo, que ese tiempo interno sea limitado o ilimitado es indiferente para sus relaciones con el exterior (7). En relación con el exterior, el mundo se apoya en Dios para existir. Y Dios es tan creador ahora como en el primer momento de la creación. Dios sostiene actualmente el ser del mundo. Si Dios dejase de pensar con amor en el mundo, el mundo dejaría de existir.

Diferencias entre crear y construir

Para entender la creación del mundo por parte de Dios, es importante que estemos prevenidos ante esa imagen -en la que casi nunca pensamos explícitamente, pero actúa en nuestra cabeza- de Dios como un arquitecto que hace una casa, o como un padre que engendra a un hijo. La relación de Dios con el mundo no es así. Es algo mucho más íntimo. Y es algo actual, de cada día, no algo que pasó al principio.

Cuando un arquitecto, junto con los obreros, construye una casa, pasan, entre otras, dos cosas:

1.— Arquitecto y obreros no producen todo el ser de la casa, no se bastan a sí mismos para producir la casa, sino que han de utilizar materiales preexistentes (ladrillos, cemento, madera, vigas, cristales...) a los que, simplemente, dan una nueva forma.

2.— Cuando la casa está hecha, ya no depende del arquitecto y los obreros que la hicieron. Aunque ellos se despreocupen de la casa, o se mueran, la casa sigue existiendo. Porque arquitecto y obreros no son causa de la existencia actual de la casa, sino sólo del comienzo de la casa, de su construcción.

Construir no es crear.

Se suele decir que crear es sacar algo de la nada. Es más exacto decir que crear es sacar algo exclusivamente desde uno mismo, sin utilizar nada exterior o preexistente.

Cuando se dice que Dios crea el mundo de la nada, no se quiere decir que "utiliza" la nada para crear. Se quiere decir que "no utiliza nada", que pone el mundo en la existencia sólo y exclusivamente desde su propio poder. Es decir, que todo el ser de lo creado depende de Dios. Eso no pasa con el arquitecto y la casa. Por eso hemos de buscar otra comparación que nos sirva para entender esta relación entre Dios y el mundo que se llama Creación.

¿Qué es crear?

Crear es una acción exclusiva de Dios. Y Dios es espíritu puro e infinito. Por eso, para entender un poco más la actuación de Dios, conviene fijarse en las acciones de nuestro espíritu. Un ejemplo nos puede servir de introducción para la respuesta.

El padre de un amigo mío, que tenía un pequeño astillero, llevaba tiempo con ganas de construirse un velero. Recuerdo que en varias ocasiones nos hablaba de cómo iba a ser el barco: -Medirá tanto por tanto, tendrá estos colores, los mástiles serán de tal tamaño, la cabina tendrá tantos camarotes... -Nos decía: -Es como si lo estuviese viendo; tengo el barco perfectamente acabado en mi cabeza.

Todos los detalles estaban pensados, esperando ser realizados. Y así fue. Al cabo de unos años lo vi terminado: aquel barco ya era realidad, ahora fuera de la cabeza del padre de mi amigo. Y era tal y como nos lo había descrito hacía ya años.

La relación entre Dios y el mundo se parece a la relación entre un proyecto o una ilusión nuestra y nosotros mismos. Se parece, pero no es igual.

Nuestras ilusiones y las de Dios

La diferencia es que nuestra ilusión no es creadora, no da realidad física a nuestro proyecto, sino que está sólo dentro de nuestra mente. Para hacerlo realidad, tenemos que ponernos manos a la obra. En cambio, la ilusión, el amor de Dios, es directamente creador, da realidad propia a lo que ama. Esto es, si el padre de mi amigo hubiera sido Dios, el barco hubiese existido desde el momento en que ya tenía esa ilusión en su cabeza. Y del mismo modo, el mundo en el que vivimos existe realmente, ahora, porque Dios lo está pensando y queriendo con ilusión, ahora.

Por eso, a pesar de esa diferencia, hay una semejanza muy importante entre nuestros proyectos e ilusiones y la Creación del mundo por Dios.

Cuando yo tengo un proyecto, por ejemplo, construir una casa, o el barco del que hablábamos, ese proyecto es una realidad, aunque sea una realidad meramente intelectual: tengo el barco en mi cabeza. Y en verdad, el padre de mi amigo lo tenía completo en su cabeza. El proyecto tenía ya una realidad, pero sólo intelectual.

Que el proyecto es una realidad -intelectual- se comprueba por la necesidad que tengo de haber hecho el proyecto para pasar a la construcción. Si no sé lo que tengo que construir, no puedo empezar a poner ni un ladrillo, ni un trozo de madera. El proyecto, aunque sólo esté en la cabeza del arquitecto, es una fase real y necesaria del proceso de construcción. Lo intelectual es una parte de la realidad, y una parte muy importante.

Ahora bien, esa realidad del proyecto que tengo en la cabeza, esa ilusión que tengo, ¿en qué consiste? ¿En qué consiste la "realidad" de mi proyecto y de mi ilusión? Su realidad consiste precisamente en estar siendo pensada por mí con ilusión. Si a mí se me pasa la ilusión, todo ese proyecto se desvanece en la nada. Porque toda su realidad consiste en la ilusión que yo tengo, en estar siendo pensada actualmente por mí. Esto es, hasta que el barco aquél no estuvo construido, su realidad consistía en que estaba siendo pensado en la cabeza del padre de mi amigo. Si se le pasaba la ilusión, el barco dejaba de existir, porque toda la realidad del barco consistía en estar siendo pensado actualmente en su cabeza.

Pues bien, así es la relación entre Dios y el mundo, como la que tengo yo con mi ilusión y proyecto. Con la diferencia de que la ilusión y el amor de Dios son directamente creadores: dan el ser, la existencia real, a aquello que aman.

Ahora podemos contestar a la pregunta: -¿Qué es crear? -Crear es amar. Existir consiste en estar siendo amado

Para nosotros, para los seres creados, existir consiste en estar siendo pensados con ilusión por Dios, estar siendo amados por Dios (en Dios pensar y amar se identifican). Por eso, tenemos una relación absolutamente íntima con Dios. No es que Dios nos ama y por eso existimos, nuestra existencia no es el resultado del amor de Dios, como la casa es el resultado de la actividad del arquitecto. Es una relación más íntima todavía.

La actividad del arquitecto es anterior al ser de la casa. Y la casa está completa y empieza su existencia plena precisamente cuando arquitecto y obreros terminan la construcción. En cambio el mundo no empieza cuando termina la creación, sino que existe mientras Dios lo está creando, mientras lo está amando. Existe en el interior de ese amor creador.

Quizá sirvan como ejemplo los dibujos de los tebeos. Cuando se nos quiere decir que un personaje está pensando algo, se dibujan unos circulitos muy pequeños, que salen de la cabeza de quien piensa y terminan en un círculo grande, en el que se dibuja el contenido del pensamiento o imaginación. Con esa imagen se quiere decir que lo dibujado en el interior del círculo sólo existe en la cabeza de quien lo piensa, sólo existe porque lo está pensando. Pues bien, así es la existencia del mundo con respecto a Dios: las cosas existen porque Dios las piensa y ama.

Por eso, el mundo existe mientras Dios lo ama, existe en el interior del amor creador de Dios, del mismo modo que nuestro proyecto existe mientras tenemos ilusión en él, mientras lo estamos pensando, en el interior de mi pensar.

Existir, para el proyecto, consiste en estar siendo pensando. Así, existir, para el mundo, consiste en estar siendo pensado y amado por Dios. Se podría decir que somos amor de Dios condensado.

Dios está en lo íntimo

¿Dónde está Dios: fuera o en lo íntimo? En sentido estricto, esta pregunta no tiene sentido, porque parece que estamos limitando a Dios a estar en un sitio concreto. Y Dios no está en un sitio, porque no es material, y además es infinito. Dios está en todas partes, porque todo existe en su amor. Pero, de decir algo, habrá que decir que Dios no está “fuera”, sino “en lo íntimo”.

El proyecto está dentro del acto de pensarlo, como la idea está dentro del circulito del tebeo. Así también, el mundo está dentro del acto de amor de Dios que le da la existencia. No es un resultado posterior y externo al acto creador, como la casa es un resultado posterior a la construcción. Es el acto creador de Dios el que sostiene actualmente la realidad del mundo, como el acto de pensar con ilusión el barco sostiene la realidad del proyecto del barco pensado.

Esto nos permite entender lo que decíamos antes: la mirada de Dios no es una mirada fría y lejana, sino una mirada íntima y amorosa. ¿Desde dónde nos mira Dios? Dios no nos mira desde fuera, nos mira desde dentro, porque está dentro de nosotros, sosteniendo con su amor cada una de las fibras de nuestro ser, como nosotros sostenemos con nuestra ilusión cada uno de los detalles de nuestro proyecto.

Cuando nos planteamos conectar con Dios, hemos de saber que Él no está lejos, más allá de las estrellas, sino que está en nuestras entrañas. Es Él quien hace que mis huesos sean firmes, que mi carne viva, que mis neuronas funcionen, que mi alma exista, piense, y ame. Él está dentro de mí. Para conectar con Él no tengo que superar la distancia inmensa que nos aleja de las estrellas, tan sólo tengo que entrar en mi interior.

La presencia de Dios no es algo que haya que fabricar. No es que yo tenga que ir a ponerme en su presencia. Tener presencia de Dios es, simplemente, adquirir conciencia de la realidad: tengo a Dios en mis entrañas. Existo porque Dios me quiere. Consisto en estar siendo amado por Dios: soy amor de Dios condensado. Vivo en el interior de esa mirada amorosa e ilusionada de Dios que me da la existencia.

Él hace que exista cada una de mis células, cada uno de mis huesos, cada uno de los detalles de mi ser. Tengo a Dios en mis entrañas, también en las de mi alma. Y me está esperando, está esperando que yo descubra su amor, ese amor que me da el ser. Está esperando que le busque y le trate, que responda a ese íntimo diálogo de amor que es mi vida con Él.

Dios está en cada detalle

Cuando estamos en una calle, o en una plaza de la ciudad, vemos de cerca los coches, los árboles, las personas que pasan por allí. Cuando estamos a la altura de la calle, vemos los detalles, pero sólo vemos una pequeña parte de la ciudad.

Si subimos a lo alto de un monte, vemos la ciudad entera a nuestros pies, pero no vemos los detalles. Apenas distinguimos las personas y los coches. No es que hayan desaparecido: siguen estando allí, porque tienen una realidad fuera de mí, que es independiente de que yo las vea o no. Pero una mirada desde lejos, que abarque toda la ciudad, no percibe los detalles.

Ahora bien, cuando estoy pensando un proyecto con ilusión, mi proyecto no está fuera, toda su realidad depende de mí, de que yo lo piense. Y no hay un detalle del proyecto que esté ahí sin que yo lo haya puesto. Si se trata del proyecto de una casa, cada habitación, cada lámpara, cada mesa, está ahí sólo si yo la pongo, y porque yo la he puesto. No las miro desde fuera, las miro desde dentro, porque soy yo el que les da existencia dentro del proyecto.

Así es la relación entre Dios y cada cosa de este mundo. Es la mirada amorosa de Dios la que sostiene cada detalle del mundo y de mi ser. No hay nada que esté fuera de su mirada, porque todo existe precisamente mientras Dios lo mira, existe porque lo mira, y está dentro de su mirada.

Por eso es falsa esa imagen que algunos tienen de un Dios que mira el mundo desde lejos, que sólo se fijaría en las grandes líneas del proyecto, como si fuera el Director General de una gran empresa. El Director General no puede estar en los detalles, porque es un hombre, es limitado, y se tiene que preocupar de las grandes líneas de la dirección, no de si hay papel en los cajones de las oficinas. Pero Dios no es un director general, no tiene las limitaciones de un ser humano, porque tiene un poder, una inteligencia, un amor infinitos.

Dios está en los detalles, porque, si no, los detalles no existirían.

"¿Acaso no se venden por un as dos pajarillos? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin permitirlo vuestro Padre. Y en vosotros, hasta los cabellos de la cabeza están todos contados. Así que no tengáis miedo" (Mateo, 10, 29-31), nos dice Jesús. Y cada uno de los detalles de mi vida le interesan. Cada uno de los detalles de mi vida es una frase de ese diálogo de amor que Dios espera de mí. Esto nos ayuda a entender mejor el sentido de cada una de las circunstancias de mi vida. Están ahí porque Dios las ha puesto. Y en cada una de ellas se encuentra la mano amorosa de mi Padre Dios.

Es verdad que, en ocasiones, algunas de las circunstancias de nuestra vida son duras. Es verdad que, a veces, algunas de ellas son quizás fruto de los errores y los pecados de otros, que me afectan y me hacen daño. También Jesucristo sufrió en su propia carne el resultado de los pecados de otros. Dios escribe derecho con renglones torcidos, pero nada escapa a su mirada y a su poder, que orienta todas las cosas para el bien de los que le buscan.

Mikel Gotzon Santamaría

[1] Dicho en pocas palabras, "fuera' y "dentro' se refieren a sitios, son parte del espacio físico. Y el mundo es el conjunto de todos los lugares físicos.

[2] No hay un tiempo "antes del mundo"

Cuando pensamos la Creación como el Comienzo, nos imaginamos un tiempo "antes" del mundo, cuando todavía no había nada, y un tiempo "después", cuando Dios hace que el mundo comience. Pero no hay un tiempo "antes del mundo". El antes y después son partes del tiempo. Y hay tiempo mientras hay cosas materiales, pero no "antes". Que el mundo tiene un comienzo no significa que "antes" no había nada, y "después" sí. Ese "antes" es también un fruto de nuestra imaginación.

La diferencia entre un mundo con comienzo temporal y un mundo que existe desde siempre no es que haya un "antes" sin nada material, o que no haya un "antes". En los dos casos, no hay un tiempo "antes del mundo". La diferencia consiste en que, echando marcha atrás en la historia física del mundo, se llegue a un punto inicial, o se siga indefinidamente hacia atrás sin encontrar jamás un punto uno.

[3] Aunque no es exacto decir que "está creando continuamente", porque eso sería introducir un tiempo en el acto creador de Dios, que es eterno, no tiene tiempo interno. Pero sí es verdad que el momento presente está tan necesitado de la acción creadora de Dios como el primer momento del mundo.

[4] Big Bang: ¿Comienzo o Punto y seguido?

Quizás alguno estará pensando en el Big Bang, la gran explosión inicial desde la que el mundo físico actual se está expandiendo (distendiendo, en realidad: no hay un fuera en el que expandirse), que se suele identificar con el comienzo del mundo. Pero el Big Bang no es, necesariamente, el comienzo absoluto del mundo, sino el comienzo de este tramo histórico del mundo en el que nos encontramos nosotros. Antes del Big Bang podría haber un Big Crunch, una gran implosión, en la que el mundo anterior se comprimiría totalmente.

Y podría haber millones de Big Bang y Big Crunch anteriores, con millones de mundos anteriores en medio, de los que no tenemos ni idea, ni podremos tenerla nunca, porque la ciencia arranca de las leyes físicas actuales, y puede dar marcha atrás en el tiempo, reconstruyendo la historia física del mundo actual hasta llegar a la gran explosión inicial, pero no puede pasar de ahí. No puede saber si el Big Bang es el comienzo absoluto del mundo, o sólo el comienzo de esta fase del mundo.

Que el mundo tenga un comienzo temporal es absolutamente indemostrable, precisamente porque podemos demostrar que el mundo material nunca va a dejar de existir. Dejarán de existir las formas actuales de materia, porque todo ser material tiene una vida limitada, pero se transformarán en otra forma de materia. Quizás haya otros Big Crunch y Big Bang. No lo sabemos. Pero sí sabemos que, de una u otra forma, el mundo material no va a dejar de existir nunca, porque no puede dejar de existir (nuevamente, la demostración de esto es muy filosófica, y la dejamos).

Si el mundo material no va a dejar de existir, es que tiene una vida indefinida por delante, sin límite. Y si tiene una vida indefinida por delante, eso quiere decir que podría tener una vida indefinida por detrás, que el mundo material podría no tener un comienzo definido, sino que podríamos ir indefinidamente hacia atrás, sin encontrar un momento inicial.

El mundo material, tal y como Dios lo ha creado, podría no tener un comienzo temporal, pero, de hecho, lo tiene. Ahora bien, este dato -que el mundo tiene un comienzo- sólo lo podemos saber por fe, porque Dios nos lo ha dicho. Que el mundo es creado, que su existencia depende actual y totalmente de Dios, es una verdad de razón, necesaria, demostrable. Que el mundo tiene comienzo es una verdad de hecho: es así, pero podría haber sido de otra manera. Y por eso, si Dios no lo hubiera dicho, no lo hubiéramos podido saber nunca.

[5] Dios es creador en su eternidad

La creación es una actividad divina, y como todas las actividades divinas, no tiene nada que ver con el tiempo. Crear es un acto intemporal. Dios, en su eternidad, es creador. Lo es sólo porque le ha dado la gana, no por necesidad, pero lo es desde siempre. Aunque sea un modo de hablar inexacto, se puede decir que no hay ningún tramo de la vida de Dios en el que no sea Creador. El Dios eterno es eternamente creador. Y el mundo que de hecho ha creado no tiene una historia interna ilimitada, no es desde siempre, sino que tiene una historia hacia atrás limitada, tiene un inicio temporal. Es importante pensar las cosas en el orden correcto, porque en ese momento se disuelven aparentes paradojas que no eran más que errores de planteamiento.

[6] La cuestión de si el tiempo tiene un comienzo o no, es un asunto interno del mundo, de ese mundo material que -ya tenga una historia interna limitada, ya la tenga ilimitada- es creado, subsiste por el amor de Dios, que le da consistencia actualmente.

[7] El "túnel del tiempo"

El tiempo es la medida del movimiento. Y sólo hay movimiento en las cosas materiales: cambian, se mueven, y ese cambio sucesivo tiene un antes y un después. Por eso, el tiempo es una cuestión interna de las cosas materiales. Se podría decir que le toca al Ministerio del Interior. La creación, en cambio, es una cuestión que le corresponde al Ministerio de Asuntos Exteriores del Universo. No se pueden mezclar los asuntos de Interior con los de Exteriores.

Cuando nos imaginamos el comienzo del mundo como un paso desde un antes a un después, nos imaginamos una especie de túnel del tiempo que nosotros podríamos mirar desde fuera, en perspectiva. Y en ese túnel, distinguimos un tramo de tiempo en el que estaba sólo Dios, y otro tramo de tiempo en el que están Dios y el mundo. Esto es otro error de la imaginación, que no responde a nada real. Es, además, un error de perspectiva, porque, para considerar el túnel del tiempo, habría que ponerse fuera de él, mirando el

mundo desde fuera. Y no puedes ponerte fuera, no hay un lugar fuera del mundo. Dios no mira el mundo desde un lugar "fuera" del mundo, no mira el mundo "desde" ningún sitio, porque no está limitado a ningún sitio. Si hay que decir algo, hay que decir que Dios mira al mundo desde dentro, porque está presente en lo íntimo de todas las cosas.

No existe nada parecido a un túnel del tiempo que se pueda contemplar todo a la vez. El tiempo va pasando. Sus momentos no son simultáneos. Considerarlos simultáneamente es un puro error de enfoque mental. Y no se puede responder diciendo: -¡Pero Dios es eterno, luego mira todos los momentos del tiempo "a la vez"! -De acuerdo, Dios es eterno. Pero no es tonto. Y por eso, no comete errores de perspectiva y de enfoque. Dios ve las cosas reales desde su propia realidad. Y la realidad del tiempo es que, pasado, presente y futuro, no son simultáneos, sino sucesivos. Y Dios los ve como son, no como no son. Considerarlos simultáneos es un puro error mental, y Dios no comete errores.

Cuando tú dices que Dios conoce todo el tiempo "a la vez~, te estás refiriendo a tu propia experiencia mental. Además, confundes el "a la vez" del presente físico con el "a la vez" de la presencia mental del objeto en el acto de conocimiento humano. Y después, introduces esa mezcla confusa en Dios, que ni tiene tiempo, ni tiene un conocimiento limitado como nosotros.

 


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