Libertad y felicidad

 

Por Cormac Burke. En mi opinión, entre los derechos humanos más preciados, junto con el derecho a la vida y a la libertad, se cuenta el de buscar la felicidad. Pero, de manera parecida a como pueden perderse la vida o la libertad, puede perderse la felicidad; o, por mucho que se busque, puede fracasarse en el intento de encontrarla.

El fallo puede proceder de no buscar donde puede encontrarse, o de no hacerlo de la manera adecuada. Existen reglas precisas para la búsqueda de la felicidad y también -una vez que se ha alcanzado-, para su conservación; de manera parecida a como hay reglas para la búsqueda y la conservación de la propia libertad, y para la misma vida.

La existencia humana tiene reglas; si no se observan, el resultado puede ser su pérdida, o al menos la incapacidad para lograr que sea libre y feliz. No tenemos derecho absoluto a la libertad o a la felicidad; nos corresponden condicionadamente; es decir, si sabemos respetar las reglas que las rigen.

Verdades de existencia

Como algunas personas desconocen estas leyes, la ignorancia es la causa de que muchas veces las violen. Pero las reglas siguen en vigor; y se pagan las consecuencias de habérselas saltado. La ignorancia puede resultar muy gravosa. Una corriente eléctrica puede matar, lo mismo que puede hacerlo el veneno. No se trata sólo de leyes de la física o de la química; son evidencias que hacen referencia al efecto de realidades físicas o químicas en la vida humana. Son verdades de la existencia: leyes de la vida misma. Si se ignora que un cable de alta tensión es muchas veces mortal, puede tocarse. Si se desconoce que una mezcla química es venenosa, puede beberse... La persona en cuestión será probablemente sincera y no tendrá culpa de su ignorancia; pero ese desconocimiento no la aísla contra la electricidad, y la sinceridad no es antídoto al veneno. Si se cumplen ciertas acciones -actos que violan una ley fundamental de la vida: la de la supervivencia-, se suceden consecuencias lamentables.

¿Resuelve algo la ignorancia?

Otras personas alegan la ignorancia; esa actitud no es inteligente y difícilmente puede ser sincera. Una persona, por ejemplo, puede querer hacer caso omiso de la ley que exige respeto por la propiedad de los demás, y sustraer la cartera del prójimo; puede igualmente decidirse a desatender la ley de la gravedad, y lanzarse desde el piso superior de un rascacielos, reclamando el «derecho» a un aterrizaje suave... Podemos dejar de lado la cuestión de la causa de esa «ignorancia», pues poco influirá en la consecuencia definitiva de sus acciones, que no será desde luego el logro de la felicidad. La primera, probablemente, conocerá la cárcel; la segunda, seguramente, provocará la muerte.

¿Resuelve algo irritarse ante las leyes de la vida?

Se dan otros casos: personas que no ignoran las leyes de la vida, pero se irritan ante ellas. No «ven» por qué han de aceptar los dictados de la vida (de la naturaleza, de Dios)... prefieren dictar ellos las reglas. Desean que la vida les dé la felicidad: la quieren ahora, y bajo sus propias condiciones. Están empeñados en vivir su propia vida, sin tener que hacer caso a tantas «complicaciones». Pero ¿encuentran lo que buscan?

Su actitud es comparable a la de un motorista colérico que no acepta que la carretera no sea recta, y acelera como si lo fuera, como si las curvas no existieran. Es bastante obvio cuál será el resultado. Algo similar acontece con la persona que exige el «derecho» de encontrar la felicidad en el sexo, en el alcohol, en las drogas... Va adelante, siguiendo su camino hacia la felicidad. Pero por esa senda no encontrará la felicidad, sino la obsesión, el alcoholismo o la toxicomanía, que no son más que formas de esclavitud. Puede ser que alguno vea la felicidad en esas esclavitudes; la mayoría no suele pensar así.

¿Se pueden poner «condiciones» a la felicidad?

Es de presumir que todas estas personas aspiran a que la vida les brinde la felicidad. No se equivocan al quererla, sino sencillamente en el modo en que la buscan. Yerran, podemos decir, en querer imponer las condiciones de la felicidad, en pensar que pueden dictar condiciones a la existencia humana. Pero a la vida no podemos dictarle las reglas que se nos antoJen, y menos aún cuando de la felicidad se trata. Nadie encuentra la felicidad con categorías impuestas por él. Sólo la logrará si actúa de acuerdo con las condiciones en las que se da según la vida misma. Nosotros no podemos obligar a la vida a que proporcione la felicidad; la vida, con sus leyes, está dispuesta a dárnosla; pero hay que acatar esas normas, hay que Jugar de acuerdo con las reglas... Si se aceptan, puede tenerse una fundada esperanza de la felicidad; si no, no.

Hay realidades en la vida particularmente capaces de procurar la felicidad, pero no a quien las quiere doblegar, según su voluntad. No estaban pensadas para ser plegadas a voluntad. Quien lo haga, las rompe; y, casi siempre, se rompe él mismo con ellas.

Cormac Burke
Auditor de la Rota Romana
Ver más en Cormac Burke, Felicidad y entrega en el matrimonio, Ed. Rialp, Madrid 1990, pp. 10- 12

 


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