Hace días recibí una nueva comunicación postal de mi entidad financiera. Mía en el sentido de que ella tiene mi dinero y mis deudas. En la parte exterior del sobre, un mensaje: "La felicidad consiste en disfrutar de lo que se tiene". Vaya, casi siempre había pensado que lo que tenía -y sigo teniendo- con el banco era un préstamo hipotecario. Siendo cierto, no lo es menos que, gracias a él, disfruto de mi casa.
Meses atrás aprendí una gran lección de un pequeño. En escena, dos de mis sobrinos. Ignacio, de 5 años, estimaba insuficiente la edad de su hermano Alejandro para compartir con él cierta actividad "porque sólo tiene 4 años". A este hecho replicaba el afectado con otra obviedad irrefutable: "Sí, pero pronto cumpliré 5".
Estimulantes también las conclusiones de C. R. Snyder, psicólogo de la Universidad de Kansas, tras sus estudios clínicos: las personas con un alto nivel de expectativas destacan por la capacidad de motivarse a sí mismos, sentirse diestras para encontrar la manera de alcanzar sus objetivos, asegurarse de que las cosas irán mejor cuando atraviesan una situación difícil, ser flexibles para hallar formas alternativas de conseguir sus metas o de cambiarlas si constatan la realidad de que es imposible alcanzarlas. Asimismo, apunta un consejo práctico: descomponer una tarea compleja en otras más sencillas y manejables.
Sin duda, el optimismo es un gran motivador, comparable con la esperanza. Daniel Goleman (Inteligencia emocional) señala que "los optimistas consideran que los fracasos se deben a algo que puede cambiarse y, así, en la siguiente ocasión en la que afronten una situación parecida pueden llegar a triunfar. Los pesimistas, por el contrario, se echan las culpas de sus fracasos, atribuyéndolos a alguna característica estable que se ven incapaces de modificar".
He aquí la pieza clave del rompecabezas mental y anímico: sólo conociendo la verdad disponemos de la libertad que nos facilita actuar con tino. Algunos problemas no se resuelven porque se ignoran; otros, porque se plantean mal. Esto explica que errores de ideas, de decisiones, de gestión, sean la consecuencia lógica de partir de hechos ignorados o mal percibidos. Cuando estas equivocaciones se gestan en los centros neurálgicos de una empresa, las repercusiones se multiplican en personas dentro y fuera de la propia entidad.
Al margen de cómo las organizaciones gestionen la realidad, el optimismo y su comunicación, siempre podemos empezar por lo enteramente a nuestro alcance: comenzar por la primera persona del singular, seguir con la segunda... Como ilustra la canción de Siempre Así, "si los hombres han llegado hasta la Luna, si desde Sevilla puedo hablar con alguien que esté en Nueva York, si la medicina cura lo que antes era una muerte segura, dime por qué no es posible nuestro amor".
Aunque parezca poco riguroso recetar chistes, no cabe duda de que el humor es algo muy serio. Hasta los expertos hablan del efecto preventivo y terapéutico de la risa, siempre que se administren las dosis precisas en los momentos oportunos. Los estados de ánimo positivos aumentan la capacidad de pensar con flexibilidad.
Los problemas en sí mismos no suelen suponer el mayor obstáculo. Aunque todos preferimos evitarlos, en general, no nos turba especialmente que surjan. Eso sí, nos exaspera que sean justamente sus causantes los que nos pidan arreglarlos. Peor aún cuando esta patología se reviste oficialmente de salud y lo excepcional criticable se torna en habitual elogiado.
Alfonso Guerra detalla en sus memorias abundantes ejemplos de estas disfunciones orgánicas. Aunque se refiere a los partidos políticos, cabe aplicar el diagnóstico a otras organizaciones: líderes que ganan poder y pierden contacto con la realidad, empresas que se desquician al no conciliar la imagen real con la oficial, cuando se enfatiza la ortodoxia ideológica y se mina la frescura vital, cuando se busca a los aduladores y se aparta a los críticos razonables, etc.
Las opciones de éxito surgen o se multiplican cuando se parte del conocimiento de la realidad, con independencia de que nos guste o queramos cambiarla. La clave pasa por configurar un optimismo genuino y comunicarlo adecuadamente, todo un arte sobre el que resulta más fácil escribir artículos que practicar su contenido.
Cualquiera se abona al optimismo, pero nadie sigue a los optimistas ingenuos. Entre los más peligrosos, los que desconocen total o parcialmente la realidad que les afecta, causan los problemas que no ven, quieren solucionar los que no existen, comunican lo que no interesa, ocultan lo que salta a la vista, repiten lo que reiteradamente incumplen... y se extrañan de que los demás no compartan sus "evidencias". Por todo ello, resulta decisivo imantarse a la realidad y repeler el optimismo destructor. Al traspasar la tenue línea que separa el entusiasmo animante de la realidad terca, la motivación degenera en distancia y desconfianza. Llegados aquí, el retorno a la situación previa es posible, pero muy ardua. Quizá sean equiparables los dos extremos indeseables: verse decepcionado por un optimista ingenuo o nunca haberse sentido motivado por un pesimista desalentador.
Intuyo que desarrollar un optimismo de base real exige equilibrar las percepciones propias con otras ajenas y bien fundamentadas. Entre los aciertos organizativos previos a la histórica victoria del PSOE en 1982, Alfonso Guerra recuerda cómo creó un organigrama y "un equipo de estrategia que ya venía funcionando, reuniendo cada semana a un grupo de personas de diferentes profesiones, no dedicadas a la política: un químico, un vendedor de equipos de sonido, una secretaria, etc. En esas reuniones hablábamos libremente sobre los acontecimientos políticos, económicos, sociales y culturales, y elaborábamos unos árboles de posibilidades ante cualquier acontecimiento, intentando estudiar todas las respuestas imaginables por muy improbables que nos parecieran. Este esquema de funcionamiento nos fue de gran utilidad incluso en la posterior etapa de gobierno".
En resumen, mi banco tiene razón porque puedo ser feliz con lo que tengo: una deuda... y una casa. También mi sobrino Alejandro está en lo cierto, ya que sus sólo 4 años (el problema) pronto llegarán a 5 (la solución). Quizá una buena regla consiste en prepararse para lo peor, esperando lo mejor. Eso sí, bien pegadicos a la realidad y acompañados por gente ponderada y que nos quiera.
Enrique Sueiro
Fecha: 5 de junio de 2005
Publicado en: Heraldo de Aragón
Lo más reciente