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Sobre el desprendimiento y la pobreza
Año Santo de la Misericordia
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Hace años había menos adelantos, pero la vida era más sencilla. La práctica de la virtud del desprendimiento era más fácil. No había grandes centros comerciales que provocaran urgentes demandas y necesidades artificiales.
Gran parte de nuestra ambición tiene sus raíces en la pereza. Potentes máquinas de segar césped, cocinas y lavadoras automáticas, televisores de control remoto, puertas de garaje con célula fotoeléctrica: estas cosas ahorran tiempo y energía.
La cuestión -de todas maneras- es si estamos utilizando nuestro agobio de tiempo y nuestra energía en algo constructivo; si estamos enriqueciendo nuestras vidas con un servicio mayor a Dios y al prójimo
El orgullo puede llevar a la ambición tanto como la pereza. La nuestra es la era del símbolo del «status». No se pescan más peces en un yate que en una lancha fueraborda, pero el yate satisface a su dueño mucho más. Una vivienda confortable puede encontrarse en una zona antigua, pero «un buen barrio» también es importante.
La publicidad basa cada vez más su poder de atracción en presentar algo como «snob». Esto nos mueve a preguntarnos por qué estamos tan ansiosos de parecer mejores que nuestros amigos y vecinos, tan ansiosos de hacer que los demás sientan envidia. Quizá nos estamos sometiendo al simple orgullo.
Ciertamente, no somos coherentes con nuestra vocación de cristianos si nos dejamos llevar por la ola de consumo que arrastra a nuestro alrededor
El desprendimiento, o la pobreza de espíritu, es la virtud por la que vemos todas las cosas creadas en relación a Dios. Todo lo que contribuye a acercarnos más a Él es bueno. Todo lo que sea un obstáculo para ese acercamiento es malo.
El término «cosas creadas» se refiere también a las personas. Es posible, por ejemplo, cultivar una amistad que nos aparte de Dios o que nos debilite espiritualmente. «Cosas» incluiría, asimismo, al trabajo y al descanso. Un hombre o una mujer pueden estar tan metidos en un trabajo, un deporte o un «hobby», que le lleve a descuidar sus responsabilidades familiares y sus deberes religiosos
Hay muy pocas cosas que, por su naturaleza, sean buenas o malas. Ordinariamente, es el uso que hacemos de ellas lo que determina su calificación moral. El ideal sería que todas las cosas de la vida tuvieran a Dios como último fin. Cualquier descanso o placer que vaya en contra de este propósito será, simplemente, equivocado.
De todas formas, nos encontramos continuamente con elecciones en las que el uso o no-uso de determinadas cosas parece indiferente. Nuestra decisión no será beneficiosa ni dañina para nosotros ni para los demás. En esos casos somos libres de hacer lo que prefiramos. Todo lo que Dios ha hecho es bueno, y a Dios le gusta que disfrutemos de sus dones creados. El apreciar la bondad de Dios y agradecerla es parte del honor que le damos.
Existe un peligro al que nos exponemos cuando intentamos crecer en esta virtud: es la tentación de considerarnos el modelo de nuestro prójimo. Hemos adquirido un cierto grado de humildad. Quizá hemos dejado el tabaco, o el alcohol, o alguna otra compensación o lujo. Nos sentimos tentados, por ello, a mirar con piedad, si no con desprecio, a los que son menos ascetas que nosotros. Podemos incluso tratar de imponerles nuestras propias reglas.
El desprendimiento es eso: muestra de nuestro amor de Dios. Manifiesta un amor de Dios que va más allá del mínimo que supone abstenerse del pecado grave. Cuando crecemos en amor de Dios, crecemos necesariamente en espíritu de desprendimiento
Resulta evidente que el desprendimiento deja de ser una virtud si da muerte a la humildad y a la caridad fraterna. El verdadero santo, duro consigo mismo, siempre es comprensivo y paciente con la debilidad de los demás. El pseudo-santo, en cambio, exige de los demás y los critica. El amor de Dios nunca lleva a ofender al prójimo.
Como la mortificación, el desprendimiento es una virtud para practicar en todo tiempo. Unos pocos minutos de serena reflexión con nuestra mirada en el crucifijo pueden hacer que nos sintamos avergonzados de la escala de valores que nos hemos construido. Pueden incluso llevarnos a renovar nuestra lista personal de deseos y objetivos.
Algunas preguntas que pueden ayudarnos
Fuente: Leo J. Trese, Puedes volar como las águilas
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