Al día siguiente, después de comer, apretó sus manos sobre la mesa y se puso serio de pronto:
«Fui a la Iglesia Americana porque estoy buscando algo que no tengo, algo que no estoy seguro siquiera de poder definir. Mientras que siempre confié en el universo y en la Humanidad en abstracto, la experiencia hizo que, en la práctica, empezara a perder la fe en su sentido. Soy un hombre desilusionado y exhausto, he perdido la fe, he perdido la esperanza. Perder la propia vida es sólo una nimiedad, pero perder el sentido de la vida es insoportable».
Me di cuenta de que la suya era algo más que una curiosidad intelectual. Quería experimentar la fe y que actuara en su propia vida.
«He conseguido hacer mucho dinero, porque, de alguna forma, he sido capaz de articular la desilusión del hombre por el hombre; identifican en mis obras la angustia y la desesperación que sienten. Esto es, más que ninguna otra cosa, lo que me consterna. Me encuentro en algo que es casi como un peregrinaje, buscando algo que llene el vacío que siento, algo que el mundo no me está dando. Desde que estoy viniendo a la iglesia, he estado pensando mucho sobre la idea de la trascendencia. Y desde que estoy leyendo la Biblia, siento que hay algo que es capaz de dar sentido a mi vida. Los domingos por la mañana escucho que la respuesta es Dios. Usted me ha dejado bien claro que no somos los únicos en este mundo».
Un día, al final de mi verano en París, nos sentamos frente al río. Camus rompió el silencio:
«Howard, ¿celebra usted bautizos?», me preguntó.
«Sí, Albert, así es», contesté con cierta tensión y sorpresa. «¿Por qué? ¿Cuál es la importancia de ese rito?»
«La verdadera importancia del Bautismo dije es la expresión volver a nacer. Nacer de nuevo es entrar de nuevo en el proceso del crecimiento espiritual, hacer borrón y cuenta nueva. Es recibir el perdón, porque le has pedido a Dios que perdone todos tus pecados pasados, de tal manera que la culpa, la inquietud y los errores que hemos tenido en el pasado son perdonados, y realmente se comienza de nuevo. La cuenta está a cero, la conciencia está limpia. Se está preparado para ir hacia delante y comprometerse en una nueva vida, una peregrinación espiritual. Usted está buscando la presencia de Dios mismo».
Albert me miró directamente a los ojos, y, con lágrimas en los suyos, me dijo:
«Howard, estoy preparado. Quiero esto. Esto es en lo que yo quiero comprometer mi vida».
«Pero Albert, ¿a usted no lo bautizaron ya?»
«Sí, cuando era pequeño..., pero no significó nada para mí. Parece más apropiado que me bautizase ahora que he estado estos meses leyendo y comentando la Biblia con usted».
Tuve que interrumpirle. La doctrina cristiana mantiene que un bautizo es suficiente. Le expuse la posibilidad de unirse a una Iglesia y experimentar el rito de la confirmación.
«¡Howard me dijo Camus yo no estoy preparado para ser miembro de una Iglesia! ¡Me cuesta ir a misa! Tengo que pelearme todo el rato con la gente que quiere hablar conmigo o pedirme autógrafos. Yo querría algo más personal, algo entre Dios y yo».
«Quizá no esté aún preparado», le dije. A pesar de lo complacido que yo estaba, todavía teníamos mucho más provecho que sacar el uno del otro. «Esperemos mientras continúa con su estudio», dije.
Él estaba muy cerca. Con un poco más de estudio y charlas habría estado preparado, incluso el verano siguiente, posiblemente. Cuando nos despedimos en el aeropuerto, me dijo:
«Amigo mío, mon chéri, gracias. ¡Voy a seguir luchando por alcanzar la fe!»
Recuerdo la tarde en que me contaron que había muerto. Me quedé impresionado. Me resultaba difícil creer que todo aquello había sucedido de verdad. Me pregunté si me había equivocado al no atender su petición, pero en aquel momento me pareció la decisión correcta. Lo cierto es que no estaba preocupado por su alma. Dios había reservado un lugar para él, seguro.
(Del libro El existencialista hastiado, del reverendo metodista Howard Mumma, que recoge las conversaciones que mantuvo con Albert Camus.)
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